Claudio Tolcachir: Emilia



Recuerdos de la infancia

Hoy estrena, como autor y director, “Emilia”, basada en el reencuentro con su niñera.

Claudio Tolcachir vuelve hoy a Timbre 4, su espacio en Boedo, con Emilia. Una obra protagonizada por Carlos Portaluppi, Gabo Correa, Adriana Ferrer, Francisco Lumerman y Elena Boggan, actriz de Chivilcoy, que, a sus 69 años, debuta en el circuito porteño.

¿Qué te hizo trabajar en una nueva obra después de tres años?

Que hace poco reencontré a Emilia, la niñera de mi infancia. No pasó nada terrible, solo que ella me contaba cosas de mi niñez como si hubiesen pasado ayer; me daba detalles de los escondites donde me metía, de mi forma de racionar de chico y yo no recordaba nada de eso.

El inicio fue la imagen del niño que fuiste.

El punto de partida fue el aspecto más desorientador del recuerdo. Yo tenía la imagen de ser un chico muy tímido, encerrado en mí mismo y Emilia me describía, en cambio, como un chico sin ley. Otro punto también fue el amor de niñera-madre, es decir, una persona que trabaja haciendo un rol afectivo que con el tiempo se deja de necesitar. En la obra está la pregunta acerca de qué pasa durante el encuentro entre la niñera y el niño que crió, que ya no sólo es adulto, sino además un ser extremadamente fuerte. Sin embargo, la grieta del hombre sigue siendo la misma: la posibilidad del rechazo, de no ser aceptado.

¿Qué porcentaje biográfico volcaste en tus obras desde “La omisión de la familia Coleman” hasta acá?

Me veo en todos los personajes de las obras que hice, es más los armo a partir de los actos más impresentables míos. Sus lados más equivocados están hechos de mis propias debilidades y de mis zonas más incapaces. Yo entiendo todo lo que hacen mal, los escribo desde ahí sin juzgarlos.

¿Las conductas humanas estarían sobre lo narrativo o la “anécdota” de una obra?

Al principio sí, porque antes de escribir me aparecen secuencias. En El viento en un violín ( estrenada hace tres años en Timbre ) arranqué con la secuencia de dos mujeres que secuestran a un hombre y lo obligan a tener relaciones para que una de ellas quede embarazada. Después pensé que el hombre, más allá de la perturbación de haber sido obligado, encuentra el sentido de su vida al proteger a un niño. Entre las dos conductas había una contradicción muy fuerte. Esa secuencia se alimentó y finalmente tomó cuerpo en una historia.

“Emilia” es tu cuarta obra escrita, ¿te sorprende verte como autor?

Mucho, pero no me asumo como dramaturgo. Encuentro mucha libertad en la escritura, porque no estudié dramaturgia “legalmente”, no sé realmente nombrar las cosas. Es intuitivo.

¿Por qué dirigís?

La dirección es un laboratorio de prueba y error donde, con apenas un movimiento, podés encontrar el lugar justo para generar una magia. Escribiendo también escuchás las secuencias, pero lo que hace que funcionen es el director y los actores.

Hablabas de la escucha al escribir, ¿cuál es el sentido más potenciado al dirigir?

Para mí la música y el ritmo es el trabajo de cierre de un ensayo. El corte final es saber cómo ubico una pausa en un actor, nunca arranco por ahí porque el actor puede hablar rápido o lento, pero si no entiende lo que está diciendo es un problema. Para mí lo eficaz es lograr que entre las personajes involucrados en una escena haya tanta carga de pensamiento que no importa lo que digan. Es más, si el texto dice lo contrario a lo que hacen, mejor. En lograr eso pongo mucha atención.

Fuente: Clarín

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