Lucrecia Capello: Sallinger


“La magia la ponen los espectadores”

La célebre actriz argentina se luce actualmente en el Teatro San Martín con la obra Sallinger. Un repaso de su carrera, que muchos recién reconocieron cuando hizo un personaje en la tira El Elegido, el año pasado.

A tana, tana y media. Eso pensó Lucrecia Capello cuando vio el gesto de duda de su mamá y escuchó el “no” rotundo de su padre frente al planteo de: “Quiero ser actriz”, de una chica de 15 años, de Valentín Alsina y que le pedía a su familia que la dejaran viajar todos los días al centro para estudiar actuación. A los Capello no sólo les molestaba que la nena viajara sola, en una época con pocos transportes, sino que les preocupó la mirada social. “No era bien visto que una señorita decida ser actriz”, cuenta  ella, ahora sentada en un hall del Teatro San Martín, que casi conoce de memoria y en donde todos los empleados la saludan con un beso. Convertida en una dama del teatro, se luce en la puesta de Sallinger, un poema dramático sobre la obra del autor estadounidense.
En la pelea por la vocación, ganó Lucrecia. Y al final, ella pudo disfrutar del aplauso conmovido de sus padres cuando vieron que la nena actuaba junto a Alejandra Boero, Enrique Pinti, Héctor Alterio y Rubens Correa en el grupo Nuevo Teatro. Nunca dudó de su vocación. Hace poco, Lucrecia escuchó a su nieta de tres años que dijo que cuando sea grande, será bailarina. Y ella se acordó: “A esa edad decía lo mismo. Primero dije bailarina, porque no sabía qué era ser actriz. No tuve dudas nunca. Como hay gente que tiene incorporada la guerra en su vida, lo que yo siempre incorporé en la mía fue el teatro.”
A los 27 años, una Lucrecia que como ahora era flaquita y con una voz imponente, debutó en un escenario en el grupo Nuevo Teatro. La mítica actriz y docente Alejandra Boero fue la que le enseñó las bases de lo que sería su oficio. “Era una actriz independiente, no profesional, porque no ganábamos plata. Alterio, Pinti y yo éramos boleteros. Hacíamos la boletería y en un momento cortábamos y nos íbamos a hacer las funciones”, dice.
Fueron épocas de incertidumbre económica, pero no tener plata no significaba no hacer teatro. “Nos juntamos con dos mangos a hacer una obra. Nuevo Teatro fue el último teatro independiente que se cerró. La municipalidad de Buenos Aires, en ese momento, nos exigía de todo y cerraban la sala con cualquier excusa; se notaba la llegada de la dictadura”, recuerda.
Entre 1971 y 1975, Lucrecia vivió en Estados Unidos y Europa, de festival en festival, con el grupo Once al Sur, que integraba junto con Rubens Correa, que en ese momento era su esposo. “Fue una de las experiencias más gratificantes de mi carrera”, dice. Pero la felicidad duró poco, porque cuando llegaron a la Argentina sufrió el ataque feroz de los militares. “Cayeron a mi casa a matarnos. Lo digo así, no puedo usar otra palabra, porque eso fue lo que pasó. Nos fueron a buscar, como si hubiesen ido a buscar a Santucho (guerrillero, comandante del ERP). Entraron armados a mi casa, nosotros no estábamos. Revolvieron y destrozaron todo. Cuando nos enteramos, decidimos escondernos, no nos quisimos ir, porque ya veníamos de estar cuatro años afuera. Nos quedamos escondidos más de ocho meses y después empezamos a salir de a poquito, para trabajar”, dice Capello, y no quiere dramatizar. “Es algo que le pasó a mucha gente. Nos escondimos en casas de amigos y nunca más volvimos a nuestro hogar. Fue un momento terrible, para colmo ahí nació mi hija y más miedo me daba todo eso. Porque cuando tenés un hijo, tenés más miedo. Pero bueno, acá estamos”, piensa Capello y se acomoda su pelo rubio y brillante.

