César Brie


El teatro o la voz del presente agazapado

Creador del Teatro de los Andes en Bolivia, clama por el espacio a los artistas para ejercer su oficio.

No soporto a quien va al teatro con la nariz y el cerebro tapados. "No hace vibrar mis cuerdas." ¿Y cuáles son esas cuerdas? ¿Cómo pueden amar cuerdas que los ahorcaron a un gusto, que les impiden ver las otras vidas, el arte creado lejos de ustedes, las visiones de quienes son diferentes? ¿Son cuerdas o son cepos? Miedo transferido al arte pero radicado en sus vidas.
No soporto las modas, las etiquetas: "popular, vanguardia, tecnológico, civil, de narración, tradicional, comercial, de figura, tric e trac".
¿Sos coherente? ¿Estás vivo?  ¿Tenés algo que decir, gritar? ¿Sabés hacerlo? Hacelo, decí tu verdad. El teatro son los teatros, las voces del presente que está agazapado, pulsa y quiere ser dicho, mostrado, expuesto.
No soporto lo "nuevo" a todas costas. Hoy parece nueva la sangre. Se lastiman las rodillas en la escena y se sienten unos mártires. ¿Nueva la sangre? Séneca escribía: "Aalgo del circo cansado de ver tanta sangre." En Roma el espectáculo era sangre y sexo. La muerte era el evento.
Los griegos al menos sabían que frente al horror, el arte tiene el arma del pudor y en vez de mostrar, sugerían, contaban lo que no era lícito mostrar.
¿Sus rodillas lastimadas serían lo nuevo, lo sincero? Tal vez ustedes son sinceros a pesar de sus rodillas lastimadas. Lo nuevo lucha, corre el umbral de lo que llamábamos bello. Tiene que ver con heridas profundas, con relaciones entre humanos ennoblecidas por el arte.
No soporto a los profetas que con el dedo alzado hablan de su propio teatro como modelo para los teatros trocando iglesias por teatros, búsquedas por fe y por dogmas.
Uno de ellos me dijo: "Vos sos mi San Tomás." "Si yo soy tu San Tomás, ¿vos serías mi Mesías?", respondí.
Yo no tengo un Mesías. Delante de mí, conmigo, detrás de mí, en contra de mí, camina una multitud: jóvenes, viejos, artistas de todos los rangos que hablan de sí y de otros, todos diferentes, únicos, llenos de candor y de odio, sin un centavo, tartamudeantes.
¿Cuántos funerales ya me hicieron? Etiquetas, siempre las mismas etiquetas. Yo no me ahorqué a sus gustos y modas. Yo estoy vivo todavía.
No soporto los viejos que no dan espacio a los jóvenes, no soporto los jóvenes que dan codazos a los viejos.
Den espacio a los artistas, lugares donde puedan ejercer su oficio. ¡Dénles la posibilidad de llamar su propio público y será el público el testigo de la validez del artista!
No soporto que los artistas no puedan tener un espacio donde representar que no sea posible para ellos (en santa pobreza, no en la miseria) ganarse los testigos que merecen y sobrevivir de ellos.
No soporto que unos artistas decidan sobre otros artistas.
El público me interesa no como masa sino como testimonio, testigo. Me importa saber si dije algo a alguien, si lo inquieté, si reconoció su propio dolor o historia en el dolor y la historia que le mostré.

(*) Brie por Brie. Nací en Buenos Aires en 1954. Fui el fundador más joven de la Comuna Baires (tenía 17) y trabajé con ese grupo hasta 1975.
La Comuna huyó de la violencia en el '74, luego de que un comando (que presumimos militar) secuestrara y torturara salvajemente a uno de nuestros compañeros, quien reapareció varios días después.
Me separé de la Comuna en Milán donde trabajé por cinco años en un centro social ocupado (un espacio donde hacíamos actividades artísticas y culturales). Allí hice el unipersonal Persiguiendo el Sol, que fue la obra que me salvó la vida.
Era 1978 y esa obra anticipaba los años futuros, se trataba de una radiografía implacable de la derrota de una generación que había perdido todo (menos el honor, por el cual nadie da un centavo y que sin embargo no tiene precio).
En el '80 me fui a Dinamarca. Todos escriben que Barba fue mi maestro, pero yo fui a trabajar con Iben Nagel Rasmussen. Ella fue mi maestra (y también mi esposa). Barba es maestro de Iben.
Me siento lejano de los postulados estéticos de Barba. De hecho, El Mar en el Bolsillo es una polémica artística con respecto a sus ideas.
Pero la ética de los actores del Odin Teatret, su devoción a su propio trabajo, su seriedad y compromiso son horizontes éticos en mi vida. Barba, con el cual mantuve una tensa y fértil relación, fue muy generoso conmigo. En el '91 inicié el proyecto para el cual estuve ahorrando dinero durante casi cinco años: El Teatro de los Andes de Bolivia.
Trabajé allí 19 años, hasta que una mezcla de circunstancias familiares, grupales y políticas hicieron que me vaya. Antes hice dos documentales: Humillados y Ofendidos, sobre un ataque racista a los campesinos de Chuquisaca organizado por las autoridades de Sucre, que me valió amenazas, insultos, incitaciones a lincharme, una golpiza y la promesa de asesinar mi esposa y mis hijas, y Tahuamanu, sobre la masacre de Pando donde conté sobre la responsabilidad objetiva en los hechos de un grupo paramilitar organizado por un caudillo local que estaba aliado con el gobierno de Evo Morales.
En el 2010 decidí irme de Bolivia. Dejé a mis ex compañeros el teatro del cual yo era propietario. Desde entonces no tengo una casa fija aunque resido en Italia y trabajo cada vez más en Argentina donde estoy intentando radicarme.
Desde mi partida de Bolivia he escrito seis obras teatrales, y montado 11 como director. Como actor he actuado en cuatro de ellas. En la actualidad trabajo en una obra sobre Simone Weil, como director, actor y autor del texto.
En abril se están presentando mis obras La mansa y El viejo príncipe, junto a la compañía Teatro Presente, con doble sede en El Galpón de Guevara (Guevara 326) y en El Banfield Teatro Ensamble (Larrea 350, Lomas de Zamora).
De vez en cuando duermo.

Fuente: Tiempo Argentino

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