Esperando a Godot

Sesenta años sin Godot

Este año se cumplen sesenta del estreno en París de Esperando a Godot, acaso la obra de teatro más importante del siglo XX. En todo caso, la más representativa de la condición humana en esa centuria convulsionada.

Desde entonces nos preguntamos: "¿Quién es Godot?". Las tres primeras letras del nombre designan a Dios -el Dios único, creador del cielo y de la tierra- en inglés, con resonancias del Gott alemán. El autor (casi innecesario informar que se trata del irlandés Samuel Beckett) se negó siempre a definir o aclarar ese punto, dejando la interpretación a cargo de los preguntones. Nunca habrá, pues, una respuesta a esa curiosidad. Y, aparte de ser una actitud astuta de Beckett, esa conducta remite a la más importante cuestión, en realidad: ¿quiénes son -que son Estragón y Vladimiro- los protagonistas? Pero hay otros dos protagonistas, no menos importantes ni enigmáticos: Pozzo y su esclavo, Lucky. La atmósfera general de la pieza no difiere mucho de la de un relato de Kafka, de quien Beckett es, literalmente, un pariente cercano.

Interesa comprobar cómo, pese a la abstracción y la estilización evidentes de los personajes, los cuatro ostentan poderosos rasgos individuales que permiten los diferentes enfoques con que se los puede presentar, según la visión de cada director y pese al empeño, tanto de Beckett como de sus herederos, de ceñirse a una estricta fidelidad -casi maníaca- a las directivas de la puesta original, llevada a cabo bajo la obsesiva supervisión del autor.

Esta rigurosa norma ha sido, afortunadamente, pasada por alto en varias versiones en los últimos años. Fue la causa de que la obra no fuese estrenada en Buenos Aires mucho antes de aquella primera -y magnífica- versión dirigida por Jorge Petraglia. Efectivamente a poco del estreno en París, Héctor Bianciotti -por entonces, actor- se propuso dirigirla e interpretarla junto con Santángelo como Estragón, siendo productor el millonario Mario Wasserman. Bianciotti quería ubicar la acción en la pista de un circo, y Wasserman prefería ceñirse a las exigencias de Beckett: un lugar desolado, con un arbolito seco, y nada más. No se pusieron de acuerdo y el proyecto se frustró.

Como tantas manifestaciones artísticas en su momento consideradas de vanguardia, Esperando a Godot ha terminado por transformarse en un clásico. Por siempre seguiremos esperando a Godot; podemos estar seguros de que nunca vendrá. "Querido Bruto, la culpa no está en las estrellas, sino en nosotros mismos" (J.M. Barrie).

Fuente: La Nación

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