COQUETA Y ENTRENADA. No quiere decir su edad. “Ni loca te lo digo”, dice, y sólo aclara que es una señora grande. Grande pero vital. “Hay que entrenar mucho el cuerpo. Yo soy una mujer grande y me siento flexible como cuando tenía  20 años. Esto es así porque todos los días de mi vida, por lo menos 20 minutos, hago algo. Casi siempre entreno dos horas. Son ejercicios físicos que hago en mi casa, después de tantos cursos, ya tengo mucha idea de qué es lo que tengo que hacer”, informa Capello sobre los secretos de su vitalidad.
Cuando era joven, dice, patinó y jugó al básquet y durante un año hizo un curso en Nueva York con un discípulo de Eugenio Barba, el impulsor del teatro antropológico. “Entrenábamos cuatro horas por día, con el sistema de Grotowski (un famoso director polaco que le dio mucho valor al trabajo corporal). Así me fui armando mi clase, mi forma de entrenar”, cuenta Capello y avisa que el cuerpo se oxida, así que no hay que dejar nunca de moverse.
“Mantengo la vitalidad y me encanta comer. Pero trabajo mucho el cuerpo y la voz. Esto lo quiero decir porque nada es mágico en el teatro. La magia la ponen los espectadores, pero nosotros no, lo nuestro es trabajo, trabajo y trabajo”, dice.
Tanto esfuerzo deja sus huellas en el cuerpo de esta señora actriz. Cada noche, después de estar en escena durante más de dos horas y media en Sallinger, Capello no se puede dormir hasta las cuatro de la madrugada. “Termino hecha pomada de la obra. Me voy cargando con todos los monólogos, con todo lo que pasa y después no me puedo dormir hasta las cuatro de la mañana”, explica.
Por eso, después de cada función, Lucrecia elige entre ir a cenar con amigos o cocinar algo en su casa, mientras escucha música. Fanática del rock, escucha a Charly García, Spinetta y, hace poco, conoció a la banda Los Tipitos y le fascinaron. “Hablo con algún amigo actor, que tampoco se pueda dormir y, así, compartimos el insomnio. Me llamó mucho con Rita Cortese, que sé que está en la misma que yo. Los actores terminamos con mucha adrenalina y tenemos que bajar un poco. No es que seamos personas sufridas, pero uno se carga de lo está diciendo y con la energía del público. De la misma manera que uno puede salir cargado de una oficina, donde hay un ambiente espantoso.”
Hay algunos méritos de su trabajo como actriz que para Lucrecia son cuestiones que están en sus genes. “Hay algo genético, de la dicción, de la potencia de la voz. Como buena tana, tengo voz de ópera, pero todos los tanos la tenemos, aunque no sepamos cantar. Si tenés buena voz, una estatura mediana y flexibilidad en el cuerpo, que son cosas que te da la vida, y se trabaja con eso, mucho mejor. Pero me acuerdo de la frase de Roberto Arlt: ‘Con prepotencia de trabajo, se pueden hacer cosas maravillosas’. Las personas que no están dotadas, pero trabajan y trabajan, le pasan de largo a los dotados”, dice, segura.
La mayoría de los amigos de Lucrecia Capello son actores. Su hija Martina se crió en el ambiente teatral y conoce a todo su entorno. Ahora, su hija se dedica a sus dos pequeños hijos. “Yo si la veo bien, que haga lo que quiera. Lo mismo pienso de mis nietos. Es que yo he sido tan feliz en mi vida haciendo lo que me gusta, que lo que más les deseo a mi hija y a mis nietos es que les pase lo mismo que a mí”, dice.
Y entre las cosas que más le gustan hacer, Capello resalta: “Lo que más me gusta en la vida es salir a comer con amigos y tomar un buen vino, preferiblemente malbec”. Su voz potente, de tana que sabe proyectar, resuena en todo el hall del San Martín. Flaca y chiquitita, Capello se hizo notar.

La madre bipolar de Paola Krum

Acostumbrada a combinar televisión y teatro, el último trabajo en teve de Capello fue en la novela El Elegido, como la madre bipolar de Mariana, el personaje interpretado por Paola Krum. “Fue hermoso. El personaje lo fuimos haciendo con los autores. Lo que yo hacía, lo tomaban los autores y volvían a escribir. Me encantó. Fue muy grato trabajar con ese elenco”, dice. Pero tanto trabajo (largas jornadas en televisión y a la noche teatro, con la obra El burgués gentilhombre) terminó por afectar su salud. “La pasé un poco mal. No fue algo grave, pero bastante dramático porque se tuvieron que pedir dadores de sangre. Tuve un divertículo y al mes ya estaba perfecta. Pero eso me pasó por el gran estrés de hacer televisión y teatro al mismo tiempo, que nunca más lo vuelvo a hacer. O televisión o teatro y con eso estoy bien. A mi edad no puedo llevar ese ritmo”, explica. 

El personaje en Sallinger

Lucrecia Capello es una de las protagonistas de Sallinger, una de las apuestas más fuertes del San Martín, sobre la obra del autor estadounidense y escrita por el francés Bernard-Marie Koltès.
“Koltès propone mucha soledad de los personajes. Están todos muy solos. Es una familia disgregada por los dramas de la guerra. El padre dice después de Corea, Vietnam y después será otra cosa, porque ese es el círculo de la vida. Ese bocadillo a mi me perfora el cerebro. Porque si hoy uno escucha un hombre medio estadounidense, también piensan así. Su vida es la guerra. El personaje que hace mi marido, sabe que fue a la guerra, es veterano y que van a ir sus hijos y sus nietos. Todos los estadounidenses tienen la bandera en la casa. Mi personaje cuenta cuentitos hasta que en un momento se calla y no habla más. Ella se encierra en su dolor, con un hijo que se le murió, con otro que se le va a morir y con la hija que se le va a ir. Como todas las madres, sabemos lo que va a pasar”, explica.
Capello siempre está dispuesta a hacerse cargo de los desafíos que le pide un director y cuenta: “Este director, Paul Desveaux, hizo un largo trabajo de mesa, casi de un mes. Estuvimos diciendo el texto, pero no hablando de la psicología de los personajes. Él decía que la motivación te la da el texto, que teníamos que incorporar el texto en el corazón, en el plexo solar y fuimos metiéndonos y descubriendo los personajes a medida que repetíamos los diálogos. Es un texto muy intenso, sumamente poético”.

Fuente: Tiempo Argentino

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