Quiero decir te amo


Quiero decir te amo

Un juego epistolar que cautiva al espectador, en un lugar inusual

El género epistolar, que se remonta a la antigüedad grecorromana, ha prevalecido vigorosamente a través de largos siglos y en la actualidad ya existen textos construidos sobre la base de e-mails. A veces, las cartas se cruzan en la ficción con diarios íntimos y tanto el teatro como el cine han aplicado estos géneros tan ligados a la subjetividad, basándose tanto en mensajes imaginarios como misivas reales escritas por personajes históricos. Mariano Tenconi Blanco, impregnado de Manuel Puig entre otras influencias propicias, ha escrito una emocionante y poética pieza que al igual que Drácula, de Bram Stoker, recurre a cartas y fragmentos de un diario personal. La mención de la genial novela que en 1897 codificó para siempre la mitología vampírica, no es aleatoria puesto que Quiero decir te amo infiltra de una manera sesgada que se va volviendo explícita los temas de la sangre y el erotismo.

Dos jóvenes mujeres, cuyos nombres no se conocerán, pronuncian en escena las cartas y el diario que respectivamente escriben. El gesto íntimo de redactar se vuelve palabra hablada, actuada que refleja toda una gama de sentimientos femeninos. La primera de las once cartas está fechada a comienzos de enero, sin especificar el año; la última es del 14 de febrero, día en que actualmente se celebra el amor, "un invento de las mujeres", como dice la segunda mujer en una de las ocho entradas de su diario. Y en esa frase condensa algo que no se suele tener en cuenta cuando se habla del emparejamiento romántico: que el amor, tal como lo entendemos hoy en Occidente, es una invención humana que encontró su máxima expresión civilizadora en Occitania, al sudoeste de Europa. Efectivamente, ciertas damas occitanas tuvieron mucho que ver con la creación del arte de los trovadores, su desarrollo y su práctica. En este sentido, bien vale repasar -aunque no en este espacio- el precioso código de leyes de amor que se usaba en los tribunales que presidían señoras de la talla de Leonor de Aquitania, allá por el siglo XII.

Para encarnar este procedimiento narrativo donde quien escribe hace su autorretrato a la vez que va construyendo a su destinatario, mientras que el diario es un movimiento hacia adentro, Tenconi supo encontrar y dirigir a dos actrices aventuradas que se brindan con inusual generosidad: Yanina Gruden (la chica pueblerina que en la ciudad se enamora de un extraño y se le declara por carta) y Mariángeles Bonella (la esposa del hombre en cuestión, la que se apropia de esas misivas que la darán vuelta como un guante).

Ambos personajes producen un apasionante contrapunto al proyectar sobre el público la vivencia de lo que escriben. Ellas no dialogan entre sí, lo hacen los textos con una progresión dramática hacia el arrebato que es acompañada, subrayada, comentada por dos excelentes músicos (Ignacio Llobera en violín, Santiago Johnson en clarinete) que parecen recién fugados de un cuadro de Chagall, por su aspecto y por algunas zonas de esta banda sonora que también incluye en el momento oportuno, el dueto Sous le dôme épais -cantado sólo por Gruden- de Lakmé, de Delibes, ópera ilusoria si las hay dentro de un género que asume supremas convenciones teatrales.

Con una intuición sorprendente, el autor y director ha apostado a poner de manifiesto lo ficticio para cautivar al público desde esta obra de cámara que se representa en una habitación de un viejo edificio. Allí los espectadores son partícipes cercanos de esta ceremonia trémula donde dos personajes femeninos llevan vestidos de otros tiempos (uno, evocando el siglo XVIII; el otro, la época victoriana), iluminados por tres veladores estratégicamente ubicados, cuyo resplandor se modifica según los movimientos de las actrices.

Fuente: La Nación

Sala: La Casona Iluminada, Corrientes 1979 (4953-4232)

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