Cristina Banegas


Cristina Banegas: “Actuar sigue siendo enfrentar un riesgo”

Cumple 45 años con el teatro y 25 de la fundación de su propio espacio, “El excéntrico de la 18”. Hace “Molly Bloom”, el monólogo final del “Ulises”, de Joyce, y espera un premio Emmy por su labor en “TV por la inclusión”.

La palabra. Retenerse en cada una, pensarlo todo con un té en la mano en la tranquilidad de su casa. O surfear vertiginosamente durante una hora sin signos de puntuación, como lo hace en Molly Bloom , el monólogo final del Ulises , de Joyce. En el living, amplio, luminoso, con fotos familiares, libros y un jardín al fondo, Cristina Banegas se corre el chal una y otra vez. Trae recuerdos de sus 45 años como actriz, que se están cumpliendo ahora y que celebrará con su madre Nelly Prince.

Con su ahijada escuchando desde el salón, la actriz desempolva nombres. Aparecen Alberto Ure, Inda Ledesma y Alfredo Alcón. Y su teatro “El excéntrico de la 18”, que fundó hace 25 años, cuando las salas independientes eran pocas en la ciudad. “Cada nueva partitura, cada obra, me llena de dilemas”, escribió en el programa de su última obra. El inicio fue en 1967 con Requetebonete , una obra para chicos que escribió, con música de Leda Valladares.

Después llegaron clásicos como Romeo y Julieta , El Príncipe idiota y Sueño de una noche de verano , entre muchas otras. Autores argentinos como Leónidas Lamborghini, Juan Gelman y Griselda Gambaro. Directores como Ure -”mi etapa de mayor zarpe”- y Hugo Midón. Sus obras como dramaturga y directora. Un camino en cine y televisión.

Alguien que se pasó casi medio siglo actuando dice que actuar le resulta algo raro. Y lo dice lentamente, resignificando el concepto, con honestidad.

Comenzó a actuar hace 45 años, con una obra infantil. ¿Cuáles son las sensaciones que le vienen a la cabeza en estos días de aniversario y homenaje?

Que actuar es muy raro. Que a una determinada hora uno vaya a un lugar, se meta en un camarín, se peine, se maquille y se cambie de ropa y que luego salga a un espacio en el que hay gente en la oscuridad mirándote... Todo eso es sumamente extraño, como también lo es decir palabras que no son tuyas y hacer cosas que jamás harías en tu vida real.

En suma: construir ficción...

No sólo eso, sino disparar imágenes que de alguna manera toquen, conmuevan y provoquen al que mira. Por suerte, hay mucha técnica y mucha cuestión que hacen que uno esté a salvo de las problemáticas de los personajes. Si no fuese así, seríamos todos psicóticos. Para mí actuar sigue siendo enfrentar un riesgo.

¿Por ese riesgo decidió hacer un texto tan complejo como el monólogo final del “Ulises”, de James Joyce?

Yo suelo hacer trabajos complejos y textos difíciles, como el de Molly Bloom y las tragedias griegas. Quise celebrar los 45 años con uno de los textos más exóticos de la literatura. Pensamos la obra como un concierto con partitura, sin puesta en escena. Estoy yo solita, con mi partitura y una buena puesta de luces, además de la dirección de Carmen Baliero. Quisimos que el monólogo tenga la velocidad extrema que tiene la mente de Molly. En ese torrente de palabras aparecen sus ideas, los recuerdos de Gibraltar y las fantasías eróticas.

Usted menciona a Ure como un gran norte en su carrera. Trabajaron juntos, editó sus escritos y dirigió “La familia argentina”. ¿Piensa que faltan referentes como él en el teatro actual? ¿A qué otros directores marcaría como claves en su carrera?

La ausencia de Ure se siente mucho. Su mirada, su cabeza y su pensamiento como un francotirador de la cultura.

Sacate la careta es un libro imprescindible no sólo para la gente de teatro. Es una lástima que no haya podido seguir dirigiendo después de un ACV gravísimo y de su convalecencia. Otros claves fueron Inda Ledesma, Iris Scaccheri -nuestra Pina Bausch- y Pompeyo Audivert. Ahora estoy teniendo una gran experiencia con Carmen Baliero, que viene de la música y hace su primera dirección integral. Tuve la suerte de encontrarme con directores notables.

Por cantidad de estrenos y de salas, Buenos Aires es la capital del teatro hispano. Al margen de la abultada oferta, ¿cómo analizaría el escenario actual?

Es difícil hacer un juicio, porque hay de todo. Ahora no estoy viendo mucho, porque yo estoy haciendo funciones. Además, cuando uno tiene la cabeza tomada por un imaginario y por una historia, cuesta ir a ver otras cosas. En líneas generales, te podría decir que se corren menos riesgos en otros momentos. Hay un teatro más complaciente, más sujeto a las modas...

¿Qué tipo de modas?

Por ejemplo, la dramaturgia construida a partir de historias personales. O hacer del proceso de construcción algo más importante que la obra en sí. También percibo pasajes entre los diferentes campos del teatro. En el teatro oficial, hay más actores de televisión que en el teatro comercial. Hay también coproducciones entre el San Martín y los teatros comerciales. Se corre el eje de lo que debería ser la política cultural de un complejo de teatros oficiales. Pero no sucede sólo acá: el teatro no está presentando grandes explosiones, ni nuevas estéticas ni lenguajes ni poéticas. Estoy por viajar a Nueva York. Le escribí a una amiga, docente de teatro, para que me recomiende obras. Allá también hay pocas cosas interesantes para ver. Pese a eso, siempre hay buenas obras, buenas puestas y buenos actores que podemos ver.

Ahora está por viajar a Estados Unidos para recibir el premio Emmy por su actuación en “Televisión por la inclusión”. ¿Le cuesta encontrar trabajos interesantes en la televisión?

La televisión trae, necesariamente, una actuación muy lavada, plana y provisoria, aunque se pueden hacer muy buenos trabajos. Como no se ensaya, se produce desde lugares que no tienen que ver con la elaboración en la cocina del campo de ensayo, como diría el maestro Ure. En el espacio, en ese campo de ensayo, se construyen las dramaturgias.

En el libro “Sacate la careta”, de Alberto Ure, escribió en el prólogo: “Actuar es un pasaje de lo real a lo imaginario no siempre seguro y algo fantasmal, o chamánico en la relación con el personaje, que nos vuelve invisibles cuando nos bajamos del escenario. ¿Qué le sigue resultando chamánico hoy, a 45 años de su primera obra?

El ritual, la ceremonia, el salto abismal. Es un riesgo y una ofrenda.

¿Y si alguna vez deja de ser todo eso?

Ese día dejaré de actuar.

Fuente: Clarín

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