Gerardo Romano: Un judío común y corriente


Gerardo Romano: "El arte le da sentido a mi vida"

Protagoniza Un judío común y corriente, con una temática sobre la intolerancia y la injusticia que toma como "sanadora" y constructora de memoria

Fascinación y misterio: ¿en qué consistirá -se preguntó Gerardo Romano al descubrir la obra Un judío común y corriente-, ser judío y vivir en Hamburgo, en la propia matriz de lo que siete décadas atrás fue la ascensión del nazismo, la cuna del mayor genocidio al que asistiera la humanidad?

El soliloquio del autor Michael Lewinsky describe las tribulaciones de un ciudadano alemán convocado por un docente de Ciencias Sociales que, tras explicarles el nazismo a sus alumnos de una escuela secundaria, quiere complacer el requerimiento de conocer un judío.

Casi dos años después de aquel hallazgo inicial, Romano busca la respuesta en el escenario: se presenta en el Maipo Kabaret, bajo la dirección de Manuel González Gil. "El monólogo recorre la judeidad, el nazismo, el ser humano mismo -detalla el actor-. Es esencialmente una obra metafísica, que echa una mirada sobre las tres religiones monoteístas".

También es una oportunidad de bucear en su propia alma y reconocer desde las vísceras cómo comprendió brutalmente los márgenes de la condición humana: "Tenía siete años. En la calle Corrientes había librerías de vereda a vereda, desde Callao hacia el Bajo. Caminando rumbo al club al que iba, en una de esas casas de libros apilados vi una muestra fotográfica acerca del horror de Nagasaki e Hiroshima. Seres incendiados, muertos, lapidados por la deflagración mundial. De inmediato, establecí un parangón con los campos de exterminio y de genocidio nazi. Eso me hizo un chico tremendamente melancólico, escéptico y pesimista, que se daba de bruces contra el mandato familiar y ontológico de ser católico".

-Tuviste un precoz aprendizaje del dolor humano.

-Y del vacío de las religiones. Los sábados escuchaba una misa, una homilía vacía y repetitiva, de un señor que hablaba con una cadencia tal que parecía que ni creía en lo que decía. Pasado el tiempo descubrí las contradicciones en que incurren las instituciones religiosas, que son mutuas, recíprocas y recurrentes. Al confrontar con los hechos, descubrí que en realidad eran actos coherentes: existió connivencia entre Hitler y el Vaticano, así como también tuvo el apoyo de las elites gobernantes de Europa porque querían destruir al comunismo.

-¿En qué cambió tu mirada a partir del descubrimiento de la guerra?

-En que también advertí un profundo antisemitismo. Tras un baño cristiano metafísico, hay seres amabilísimos, buenísimas personas, amantes de sus hijos, profundamente antisemitas. Y no establecen contradicción alguna.

-¿La obra revisa tus conceptos acerca del vínculo entre la religión y la intolerancia?

-El genocidio, una práctica de la modernidad capitalista, encuentra sus raíces en las cruzadas cristianas del papa Inocencio III. A comienzos del siglo XIII sitió las ciudades de Albi y Beziers, en Francia, y ordenó la muerte de veinte mil personas, herejes o no. Ya vería el Señor allá arriba quién iba al cielo y quién al infierno. Este concepto, que enraíza las cruzadas religiosas con las guerras ideológicas que tenemos en la actualidad, dio lugar a la práctica genocida moderna.

-Tenés una mirada escéptica sobre las religiones. ¿Cambiaste con el tiempo?

-Me volví ateo. Pero como me gusta que haya Dios, y me contiene que haya un más allá, me considero ateo como los definían en la Edad Media: aquellos que no creían en el dios de la religión dominante.

INCOMPRENSIÓN E INTOLERANCIA

Romano vive "en el campo", como define sin necesidad de dar más precisiones. Allí, como contrapartida del ruido citadino, "no hay mayor soledad e incomunicación, aislado y en contacto con la naturaleza". Pero entre el bucolismo de esa vida recoleta -donde la jardinería es una forma de acercarse al dios que él mismo se construyó- y la contaminación de la gran urbe, se cuela otra faceta del artista: la del pendenciero involuntario. "A veces ocurren cosas, como haber emitido opiniones favorables a algunas medidas del Gobierno. Inmediatamente -a partir del antagonismo entre grieta y relato- aparece la descalificación. Entonces resulta que yo soy un actor K, y a partir de ahí, soy puto, o sidoso. No te puedo explicar lo que son las redes", acepta Romano.

-¿Cuánto te afecta?

-Mucho. Porque allí entra mi hijo [Lucio, de 28 años]. Forma parte de ese pequeño genocidio que se comete en las redes sociales. Hay mucho que tiene que ver con lo anal. Todos me acusan de ser puto. Insisten mucho con el sida y con la cocaína. "Sos un merquero, se nota cuando hablás." Ni siquiera fumo tabaco. Tienen esa impunidad.

