El crítico


Un duelo teórico sobre el arte

Se estrenó en el Teatro San Martín una obra del español Juan Mayorga, con dirección de Guillermo Heras. Los protagonistas son Pompeyo Audivert y Horacio Peña, con elementos de teatro dentro del teatro.  Si el teatro ha hablado de las grandes pasiones humanas, de los problemas sociales y de la injusticia, y si ha tratado lo profundo y lo banal, ¿por qué no puede hablar sobre sí mismo? Eso es lo que intenta el espectáculo El crítico, escrito por el español Juan Mayorga, que se estrenó hace una semana en el Teatro San Martín.

Si el teatro ha hablado de las grandes pasiones humanas, de los problemas sociales y de la injusticia, y si ha tratado lo profundo y lo banal, ¿por qué no puede hablar sobre sí mismo? Eso es lo que intenta el espectáculo El crítico, escrito por el español Juan Mayorga, que se estrenó hace una semana en el Teatro San Martín. La anécdota invita al espectador a conocer algo del misterio que sucede en el ambiente teatral cuando cae el telón: un reconocido autor espera la sentencia definitiva de un crítico la noche que estrenó su última obra. Tiene tanta ansiedad por conocer su opinión que lo va a buscar a su casa y le pide que escriba delante suyo. A partir de ese momento comenzará un debate sobre el arte, el rol de la crítica periodística y el ego de los artistas, que derivará luego en un conflicto personal.
Con la dirección de otro español, Guillermo Heras, en la pieza los actores Horacio Peña, como Volodia –el crítico– y Pompeyo Audivert, como Scarpa –el famoso autor– se asumen en este rol que les pide hacer teatro dentro del teatro. Es tal el análisis que se hace sobre el teatro, que la obra trasciende lo metadiscursivo: se habla sobre el teatro y, además, los actores representan una escena del espectáculo al que se refieren. Un festín para los semiólogos.
Pero desde el texto, Mayorga busca superar la idea de nicho que puede suponer referirse al rol del teatro, para tratar otros temas que luego derivan en lo más íntimo: una historia de amor que fracasó. También hay una mirada sobre el público: "Escuchaba la respiración de la platea y decía '¡El público está lleno de intelectuales!", comenta el crítico en un pasaje.
La obra está planteada como un duelo teórico sobre el arte y un duelo de actuaciones, y es en este último punto donde hay momentos de llanura y otros de picos interpretativos. Peña y Audivert son actores experimentados, pero en gran parte del espectáculo las actuaciones están instaladas en el discurso, de una manera bastante automática y por eso se pierde credibilidad. Si todo el tiempo se trabaja en un registro realista – naturalista, el tono de voz impostado, un tanto exótico, sólo produce un extrañamiento que alejan al público de la ficción.
Pero esta situación cambia cuando Audivert interpreta, dentro de la obra, al personaje del espectáculo al que refieren: un boxeador. Ahí, el actor se eleva en una escena lúdica, de incuestionable verdad. Es el momento de mayor teatralidad, se puede ver cómo se prepara un personaje y hasta qué punto se cree en él para olvidarse de uno mismo, convertirse en otro. Ya no podemos ver al actor "haciendo de", sino que surge un hombre en pleno combate, aunque esté vestido de traje y camisa.
En la pieza hay una intención de mostrar al crítico como un intelectual: "¿De qué sirve el teatro si también se entrega al enmascaramiento del mundo? Yo le pido al teatro que me diga la verdad", proclama este hombre. Para remarcar esta idea, la escenografía resulta obvia y desprolija: pilas de libros en el piso, muy ordenadas. Un mueble gigante, que sirve para guardar vinos, copas, libros y los abrigos, todo en el mismo lugar. Pero el punto más cuestionable de la pieza es la incongruencia con la época: en el mismo espacio conviven muebles antiguos, un teléfono negro, de disco y cable y un equipo de música que se enciende a control remoto.

Fuente: Tiempo Argentino

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