Festival Internacional de Teatro para Niños y Jóvenes


Drama, emoción y entretenimiento en un teatro infantil modelo Siglo XXI

A la variedad de géneros se suman un abanico de temas  que hablan de sexualidad, diversidad de género, discriminación, bulliyng, violencia, amor o angustias. Una tendencia que se verificó en el Festival Internacional de Teatro para Niños y Jóvenes que cerró el domingo en Córdoba, y que tuvo más de 17 mil espectadores.

Con dos globos y un payaso se puede entretener a los chicos, dice una vieja teoría. Pero después vino Hugo Midón, que le dio un golpe de timón al teatro creando. Fue el espantapájaros que dio la vuelta al mundo en busca de un nuevo oficio en La vuelta manzana, la democracia en Narices, la aparición de un cacerolazo en Huesito Caracú o los derechos del niño en Derechos Torcidos. Creó Midón un nuevo lenguaje.

Y lo hizo a la par de una sociedad que dejaba de percibir al niño como un adulto bajito. Así llegó una oleada de nuevos espectáculos para chicos. Pero ya no de esos que los hacían participar con preguntas sobre la bruja o la princesa, con actores-animadores que derrumbaban toda posibilidad de ilusión. No. Lejos de un globo y un payaso o un teatro participativo, Midón, que se convirtió desde los años setenta en modelo de sucesivas generaciones de teatristas dedicados a los niños junto con Adela Basch, Claudio Hochman y Perla Szuchmacher, entre otros, incorporó profesionales al vestuario, escenografía, iluminación, coreografía y música y pensó en historias que realmente les importaran a los chicos. 

Heredera de esta tradición, la sexta edición del Festival Internacional de Teatro para Niños y Jóvenes presentó una gran diversidad de obras infantiles. La oferta fue vastísima: disfraces, máscaras, marionetas, escenografías vistosas, objetos luminosos, teatros abarrotados de bebés hasta adolescentes y adultos sorprendieron al público cordobés del 3 al 7 de octubre con obras de Italia, Cuba, Bélgica, Chile, Córdoba, Mendoza, Buenos Aires, Río Negro, Santa Fe y Formosa. En total se presentaron más de 50 funciones en salas oficiales e independientes, calles, plazas, correccionales, escuelas y espacios culturales de Córdoba Capital e interior provincial, a donde asistieron más de 17.000 espectadores, incluyendo las murgas locales que se presentaron antes de cada espectáculo. Esta es la primera edición que se hace en base a los corredores teatrales de toda la provincia, que, con un formato itinerante que luego se trasladará a los próximos festivales, recorrió más de 7.300 km en pos de descentralizar las artes escénicas.

Existen pocos estudios históricos que puedan fechar el inicio del teatro infantil, pero, como el teatro para adultos, ya existía en la antigua Grecia. En esas épocas eran niños que representaban las obras o niños espectadores, cuenta Nora Lía Sormani, especialista en teatro para niños y jóvenes.  De todos modos, fue recién a partir del siglo XIX cuando se empezó a hablar de la infancia como un período diferenciado. Hasta entonces era insólito que un escritor escribiera especialmente para chicos. Más tarde, durante mucho tiempo el teatro infantil fue considerado un arte menor. “Todos aquellos que no tenían nada que hacer y querían arrancar con alguna experiencia hacían teatro para chicos”, cuenta Héctor Presa, con 34 años a cargo del grupo de teatro La galera, con el que estrenó más de 120 espectáculos, y presidente de la Asociación de Teatristas Independientes para Niños y Adolescentes (ATINA).

Hoy, el género se afianzó gracias a la especialización y profesionalización de los hacedores, pero como decía el titiritero Ariel Bufano, “no hay rosas para niños y rosas para adultos”. Por eso, el teatro ya no es para niños, sino para todo público. “Si la obra suena bien, tiene buen contenido, tiene ritmo, un buen libro y buena música, la puede ver un chico y un grande porque es una obra de teatro”, afirma Presa, aunque aclara que en un espectáculo para chicos la información debe ser digerible por ese espectador.

Pero lo cierto es que ese niño de nueve años que solía apropiarse de las historias que veía y ser príncipe, dragón, héroe o al menos, testigo,  hoy es un eterno cuestionador de mecanismos al que, bombardeado por información y nueva tecnología, cuesta hacer recuperar su capacidad de asombro. Por eso es que, con el paso del tiempo, junto al teatro también cambió la altura de sus espectadores. “Los adolescentes son cada vez más temprano adolescentes. Empiezan a los 10 años, así que los perdemos a partir de los 9 y cada vez son más chiquitos los que vienen al teatro”, cuenta Marina Abulafia, la directora y actriz cordobesa que integra la compañía Muttis Teatro. En el Festival presentó La bella durmiente rock, un clásico aggiornado al siglo XXI, con redes sociales y rock. “El espectador está mas avispado, tiene más información, pero el teatro es un hecho muy particular, es en vivo, es aquí, es uno contra uno. La capacidad de asombro todavía resiste los embates de la tecnología”, sostiene Presa.

