Criatura de Dios



Disfrutar de la incomodidad

Detrás de una luz tenue, casi en penumbras, se alcanza a ver a alguien recostado inmóvil en una especie de camilla. Una pantalla circular muestra la actividad cerebral de esa persona: la línea del encefalograma se mueve en forma recta, allí no pasa nada.

Detrás de una luz tenue, casi en penumbras, se alcanza a ver a alguien recostado inmóvil en una especie de camilla. Una pantalla circular muestra la actividad cerebral de esa persona: la línea del encefalograma se mueve en forma recta, allí no pasa nada. De repente, ese cuerpo atado con papel film, se empieza a mover. Tiene la boca tapada con una manzana y la cabeza unida a través de resortes a una lámpara que cuelga del techo. Espasmos, gritos. No hay dudas, la criatura se despertó.
El protagonista del espectáculo Criatura de Dios, dirigido por Guillermo Angelelli, es un clown de nariz roja y pelo desprolijo interpretado por Darío Levin. No recuerda ni quién es, ni cómo hablar, ni muchas otras cosas: la obra habla sobre el redescubrimiento que este hombre-payaso experimenta acerca de él mismo y del mundo que lo rodea. Entonces aparece el sufrimiento, el dolor, la alegría, la curiosidad. El actor, con sus ojos tristes maquillados de color violeta, interpela al espectador como si esperara alguna respuesta. Su mirada es el reflejo de todas las sensaciones que atraviesa.
Levin construye un personaje andrógino que se mueve por el espacio vestido con un short ajustado y unas botas con plataformas altísimas. Lo corporal y lo gestual son la base de una pieza en la que casi no aparece la palabra hablada. Es en este punto donde se ve la marca distintiva de Angelelli. El director y maestro pone especial atención en el entrenamiento físico y vocal del actor. El cuerpo debe narrar y para esto tiene que adquirir –a través de técnicas de disciplinas como la danza y la acrobacia– un dominio preciso de cada uno de sus movimientos.
Esta criatura, mezcla de payaso, de hombre, de mujer y de recién nacido, no quiere pasar inadvertida. Se hace ver y también se hace sentir. Está solo en el mundo, necesita contacto, que respondan a sus pedidos y que se dejen filmar por él. Una pantalla en el fondo del escenario proyecta las imágenes que el clown –con una cámara– registra del público. Así, por un momento, las personas que se encuentran en la sala, son espectadores y actores al mismo tiempo. Una situación recomendable sólo para aquellos que puedan soportar su propia incomodidad.

Fuente: Tiempo Argentino

Sala: El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.

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