La gran magia


En busca de una dulce quimera

Una creativa puesta confirma la calidad del texto del dramaturgo napolitano, que da cuenta de los artificios de una clase acomodada y de otra que emplea todo tipo de argucias para sobrevivir. La pieza expone a desplazados sociales y sentimentales.

Observador minucioso de las situaciones que delatan un deterioro social, el actor y dramaturgo napolitano Eduardo De Filippo da en esta obra testimonio vivo de una clase acomodada y de otra que emplea todo tipo de argucias para sobrevivir. El mago Otto pertenece a esta última. Sus trucos son tan simples que llevan al espectador a preguntarse qué clase de procesos se producen en la mente para asimilar tanta impostura. Siguiendo las indicaciones del texto, la puesta de Daniel Suárez Marzal revela el artificio de la rutina del sarcófago, cuya tapa se abre de cara al público. Una rebeldía a los códigos que pone en entredicho la ficción teatral y la magia. Otto tiene fama de atrapar a su auditorio, acaso por su habilidad para provocar la sensación de peligro personal, o por su sagacidad para elaborar un discurso totalizador partiendo de un detalle o una circunstancia mínima. Su estrategia es la correcta, siempre que se acepte que la verdad no existe fuera de la conciencia. Veloz para inventar argucias ante los imprevistos, se diferencia de aquellos a los que busca enredar. Estos son, en principio, los veraneantes de un lujoso hotel de la costa napolitana; gente dispuesta al chisme y a las conversaciones banales. La excepción es Calogero Di Spelta, quien, tieso en su traje, callado y vigilante, cela a su mujer, exigiéndole una fidelidad sin sustancia. Una característica de las comedias de época, donde los equívocos familiares constituyen el centro. Calogero es un fracasado en el amor, situación que lo ubica entre los desplazados sentimentales y lo convierte en candidato a romper la máscara que lo retrata impávido frente a cualquier chanza.

El Otto captado con inventiva por el actor Víctor Laplace concentra todas las picardías y es en este aspecto la contracara del vulnerable Calogero que interpreta Gustavo Garzón. El mago elude el hecho conflictivo o lo ataca con artilugios, y es quien sin proponérselo despierta en el engañado la idea de que puede crear su propio imaginario, un mundo ilusorio que –según el entramado social y sentimental en el que se halle cada cual– se relaciona con la conquista de la libertad personal. Es así que frente a una realidad cambiante, donde Otto saca beneficio del estado de distracción de los otros, Calogero, en plena crisis de identidad, descubre “la gran magia”, que en su caso es apropiarse de su ficción y de su vida y transformarse tomando como guía la ilusión, “dulce quimera”, como la calificó, entre otros, el director italiano Giorgio Strehler, cuando en 1984 estrenó esta obra en su Teatro Piccolo de Milán.

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Lugar: Teatro Presidente Alvear, Av. Corrientes 1659 (0800-333-5254). Funciones: miércoles a sábado a las 21 y domingos a las 19.30. Entradas: platea 45 pesos; alta, 30, tertulia, 15. Los miércoles, platea y platea alta, 25 pesos y tertulia, 10 pesos. Duración: 100 minutos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Hola.

La obra me pareció tan buena que estoy buscando el texto traducido.
¿Alguien sabe dónde puedo encontrarlo?

Mil gracias.

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