Adrián Pascoe: Mi única fe


“Los documentalistas tomamos la escena”

En la genética de esta atrapante pieza experimental está la premisa de que cualquier historia es interesante. El director reconstruye la de una joven turca que visitó circunstancialmente la Argentina para hacer su tesis universitaria.

Hatice tenía 22 años cuando llegó a la Argentina a realizar su tesis universitaria, una comparación weberiana entre los espíritus “carismáticos” de Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la República de Turquía, y Juan Domingo Perón. Ya había enviado a sus contactos un correo electrónico en busca de alojamiento; así había dado con Adrián Pascoe, actor y director teatral mexicano recientemente instalado en Buenos Aires, quien le alquilaría una habitación. Para darle la bienvenida, él se vistió con una túnica que sus padres le habían regalado luego de un viaje a Marruecos. Cuando la puerta se abrió, la joven turca sonrió. No tardaron en hacerse amigos, un poco en inglés, cada vez más en español. Pero los años pasaron y Hatice decidió volar rumbo a la populosa Estambul. A través de fotos, papeles y testimonios que dejó en Buenos Aires, Pascoe reconstruyó parte de la vida de su circunstancial hospedada en la obra documental Mi única fe, que se muestra los sábados a las 20. Su compatriota Javier Aparicio y el colombiano Mario Henao lo acompañan con versátiles actuaciones sobre el escenario de El Excéntrico de la 18º (Lerma 420).

En la genética de esta atrapante pieza experimental está la premisa de que cualquier historia es interesante. “Uno se puede enamorar de cualquier persona; si uno voltea y mira con cierta ingenuidad, las cosas ya son maravillosas”, le contrapone el mexicano a la narrativa de excepción. La documentada se mueve entre las tradiciones y preconceptos de un país de fuerte tradición islámica y una calidoscópica Buenos Aires. “Acercarnos a la cultura turca fue increíble”, admite Pascoe. “Estuve leyendo el Corán y varias biografías de Mahoma; tengo la perspectiva de renovar la visión sobre lo islámico”, vislumbra. La sexualidad, los vínculos familiares, el desarraigo, las búsquedas introspectivas están en el ADN de una trama que avanza con trajín de cinematografía indie, efecto deudor de la docilidad de las proyecciones –que además de mostrar fotos, ilustraciones y mapas posibilitan escenarios alternativos– y del exotismo de éstas. “Hatice es una persona común, no cayó un meteorito en su casa ni se enfrentó a luchas clandestinas. Es una chica de clase media que decidió estudiar, irse a vivir a otro continente y hacer su posgrado en otro idioma. Su vida es fascinante porque todas lo son: me despierto a la mañana y solamente la decisión de fumar un pucho o ir a correr tiene consecuencias en mí. Cada decisión, en apariencia absurda, determina toda mi vida”, pregona en diálogo con Página/12.

Con origen en 1981 en el DF mexicano, el camino de Pascoe tiene coincidencias con el de su documentada (la aventura de una ciudad desconocida, la proximidad con otras culturas y las ambiciones profesionales). Tras licenciarse en Filosofía en la UNAM con una tesis sobre Antonin Artaud centrada en su perfil teatral, viajó a la Argentina en 2008 para hacer un posgrado en la UBA e involucrarse como director en Buenos Aires, escena “pauta” para el teatro independiente del país meridiano del Norte. “Allá no hay tanta efervescencia”, compara. Un año después presentaba Las investigaciones, un abordaje performático sobre los dispositivos del lenguaje (¿somos dueños o siervos del lenguaje?, inquiría la obra). Trabajó con Vivi Tellas, su “mentora”, y realizó talleres con Gabriela Fernández, Mauricio Kartún y George L. Lewis. Mi única fe es su segunda (a)puesta en el circuito porteño.

–¿Cómo vincula filosofía y teatro?

–Pues tratando de buscar dónde está y cómo funciona el pensamiento desde el movimiento y el espacio en escena. La filosofía es un estudio muy ambicioso: hablamos de palabras como “justicia”. Las palabras son tramposas, por eso en el teatro me percato de su parcialidad. La experiencia estética y la ética son fenómenos en los que se ponen en juego subjetividades, juicios de valor. Desde esa perspectiva, pensaba que las obras reflexivas debían ser “serias”, con un texto despojado tirando a la coreografía. En Las investigaciones ésa era la búsqueda. El espectador tenía que generar el texto en su cabeza. Los contenidos estaban bastante explicitados, sin embargo. La obra era sobre el animal que habla. Serruchábamos un libro hablando de las leyes, en las que están dichos los motivos por los que alguien puede perder la libertad. Serrucharlo era buscar un espacio de refracción de la realidad. Luego Vivi Tellas me ayudó a entender que la profundidad y el humor son zonas que se pueden encontrar. En Mi única fe vamos con el público más de la mano porque tenemos que contar una historia.

–Las palabras son tramposas, afirma, y es fácil vincularlo con el vocablo “fe” del título, que a su vez aquí remite a la religión islámica.

–Desde la perspectiva de la obra, Hatice está cada vez más parada en su individualidad, está tratando de tomar las riendas de su vida. Ella es muy occidental y liberal. En verdad, Turquía es un país muy liberal y moderno: hasta hace unos meses era legal el aborto. Por eso su única fe no es Alá: están la política, la sensualidad, el amor, la búsqueda de felicidad.

–La forma de expresión de la obra es “documental”. No es una biografía ficcionalizada ni una realidad puesta en escena a la manera de Vivi Tellas en sus biodramas.

–Los documentalistas tomamos la escena. El cine no suele hacer eso: oís la voz del documentalista o sólo la respuesta del documentado. Casi todo en la pieza es real, pero obviamente hubo que encastrar las escenas, ahí entró en juego la ficción. La narrativa clásica compacta las cosas de una manera muy aristotélica, con principio, nudo y desenlace. Ese es el esquema base del cine, aunque la escuela hollywoodense está muy aceitada y ha hecho manufacturas excelentes. El teatro, por su carácter artesanal y sofisticado, tiene que darse el lujo de hacer lo que se le cante.

–Al comienzo, los tres documentalistas aclaran que son extranjeros como la documentada. ¿Hay intención de establecer un “nosotros” foráneo?

–Hatice es un espejo de los extranjeros en Buenos Aires. Es normal que un migrante tienda a otro porque el local tiene la vida hecha. El extranjero no tiene nada que hacer cuando recién llega, se prende en todas (risas). No tiene asado con la familia ni reuniones con amigos de la primaria. Es una especie de burbuja deliciosa, porque te despegás. Pero es una delicia a veces solitaria y agotadora. El día en que estás medio tristón, no podés reconstruirte con tu plato favorito.

–En la pieza sobrevuela la idea de búsqueda de uno mismo en lo ajeno. El interés de Hatice por las ciencias políticas la lleva, por ejemplo, a comparar a Atatürk con Perón a más de doce mil kilómetros de su casa.

–Sí, es cierto. Atatürk es impresionante; con sólo leer lo que dice en Wikipedia te sacás el sombrero. Gana guerras, saca al sultán, es presidente, cambia el abecedario y las formas de vestir, les pone apellidos a todos, les da el voto a las mujeres en el ’32. Un tipo moderno, personalista y adorador de la gente. Perón y Atatürk son cercanos en fuerza retórica. Los dos transforman a sus países para siempre y generan partidos políticos que sostienen sus nombres: allá está el kemalismo y acá el peronismo. Con Hatice cantábamos: “Perón, Perón, mi general...”.

Fuente: Página/12

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