El teatro, entonces, es para chicos no por las temáticas que aborda sino a pesar de ellas. “Hay formas de contar que son particulares para chicos, pero no temáticas”, aclara Presa. Justamente la obra que trajo al Festival, que dirige y actúa, fue una adaptación de El círculo de tiza caucasiano de Bertolt Brecht con la que discute si los hijos son de los que los cuidan o de quienes los procrean. Un tema que en otra época quizás hubiera sido vedado.

Esta no es la única obra que puso en escena temas más oscuros o que escapan del imaginario fantástico. Double Tour, movimientos de circo, de la compañía belga Baladeu’x, con una mezcla de clown y acrobacia puso en escena los conflictos cotidianos de una pareja. Ay l’amor, de la compañía italiana Teatro due Mondi, una opereta con máscaras y canciones tradicionales, transita los distintos estados por los que pasa todo enamorado. Naynay, “El tejer de la vida”, de la compañía Teatro Ártico, de Chile, revive con marionetas y objetos lumínicos los orígenes mapuches con una historia que recorre desde creencias religiosas hasta cuestiones vinculares familiares y logra una alquimia que opera en el espectador hasta el final de la obra.

Con una perspectiva social, Derechos torcidos, de Hugo Midón, fue versionada por el Teatro Real como un proyecto de integración. “El derecho más torcido es que no somos todos iguales”, acuerdan los integrantes del elenco: 14 chicos del barrio Villa Libertador de entre 12 y 15 años que fueron entrenados en voz, baile y actuación. “El objetivo del proyecto es que los chicos internalicen arte, cultura y teatro. El teatro público debe integrar a la sociedad, pese a la resistencia de los gremios”, afirma Raúl Sansica, director del Festival y del Teatro Real.

Para bebés, estuvo Ito, de los rosarios Vamos que nos vamos, que se dedica al teatro infantil desde 2001. Un cuento narrado por dos actrices a la manera de dos mamás que juegan con muñecos tejidos de crochet en una plataforma en tela que imita el hábitat del niño: su propia cuna.

Así, lejos de la fantasía, los personajes de la mayoría de las obras no acceden a realidades paralelas ni mundos fantásticos, sino que es desde el realismo puro que se abordan temas de derechos humanos, sexualidad, diversidad de género, discriminación, bulliyng, violencia, amor, angustia o dolor. “No hay que correrle ni a la emoción ni escaparle a los silencios ni a los momentos de tensión”, opina Presa. “Lo que vende la televisión es fuerte, entonces nos tenemos que animar desde el teatro a proporcionar ciertos temas, porque es una realidad de los chicos”, agrega Abulafia.

Orientado para un público adolescente, se destacó Tengo una muñeca en el ropero, de María Inés Falconi, dirigida por su marido Carlos de Urquiza. Escrita especialmente para el actor Julián Sierra, la obra cuenta la experiencia de un chico que se da cuenta de que le gustan los hombres. Para el mismo grupo etario estuvo Tango, de la Comedia Infanto Juvenil, Teatro Estable de Títeres y Comedia Cordobesa, que contó la historia de dos hermanastras con marionetas y Efecto bullying, de la Escuela Municipal de Teatro, que desarrolló el tema de la violencia en la escuela secundaria actuada por los mismos adolescentes. “El adolescente es casi un niño en algún sentido. Se aburre, entonces hay que producir cosas que lo hagan sentirse identificado”, sigue Abulafia.

El teatro infantil, entonces, es un teatro por chicos, para chicos y de chicos, y su función fundamental es formar al niño como espectador. “El niño debe observar, mirar, contemplar los mundos poéticos, y dejarse afectar emocional, estética, lúdica e ideológicamente por ellos”, reflexiona  Sormani. También, debe inspirar valores, con placer y entretenimiento, explica Abulafia, porque crear para el público infantil supone reconocer su especificidad psicológica.

Más allá de todo, que lo chicos vayan al teatro es una tarea familiar. Todo el ritual es lo que genera un espectador. No solamente ir al teatro, sino preparase, asistir, la ceremonia y la sobremesa  con una charla sobre lo visto. Para los que ya dejaron de ser niños y jóvenes, habrán sido las aventuras de Malas palabras, de Szuchmacher, Los árboles no son troncos, de Basch, Dulce de frutilla, de Hochman, o Vivitos y coleando, de Midón. Para estos niños de hoy, gracias a estos Festivales se sumarán más y más referentes de este teatro que, apuntado a los más chicos, no para de crecer en altura.

Fuente: Revista Ñ

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