Asuntos pendientes


Un viaje al infierno

Una vez más lo ominoso, bajo la máscara de la normalidad, aparece en esta nueva obra del autor, actor y psicoanalista Eduardo Pavlovsky como el rasgo más inquietante de lo que se muestra teatralmente. Un padre de familia, Aurelio, convive con su mujer en un hogar al que también pertenece un hijo adoptado, que en el momento de iniciarse la pieza no está presente en el escenario. La relación de ambos cónyuges es calmada, de comprensión: ella se ocupa de algunos asuntos caseros y él le cuenta algunos hechos que dice haber vivido en esos días.

La apacible atmósfera de esa escena, que incluso en un momento posterior se refuerza con la alegría del regreso del hijo de Misiones ("qué linda familia hemos formado", dice el padre en un pasaje), comienza, sin embargo, a ser cruzada por las escalofriantes imágenes que surgen del relato del hombre. Primero es la visión casi baconiana de una fila de chicos anémicos, chagásicos, hidrocefálicos y enfermos de sida que son llevados a la Costanera y obligados a tirarse al agua, en una suerte de eutanasia colectiva. Luego se describe a un hombre que mata a un chico de un balazo, el incesto de la mujer con el hijo, pormenorizado con detalles soeces, y otras escenas de extrema violencia o patética risibilidad, pero siempre jugadas en un tono de impertérrita naturalidad.

Como es típico en el teatro de Pavlovsky ( El señor Galíndez, Potestad ) , la narración no sigue un hilo argumental, es quebrada y sin ubicación espacial o temporal precisa. Y la historia se constituye con distintos retazos de la memoria, que buscan expresarse en el mismo orden caótico en el que surgen en la cabeza del protagonista. ¿Es Aurelio el asesino que describe en sus monólogos o un antiguo represor? Es posible, pero no importa demasiado. El autor no trabaja sobre identidades concretas, más bien lo hace sobre arquetipos de lo que él llama el "social-histórico", o sea, la época que vivimos.

Y hacia esa época, a sus crímenes sociales, a sus horrendas complicidades, abre una puerta esta pieza de Pavlovsky. Un viaje estremecedor a un infierno de raíz nacional que evoca al Saturno..., de Goya, o el conde caníbal Ugolino comiéndose a sus hijos, o abandonándolos a los más duros estigmas o miserias. Nada más que la entrada a ese infierno se concreta por la puerta de un hogar en apariencia corriente, como el de algunos de los vecinos con que nos cruzamos o dialogamos habitualmente.

La presencia actoral de Pavlovsky, con su magnético y atractivo estilo, asegura una vez más una potencia inusual a la versión. Susy Evans realiza además uno de sus mejores trabajos al lado de su marido y Eduardo Misch pica también muy alto. En un espacio con muy pocos objetos, y donde los excelentes diseños lumínicos y sonoros aportan un estímulo significativo a la imaginación de lo que se narra, la directora Elvira Onetto, quien ya ha acompañado al autor en otras experiencias, conduce las actuaciones con mucha exactitud y criterio escénico.

Fuente: La Nación

Sala: CC de la Cooperación / Funciones: viernes, a las 20

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