Quidam


Quidam supera la barrera del asombro

El Cirque du Soleil se vuelve a presentar con una propuesta plena de poesía visual y destrezas deslumbrantes

Dentro de los tres espectáculos de la factoría Cirque du Soleil que pasaron por Buenos Aires, Quidam es el más nuevito aunque ya tenga 16 años. En comparación con sus dos antecesores, depuró su escenario, le quitó cierto barroquismo apostando a una puesta en escena más limpia y teatral. Aun en términos musicales dejó de lado ciertas influencias new age que aparecían en Saltimbaco y Alegría, los espectáculos que pisaron estas tierras. Hay que reconocer que esos despojamientos suman notablemente en la puesta que, como es costumbre en ellos, comienza con una escena de una enorme poesía visual.

Como en los trabajos que ya vimos en esta ciudad, el montaje está apoyado en una excusa narrativa que sirve de disparador (en este caso, una niña perdida en su mundo junto a un ángel protector que no levanta vuelo y una especie de maestro de ceremonias). Ellos la guían por un recorrido onírico cargados de citas plásticas que hacen referencia al mundo de Magritte. Cada imagen tendrá su contra escena y a lo largo de las tres horas que dura el espectáculo, contando su intervalo de 30 minutos, el recorrido hace su paseo inevitable por el mundo circense, raíz fundamental de todos los trabajos de esta compañía de fama mundial fundada en 1984 que este año ya estrenó tres montajes.

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