Código de silencio



Un musical de amor y locura

El teatro musical argentino ha crecido en los últimos años como pocas disciplinas de nuestro país lo han hecho. El prestigio y la calidad en lo vocal, musical y coreográfico es indudable. Pero este crecimiento no se ha visto acompañado en el rubro en el que el teatro porteño desde los años 90 se ha hecho muy fuerte: la dramaturgia. Es indudable que el teatro argentino ha hecho escuela en esta materia, que gran parte de los nombres que decoran nuestras marquesinas provienen de esa instancia de la práctica escénica. Pero por algún motivo el nuevo musical no se ha visto atravesado por esa evolución dramatúrgica y todo el enorme crecimiento que ha vivido en lo musical, vocal y coreográfico no ha repercutido necesariamente en el modo de encarar la dramaturgia. Las historias, los modos de construcción de personajes y las evoluciones de los conflictos muestran puntos de fuerte ingenuidad.

Y, contrariamente a todo lo dicho, si hay algún lugar por donde Código de silencio sobresale es por la instancia dramatúrgica. En este espectáculo hay un trabajo de trama muy bien pensado, con secretos, ocultamientos y mentiras que van siendo gradualmente develados, y que cuando uno cree que finalmente los personajes han quedado exhibidos sin la máscara que portaban al inicio, una vuelta de tuerca más se produce y todo se desarma. Es por ese motivo que no puede adelantarse demasiado del argumento, para no exponer aquello que el espectáculo reclama que se mantenga oculto. Sí se puede ubicarlo espacialmente como para dar cuenta mínimamente de su trama. El Silencio es una especie de institución psiquiátrica experimental no ubicada en el presente, en la que pacientes, médicos y enfermeras representarán la idea de que nada es lo que parece. Paralelamente, el amor y la locura irán haciendo que las cosas se vuelvan un poco más extrañas.

Las letras de las canciones felizmente no cumplen la función de ilustrar la trama sino más bien de sumergirse en el interior de la filosofía que acompaña a esta idea de Marisol Otero y Martín Repetto, dejando lo estrictamente narrativo a la instancia actoral. Y es allí, en la dirección de actores, en donde no se percibe el mismo nivel de trabajo que en el resto de los rubros, cosa que es de vital importancia dado que allí descansa el peso de la evolución dramática. El arquetipo al que se recurre para la construcción coral de los locos no da cuenta del nivel de sutileza con el que se trabaja en los otros planos, en donde podemos incluir además del diseño de sonido, a la escenografía y la iluminación que logran sin ostentación crear todos los climas y situaciones que deben producir.

Fuente: La Nación

Sala: El cubo / Funciones: Lunes, a las 20.:30

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