Carlos Kaspar, Emiliano Samar, Mariano Dossena: Chicos católicos, apostólicos y romanos, En Su nombre, y El otro Judas



“El nuevo oráculo es Internet, no el cura”

La frase es de Carlos Kaspar, director de Chicos católicos, apostólicos y romanos. Los espectáculos En Su nombre y El otro Judas desnudan distintos aspectos de la religión, en un contexto en el que la Iglesia muestra su incapacidad para insertarse en los nuevos tiempos.

Argentino, congoleño, rumano o filipino, el nuevo papa tendrá que ser piola. “Pedirle a un pibe que no use preservativo es peligroso a esta altura. Si no quiere desaparecer, la Iglesia Católica debe repensarse”, aporta Emiliano Samar, director de En Su nombre, obra teatral que se muestra los sábados a las 23 en La Tertulia (Gallo 826). Mariano Dossena, que los domingos a las 20.30 dirige El otro Judas en el C. C. de la Cooperación (Corrientes 1543), observa en el retiro de Josef Ratzinger que “algo se está cayendo” en esa institución milenaria. Para Carlos Kaspar, director de Chicos católicos, apostólicos y romanos –los jueves a las 21.30, los viernes y sábados a las 22.30– en El Cubo (Zelaya 3053), las que siguen cayendo son las sotanas de algunos curas, y el creciente aumento de casos de pedofilia hace de este momento uno “particular” en el Vaticano. Con improntas distinguibles, Samar, Dossena y Kaspar llevan la batuta de tres piezas independientes que ponen en crisis mandatos de un culto que acapara un tercio de los feligreses del mundo.

El show de la cocina

Emiliano Samar es católico no practicante. “Estoy bautizado y tuve un acercamiento real a la Iglesia, pero los caminos de la vida me llevaron a otros espacios”, cuenta. Además de director y actor, es un entrenador corporal que utiliza el yoga y el reiki como herramientas de trabajo, disciplinas que tienen su costado espiritual. Es decir: teniendo en consideración que los orígenes del teatro se rastrean en rituales místicos de sociedades antiquísimas, se podría argumentar que Samar cambió parroquia por sala sin dejar nunca de ser creyente. “Hay algo religioso en el teatro y, también, algo teatral en la religión. Como el actor en una obra, en misa el cura juega a ser otro, ni más ni menos que Cristo”, compara. A la par señala otros elementos comunes: el escenario y los espectadores. Con éstos, la pieza debe lograr una “comunión”, pero salva que no todo teatro busca un “hechizo mágico”, sino que hay otro interesado en su “rol crítico”, como el de Bertolt Brecht.

En la zona fronteriza de ese contraste está En Su nombre, drama escrito por Alberto Romero, sobre tres sacerdotes (el propio Romero, Diego Bros y Guillermo Moledous) con miradas divergentes sobre lo que implica seguir el camino de Dios: si uno de ellos es de “buena fe”, los otros tienen “vidas paralelas de las que no pueden hacerse cargo”, además de ansias de ascenso en el clero. “Toco de rebote el tema del celibato, su obligatoriedad. Es una represión que termina enfermando. A medida que podamos ejercer nuestros impulsos naturalmente, otras cosas se resolverán”, reprende Samar. La escena en la que se contrastan las posturas es antesala de la grandeza exuberante de los altillos parroquiales: la cocina. “Me permitía jugar con la idea del espacio en el que se cocinan las decisiones –especifica el director–. Es un sitio en el que se manifiestan los valores de la Iglesia; por ejemplo, la mujer allí tiene un rol servicial”, encarnado en este caso por Analía Farfaglia. Prosigue Samar: “La chimenea del cónclave, el vino y el pan; en la cocina está lo que nutre y lo que se pudre”. La fe y el poder, respectivamente. “La Iglesia Católica es una institución que dejó hace muchos años de hacer carne lo que dice representar para ocuparse de cuestiones políticas, económicas y legales. Por suerte hay representantes como el Padre Mugica, a contrapelo de los que se ocupan de sus negocios”, redondea.