-¿Qué conclusiones sacás?

-Es el comportamiento del ser humano. Todos recordamos en la secundaria algo que en aquel momento no sabíamos que se llamaba bullying. Y que podía terminar siendo que entre todos le escupieran, le pegaran o patearan a un chico que estaba en el suelo, que a lo mejor era gordo, o usaba anteojos o era judío. Yo vi eso. En el colegio. Y también vi en el Colegio Nacional Sarmiento, cuando ingresé, a los 13 años, a un alumno -que pertenecía a la agrupación nacionalista Tacuara- que le pegó un tiro a un chico de 15 años que se llamaba Edgardo Trilnik. Así que subir al escenario a decir esto me reivindica casi lo que quería decir toda mi vida.

-¿Estás hablando de la injusticia? ¿De las asimetrías sociales? ¿De la intolerancia?

-De la incomprensión. Te voy a confesar algo que me duele confesar. Mi madre fue a un colegio religioso: era pupila en el Colegio del Carmen. Era la persona más buena que conocí. Una vez tuve un juicio en donde me reclamaban un millón y medio de dólares. El juez, en un momento, se quedó a solas conmigo y me dijo: "Yo conocí a su madre. La forma en que ella acariciaba a mis hijos y sonreía cuando subía al ascensor era de una persona de una sensibilidad y un amor únicos". Y esa madre amorosa a ultranza, una buena persona que siempre sonrió, que jamás escuché insultar a nadie ni tener un pensamiento maligno respecto de alguien, era larvadamente antisemita. Porque los judíos habían matado a Dios, porque se tomaban la sangre de los niños católicos, porque Cristo había expulsado a los mercaderes del templo: ¡el predicador del amor había sido violento con esos seres despreciables!

-¿Por qué elegiste Un judío común y corriente y no otra obra?

-Porque me tomo el arte -y el teatro en particular- como algo que le da sentido a mi vida. Volví a comprenderlo días atrás. Visité el Museo del Holocausto. Alguien de la dirección me reconoció y se presentó. Entonces le expliqué lo que me pasaba y por qué elegí hacer esta obra. Le hablaba de cierto aspecto sanador, de una sensación placentera. Entonces me dijo: "¿Sabés qué es lo que te produce esa sensación? Que vos sabés que estás construyendo memoria". Porque por buen actor que seas, como Alcón, te vas a morir; aunque escribas como García Márquez o Galeano, te vas a morir; aunque cuentes anécdotas como China Zorrilla, te vas a morir, o aunque juegues al fútbol como Maradona, te vas a morir. Lo que permanece es la memoria.ß

UN JUDÍO COMÚN Y CORRIENTE

De Michael Lewinsky

De miércoles a viernes, a las 20; sábados, a las 21.30; domingos, a las 19.30.

Maipo Kabaret, Esmeralda 443.

"TOTALMENTE FUERA DEL CIRCO MEDIÁTICO"

Las opiniones de Romano sobre el caso Nisman durante un almuerzo de Mirtha Legrand tuvieron una desbordada reacción en las redes sociales. Algunos hasta las calificaron de deliberadas. "No especulo sobre eso. Lo hago espontáneamente, porque surge el tema. Acepto que digo cosas que no son del consenso de la mayoría o que la mayoría piensa y no dice. Yo le había pedido a Mirtha Legrand que me invitara para poder promover la obra, y ella había aceptado. Como ya sé cómo piensa, quise ser lo más cuidadoso posible. Me propuse no hacer ningún planteo. Hasta que ella tomó un cartoncito de la mesa y dijo: «Acá hay alguien que quiere que opinen del caso Nisman». De los seis que estábamos en la mesa me eligió y me preguntó si tenía opinión formada. Le respondí que sí. «¿Querés decirla?», me consultó. Yo, sabedor de lo que iba a decir, le repliqué: «¿Querés que te la diga?». Obviamente, dije lo que pensaba. Eso produjo una especie de rebote mediático y de cosas que me pasan en la calle con la gente. Y todo se sintetizaba en haber dicho que Nisman era un pésimo funcionario y que se había suicidado, y que la conducta de Arroyo Salgado dejaba que desear como funcionaria, invadiendo otra jurisdicción, metiéndose en otro proceso y no concurriendo la fiscalía con la querella. Como soy abogado y fui funcionario del Ministerio de Justicia -jefe de la División de Sumarios- durante 10 años, tengo claro de lo que estoy hablando." Y aunque no pudo evitar la repercusión mediática sobre su opinión, él afirma que se siente "totalmente fuera de lo que llaman el circo mediático".

Fuente: La Nación

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