Rinoceronte


Un Ionesco tan inagotable como actual

La clásica pieza del absurdo y el existencialismo llegó a Buenos Aires en una excelente versión de la compañía francesa De la Ville, que se presentó en apenas tres funciones durante el pasado fin de semana en el San Martín.

Una luz que deforma. Ilumina a un hombre, pero así presentado, parece un ser extraño. Esa extrañeza es una constante de Rinoceronte, la obra de Ionesco que presentó el pasado fin de semana la compañía de teatro De la Ville de París.
El espectáculo es una máquina perfecta que encuentra una manera de decir lo indecible y que con una puesta inteligente y actuaciones tan creíbles, que hacen que aceptemos como natural la distorsión. No sucede muchas veces, pero los efectos de esta pieza quedan en movimiento en la mente del espectador. Entre la perturbación y la admiración, el teatro que cuenta de esta forma parece el espacio más vital para describir la humanidad.
La compañía de teatro De la Ville de París estuvo por dos días en el Teatro San Martín y su presentación fue uno de esos sucesos de los que cuesta recuperarse. El director del espectáculo, Emmanuel Demarcy-Mota, estrenó la obra en 2004 y desde esa fecha han viajado por el  mundo, entre los reconocimientos y un Ionesco inagotable y actual.
Rinoceronte es una de las obras más políticas de Ionesco, sin abandonar esa descolocación absurda propia de su teatro. El protagonista, Berenger, es un hombre simple, pero cuando se enfrenta a la transformación de sus conciudadanos en animales salvajes, se mantiene fiel a su naturaleza.
El director sostiene que Ionesco escribió esta pieza en alegoría a una situación que vivió en 1930, cuando sus mejores amigos, su entorno y, poco a poco, todos sus compatriotas en Rumania se volcaron al fascismo. ¿Por qué motivos nos volvemos rinocerontes en esta época? Demarcy-Mota sostiene que lo hacemos por cobardía, por comodidad y por pereza, sin que nadie nos lo demande.
Nada sobra en la puesta francesa. No hay nada al azar. Cada movimiento, cada gesto, cada silla que se mueve, está justificado por una puesta coreográfica. Las actuaciones son rítmicas, tanto desde las acciones como desde la forma de hablar y las caras de los personajes tienen una naturalidad que distancia en un universo exótico. Sin necesitar de grandes recursos tecnológicos, la puesta transita un pueblo, la vida de oficina y hasta ese extraño mundo en el que la mayoría son los rinocerontes y no las personas. Y sí, aparecen en escena estos animales grises, de cuernos, y creemos que están allí y que el hombre perdió su batalla en la sociedad. Todo se construye desde la luz y la ausencia de ella –algo muy difícil de lograr– y una música que perturba y aporta más extrañamiento. Después, las actuaciones y el texto hacen los suyos. ¿Cómo una persona puede volverse un animal salvaje sin más ayuda que su propio cuerpo? Los actores de la Ville dan cátedra: no hay efectos especiales, hay cuerpos no domesticados, que todavía pueden expresar.
Ionesco deja frases memorables: "No me acostumbro a mí mismo", "Me pesa la sociedad", "Vivir es algo anormal", "Hay que remplazar la moral con la naturaleza" y "El humanismo está acabado". Sin embargo, para el final, hay un mensaje esperanzador: el único hombre que queda sobre la Tierra, que no se entrega al cambio, que no quiere ser salvaje, propone reconstruir la sociedad. Ionesco enfrenta a los espectadores con sus propios enigmas. Y, tal vez a su pesar, ver sus obras nos hace bien, nos hace mejores. Aunque para él no existe tal cosa como el futuro de la humanidad.  «


Rinoceronte

Autor: Eugene Ionesco.
Director: Emmanuel Demarcy-Mota.
Elenco: Charles Roger Bour, Jauris Casanova, Valérie Dashwood, Philippe Demarle, Sandra Faure, Gaëlle Guillou, Sarah Karbasnikoff y otros.

Fuente: Tiempo Argentino

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