Besos a Judas

Mariano Dossena es budista. Y budista es la fe que, dice, matiza El otro Judas, su versión del drama clásico de Abelardo Castillo estrenado en 1961 y reeditado en libro en 2001. “La fe en el hombre”, sintetiza el director, en sintonía con una línea que el autor de El evangelio según Van Hutten le adjudica a Iscariote: “Son los hombres los que salvan a los hombres”. Por eso Dossena halla parangón entre teatro y religión como “rituales de celebración de la vida”. “Esta obra es, en particular, un ritual de la palabra, una gran oratoria sobre la fe a siete voces”, y de ahí la estructura de tragedia griega. Ya no es de extrañar su interés por la textualidad: paladar negro de los vocablos, el director ha trabajado con textos de Auster, Duras, Kantor y García Lorca, por citar algunos apellidos de prosa con filo. “El mundo se ha alejado de la poesía, que es muy profunda en la Biblia”, observa, aunque con fines pedagógicos. “Volver a la poesía permitiría entender mejor esos textos. El lenguaje está denostado; hay que creer en él con una educación en la palabra.”

Curiosidad: si se googlea “frases de Judas”, el buscador arroja links sobre “traición”. “En el culto católico, es demonizado, es el malo de la película. En la obra, en cambio, Jesús le pide que lo traicione para que él pueda trascender; también con un motivo político”, explica Dossena. En ese sentido, El otro Judas es una muestra más de que el arte puede proponer nuevos sentidos, críticos por alternativos, no por severos sobre la realidad. Walter Quiroz compone con creces al protagonista-narrador, impulsado por el amor y la piedad, ya no por las treinta monedas de plata que pregonan desde una Santa Sede chapada en oro. Completan el elenco Graciela Clusó, Alejandro Falchini, Livia Koppmann, Rodrigo Mujico, Gabriel Serenelli, Talo Silveyra y Manuel Vignau. “Percibo una tendencia a revisar los arquetipos religiosos, incluso desde las corrientes new age”, delinea el director.

Los niños dicen la verdad

Carlos Kaspar es protestante. “Lo religioso tiene que ver con reunirse”, apunta. “El teatro conserva esa mística de ritual: venimos a compartir una historia que sabemos mentira, pero jugamos a que sea cierta. Se construye así la cultura.” Por su parte, vincula a la Iglesia con el poder, uno que viene menguando por su incapacidad para conciliar con una época veloz. “Ya no podemos hablar del ángel que sonará la trompeta, ¡si nos están cayendo meteoritos encima! En este contexto, Internet es el nuevo oráculo, no el cura. No obstante, la Iglesia está intentando en algunos casos aggiornarse, de mejor o peor manera. Algunos sacerdotes están a favor del matrimonio entre ellos, otros a favor del aborto, pero todavía hay muchos conservadores, como en todas las religiones”, no pierde de vista. Por ese trajín contextual, resalta que la renuncia de Ratzinger fue sensata. “Nunca entendí que se les dé semejante responsabilidad a personas de cierta edad. No porque condene a la gente mayor, a la que hay que revalorizar, pero que un hombre tenga la lucidez de decir que no está para ese ritmo habla de los tiempos que corren”, expone.

En la comedia Chicos católicos... Juan Paya, Emmanuel Arias, Juan Manuel Guilera y Nicolás Maiques están a punto de tomar la comunión y la primera confesión les dispara más preguntas pecaminosas que certezas divinas. El cura que interpreta Darío Barassi es el encargado de aclararles los tantos, pero lo hace como mandan el Antiguo y el Nuevo Testamento: en uso de metáforas rebuscadas que, claro, dan pie a la libre interpretación de los personajes y, de allí, a la risotada de los concurrentes. Paya, también dramaturgo de la pieza, armó esta historia a partir de anécdotas propias de su paso por un colegio católico. “Jamás nos propusimos hacer una crítica profunda de la Iglesia –asegura Kaspar–. Partimos del texto y trabajamos con la caricatura: de hecho, de fondo hay un Jesús muy simpático haciendo un gesto de ok”. Y concluye con una síntesis que le podría caber a cualquiera de las tres obras agrupadas en este artículo: “Si tiene una crítica, apunta a que las cosas sean dichas como son: llamemos al pan pan y al vino vino”.

Fuente: Página/12

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