Gustavo Tarrío: Todo piola


“Esta obra permite pensar en el deseo”

Basándose en poemas de Mariano Blatt, el director puso en escena una obra tan enigmática como explosiva, con dos protagonistas que cruzan los mundos del baile y la actuación: “Las mieles de los primeros momentos del amor en un plano de total fantasía”, dice.

Cuando escuchó al poeta Mariano Blatt leer sus textos se emocionó profundamente. Algo en el modo en que se refería al mundo del barrio, de la amistad y de la explosión romántica lo hizo llorar. Gustavo Tarrío, 46 años, uno de los directores más personales de la escena local y a la vez de bajo perfil, ya había trabajado con poemas del cordobés Carlos Godoy en El hijo de Amateur. Nuevamente cautivado por otro autor joven, volvió a juntarse con el grupo de amigos-artistas con los que trabaja, esta vez a partir de la obra de Blatt. El resultado es Todo piola, tan enigmática como directa, explosiva, chispeante, que acaba de aterrizar en el Espacio Callejón (Humahuaca 3549), los viernes a las 23.30 horas. Los protagonistas son dos chicos de barrio, un varón (Eddy García) y una mujer (Carla Di Grazia), en pleno encuentro afectivo y corporal. Un espacio vacío, dos cuerpos vibrantes, versátiles y muy expresivos; poemas y textos que podrían escucharse en cualquier esquina y un viaje a un mundo de fantasía. Cuerpos que se enredan, que luchan, que se atraen. Danzas varias, humor, desenfado, desnudos que no producen golpes bajos. A ellos se suma la cantante y actriz Guadalupe Otheguy, casi una observadora que desde lo alto entona un puñado de canciones metafóricas y bellas, con una voz hipnótica que se pasea por donde ella quiere. Es dulce, armónica, diabólica. Aporta una dosis de extrañamiento desde lo alto, envuelta en un traje de piel larguísimo, como una mujer futurista salida de una caverna.

“Escuché a Mariano decir sus poemas y me conmoví mucho. Con Eddy y Guadalupe, de mi grupo de entrenamiento de Abrancancha, el espacio de experimentación que tuve hasta hace poco con Lorena Vega y Darío Levin, empezamos a trabajar inspirados en sus textos. Tomamos algunos poemas, y a partir de ese mundo Eddy y yo nos pusimos a escribir. Sumamos a Carla. La vimos bailar en La Wagner, de Pablo Rotemberg. Nos pareció muy atractivo que haya cierto parecido físico entre ella y Eddy. Como si viniera a desbaratar la expectativa que produce el poema del comienzo”, cuenta el director a Página/12. Es que en el inicio, el protagonista asume las dos voces de un poema que sugiere una relación gay. Y si uno esperaba la llegada de un varón, entra una chica, con su mismo look (remera de fútbol, short deportivo y zapatillas). “Encontramos una estructura que nos gustó: la posibilidad de un encuentro amoroso, desmenuzar ese vínculo, amplificar ese momento en el plano afectivo y erótico, de entrega total y mucho despliegue físico”, agrega. Y lo hacen entrando en un mundo a la vez reconocible (la forma de hablar y de vestir) y extrañado (los movimientos, la música). “Nos sumergimos en ese momento de encuentro, de la posibilidad del romance como un paraíso artificial donde todo está bien, donde las fantasías se despliegan a fondo. Trabajamos con las de los chicos y con las mías, que soy de otra generación”, confiesa. Y por eso de a ratos se mueven como monos, o ella lo encandila con sus pasos de zapateo americano, o rebotan contra las paredes de tanta energía. “Son las mieles de los primeros momentos del amor en un plano de total fantasía “, agrega.

En este ámbito imaginario, no hay nada de cumbia ni de reggaeton: “Las canciones de Guadalupe son voladas, no están hechas para que la narración avance. Una es medio española, otra con aires de cabaret. Ayudan a posar los ojos en la acción y ayudan a entrar en el espíritu de lo que está pasando”, advierte. En este espacio vacío en el que los cuerpos se cruzan con fuerza y velocidad, como salidos de una película de acción, no hay nada de utilería. Tan sólo unas perlas blanquísimas que ellos usan para mirar a través, generando un manto de sombras como si fuera el follaje de un bosque (un sutil trabajo de luces de Agnese Lozupone). “No sabemos bien qué son, se armó el debate entre nosotros”, dice el director. “Podrían ser pastillas que toman para pasar a otra dimensión.” En el momento de un cómico desenfreno sexual, las perlas caen de a miles desde lo alto como meteoritos y rebotan formando círculos y líneas etéreas en la oscuridad. La imagen es muy linda. Y cuando los personajes se mueven desnudos, cuando se chupan los codos, lo hacen con naturalidad y diversión. “Hay algo propio de esa edad en que la sexualidad puede ser muy divertida. No buscamos ser efectistas, por más que el desnudo siempre produce un impacto, sino mostrarlos desde un lugar de naturalidad”, explica. El dominio corporal de ambos es tremendo: Tarrío aclara que Eddy no es bailarín y que se dio un proceso de cruce. “Eddy se la pasa moviéndose, entra en el terreno de ella, la danza, y Carla en el de él, la actuación”.

Sobre el final hay un doloroso retorno a la soledad inicial, pero el encuentro, para personajes y público, fue muy entretenido mientras duró. El mismo Blatt acompañó buena parte del proceso, vio un ensayo, finalmente estuvo en el estreno y le encantó. “Si bien es un espectáculo muy evasivo, de pura fantasía, creo que permite pensar en el deseo más allá de los géneros.”, concluye Tarrío.

Fuente: Página/12

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