Nuestra señora de las nubes


Encuentro de dos perpetuos extranjeros

Dos personas se encuentran. Ella lleva una maleta; él, sólo una planta. Con esos pocos objetos ya nos adentramos en un universo que suena a desamparo, a exilio, a olvido, a tristeza. Es domingo, empieza a atardecer en Buenos Aires, tal vez caen algunas gotas, y acá, dentro de la sala, comienza la magia, la fantasía de lo teatral.

Ambos vienen del país Nuestra señora de las nubes , y entonces son extranjeros en donde se encuentren. Son ajenos. La obra narrará todos los encuentros ¿casuales? de estos seres por distintas partes del mundo, de un mundo de otro tiempo o de otro espacio, un mundo lleno de poesía, de recuerdos que duelen, que mueven, que molestan. Es que el autor de la obra es nada menos que Arístides Vargas, quien debió exiliarse en Ecuador en 1975 y que bien sabe los dolores de saberse un extranjero forzado. De esta manera, con un texto plagado de poesía, los actores van armando pequeñas historias y encuentros, al tiempo que recrean, también, escenas pasadas que vienen a sus mentes como flashbacks que deben desaparecer rápido para no lastimar tanto.

Las actuaciones de Nayla Noya y Fernando López son extremadamente sólidas, convincentes. Con una escenografía casi nula, los actores recrean estas microhistorias con pocos objetos y lo hacen a la perfección. Son niños, abuelos, pareja aristocrática, director de orquesta con una mujer que lo acosa hasta enloquecer; pasan por muchos estados, son muchas personas y siempre logran capturar a la platea. Como si en una valija entrase un mundo, van sacando de ella objetos que transforman la escena y a ellos mismos, y nos arrojan a distintos momentos y espacios. Un juego absolutamente teatral, metonímico al extremo, que nos permite con poco recrear mucho. Y claro, el espectador debe hacer su parte hilvanando todos los retazos de historias para convertirla en una grande.

Vale destacar a los músicos que están presentes en escena. Ellos son los encargados de nutrir a la obra en los intervalos entre cuento y cuento, aportando más poesía con sus instrumentos. Una obra bien actuada, bien dirigida, tal vez con demasiado texto, pero que cumple su cometido: indagar en el alma de dos exiliados, con sus penas y soledades. Un tópico muy recorrido por el teatro porteño, pero no por eso menos interesante.

Fuente: La Nación

Sala : La Tertulia, Gallo 826 / Funciones : domingos, a las 18

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