Daños colaterales



La búsqueda de la identidad

En la obra, sobre los años de plomo de la última dictadura, se luce José María López.

“El pasado siempre vuelve” es una afirmación clave, en el último tramo de una historia de connotaciones feroces. Con un tono de voz que remarca cada palabra, Casares, capitán retirado del Ejército, que participó de la dictadura militar del ‘76, se refiere a la aparición de un joven que busca su identidad. Ese muchacho encontró por casualidad la pista de su padre desaparecido, también integrante del Ejército, al que no conoció (como tampoco a su madre). Casares, que fue amigo de su progenitor, podría proporcionarle datos decisivos. Esa información removerá un pasado lejano, en el que jugaron un rol fundamental los sexagenarios Casares y Julia, mujer secuestrada, torturada y vejada en los años de plomo, que convive ahora con el ex capitán y represor.

Exhibiendo su habitual destreza narrativa, viejo lobo de mar, Roberto “Tito” Cossa (uno de los dramaturgos argentinos más valiosos) va colocando con precisión cada pieza del rompecabezas de Daños colaterales, sin repetir sus recursos expresivos durante los 55 minutos que dura el relato. De a poco van surgiendo la angustia del muchacho, que minuto a minuto quiere obtener más datos, la fría reticencia y negativas de Casares, y las dolorosas marcas morales de Julia, en medio de un clima tenso que reaviva, de pronto, la memoria de hechos aberrantes. Más allá de constituirse en un retrato riguroso y dramático (no exento de cierto humor ácido), el consagrado Cossa no supera creativamente sus obras mayores como La nona, El viejo criado, Gris de ausencia, Tute cabrero y Yepeto.

Con este material en sus manos, el sensible Jorge Graciosi construye una puesta eficaz, con desplazamientos ajustados y una correcta combinación de elementos escenográficos y lumínicos. Méritos que aumentan su importancia si se tiene en cuenta el limitado espacio de la sala chica del emblemático Teatro del Pueblo. Además, el director calibra adecuadamente los gestos desesperados, los silencios, las frases groseras (que las hay, en dos de los personajes) y el cinismo con aire de justificación de Casares en el desenlace.

En cuanto al trío de actores, José María López se destaca y distancia del resto con absoluta nitidez. Su capitán retirado es convincente, luce un buen registro vocal, de elocuentes matices, y maneja con exactitud sus movimientos corporales. López impone autoridad escénica. A su lado, Ana Ferrer le otorga credibilidad a Julia en varios pasajes (cuando recuerda su humillación y sufrimiento en los tiempos de la dictadura, la fuerte secuencia del cierre), pero no alcanza a transmitir con solvencia otros momentos. En el hijo que intenta descifrar su origen familiar, Fernando Armani transita en general por una labor superficial, con instantes en los que consigue meterse algo en su papel.

No obstante las mencionadas objeciones, Daños colaterales tiene el inconfundible sello de “Tito” Cossa, asumiendo por primera vez el desafío de adentrarse en un durísimo período de nuestro país. Un largo período imposible de olvidar.

Fuente: Clarín

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