La historia de un soldado

Stravinsky en Caminito

El origen del mito de Fausto, el hombre que vende su alma al diablo a cambio de un beneficio, hay que buscarlo allá por el siglo XVI. En 1587 el librero Johann Spies, de Fráncfort, publicó Historia von D. Johann Fausten, de un autor anónimo proveniente de Espira, que fue muy bien acogida por el público. Posteriormente, el personaje sedujo a Christopher Marlowe para escribir en 1592 el drama The Tragicall History of Dr. Faustus, en el que el autor retrata a Fausto con una personalidad humanista, renacentista. También lo intentó el escritor alemán Gotthold Ephraim Lessing, en 1760, y Goethe, en 1808, obra que se convirtió en la más influyente de toda la tradición fáustica.

Pero también atrajo a compositores como Wagner, Gounod, Berlioz y Stravinsky. Es la versión de éste, de 1917, conocida como La historia de un soldado, obra de cámara de neto corte popular, con características de espectáculo itinerante, que se presenta estas noches en La Boca.

El argumento, basado en un cuento popular ruso, narra la historia de un soldado que, de regreso a su casa, se encuentra con el diablo que lo engaña para que le cambie su violín (símbolo de su alma) a cambio de un libro que tiene la virtud de predecir el futuro. Es un alegato contra la guerra en el que se escuchan, musicalmente hablando, melodías de inspiración folklórica rusa, con matices jazzísticos que se perciben en su polirritmia.

Escrita originalmente en verso, la versión porteña estuvo a cargo de Beatriz Sarlo, quien no se limitó a traducir, sino que adaptó los versos para acomodarlos al lenguaje porteño sin perder la rima ni la esencia.

La puesta de Martín Bauer incluye a un narrador y tres bailarines que interpretan con la técnica de mimo algunas secuencias.

Muy lamentablemente el viernes de la semana anterior se tomó la decisión de instalar el escenario en la vereda de la Fundación Proa, en la avenida Pedro de Mendoza, iniciativa que no tuvo en cuenta el tránsito nocturno que, de esta manera, invadió la partitura de Stravinsky: micros, camiones, coches y patrulleros, que por ser las 20 horas corrían con mucha frecuencia. Además, se sumaron los tamboriles de una murga, que ensayaban a centenares de metros, pero cuyo sonido se acoplaba disonante. Con este entorno sonoro fue difícil concentrarse y disfrutar tanto de la música como del texto que estaba a cargo de Pompeyo Audivert.

La anunciada reapertura del teatro Caminito era de esperar que fuera en el pasaje y no en una avenida.

Fuente: La Nación

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