Hisham El-Naggar: Los que volar no saben


“Ahora las alas tienen precio”

En la pieza teatral montada en el Beckett, el autor pone el foco en “un núcleo de superpoderosos”. En la acción, que transcurre en Córdoba, madura la tentación de resucitar las ideas fascistas criando un superhombre alado para esclavizar a la humanidad.

Nacido en Egipto, el dramaturgo Hisham El-Naggar vivió en Suiza, El Líbano y Estados Unidos antes de radicarse definitivamente en la Argentina en 1995. En Buenos Aires estrenó Un café con el Sr. Lenin (donde él mismo interpretó el papel de Lenin), La mujer del manto gris, Budapest, Los bárbaros despiertan y Cruz blanca sobre fondo rojo. Estrenada bajo la dirección de Diego Cosin, El-Naggar acaba de dar a conocer otra de sus piezas, Los que volar no saben. Con un elenco integrado por Robert Cox, Antonia De Michelis, Alejandro Gennuso, Maria Heller, Román Puente, Marina Rouco, la pieza puede verse los domingos a las 20.30 en el Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556). La acción transcurre en las sierras de Córdoba, en 1962. Una mujer que se dice marquesa recuerda la época en la que servía el té a sus amigos, Adolf Hitler y Benito Mussolini, mientras madura la tentación de resucitar las ideas fascistas criando un superhombre alado para esclavizar a la humanidad. “Este deseo, esta ingeniería de ánimos, siempre existió –afirma El-Naggar en conversación con Página/12–, porque las sociedades civilizadas siempre intentaron infundir lo que llamaban sus ‘valores’ a la mayor cantidad posible de ciudadanos. Las religiones tampoco se quedaron atrás, y las ideologías, menos. La primera vez que visité la Argentina, en 1989, tuve la extraña impresión de haber vuelto a un lugar que ya conocía. Y para un escritor, semejante experiencia es de por sí inspiradora, dando lugar a recuerdos imaginarios de caminatas por barrios vagamente familiares y hasta de conversaciones con personajes ficticios pero inexplicablemente verosímiles.”

–¿Cómo fue su primera visita al país?

–Duró cuatro días, así que de la vida cultural porteña no pude conocer en esa oportunidad más que el Teatro Colón. Pero algo en esta ciudad te hace embeberte con su cultura mientras vas explorando sus calles. Si es, como dice Borges, tan eterna como el agua y el aire, entonces es patrimonio de todos. Aun los que no dominan su jerga –en aquel entonces yo distaba de dominarla– pueden formar parte del extraordinario sainete porteño de todos los días.

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