Yerma




Recursos líricos a través de imágenes

Crítica “Yerma” Daniel Suárez Marzal y una gran puesta del clásico de García Lorca.

Esta versión de Yerma , con Malena Solda, Tina Serrano, Sergio Surraco y Pepe Monje, es una de las cartas fuertes del Teatro Nacional Cervantes. Un elenco de 29 actores, músicos y bailaoras se conjugan en la sala María Guerrero para llevar adelante durante una hora cuarenta este drama o “poema trágico en tres actos y seis cuadros”, como definió Federico García Lorca a su propio texto.

Yerma traslada la crudeza de una palabra dramática puesta en la constelación de lo poético, es decir, de un texto cargado de recursos líricos a través de imágenes, metáforas que definen la calidad de las acciones y de los personajes. Esta característica de lo escrito, que requiere un gran desafío para su resolución en el plano actoral, está plenamente acentuada en la puesta de Daniel Suárez Marzal, quien respetó íntegro el original. Es más, a la composición sonora del texto -en Lorca, el castellano canta- el director sumó el apoyo en vivo de dos músicos gitanos: Geromo Amador, Sebastián Espósito, y la bailaora Maribel Herrera. Ellos interpretan, junto al coro de lavanderas, las canciones de Lorca. Con sólo escuchar, ya deleita este espectáculo. Sucede que el exceso de momentos musicales o de baile, bellos en sí, disocian el recorrido y la tensión en el devenir de los personajes por este “poema trágico.” Allí está Yerma (Solda), una mujer cuyo ferviente deseo de ser madre choca con la imposibilidad que acarrea desde su nombre: la inhabitada, la infértil. Yerma pelea contra su destino y también enfrenta a Juan (Surraco), su esposo. Son una pareja antagónica. Ella, bellísima, con la maternidad como estado de ánimo; él, con la honra y su labor en el campo como prioridades. Será Víctor (Monje), amigo de ambos, quien pueda darle hijos, pero deviene sólo un espejismo de la hombría. Finalmente, “la vieja Pagana” (Serrano) se transforma en la única instancia de sabiduría que brinda algunas respuestas a Yerma.

En ese marco, Solda y Surraco conforman un dueto que se esfuerza en materializar el vínculo plasmado en un texto complejo de interpretar. Se agradece la no utilización de micrófonos y el notable trabajo vocal de los actores.

Por otro lado, la escenografía, diseñada por Marcelo Valiente, refuerza el símbolo del despojo que vive la mujer en escena. Se utiliza la profundidad del escenario de la María Guerrero con los actores frente una sensación de inmensidad y vacío. Sólo llegan a ellos plataformas móviles, que dan información del exterior-interior de las escenas. Un espacio árido que florece en la romería, éxtasis del sincretismo, donde Yerma liberará sus sentimientos encontrados.

Fuente: Clarín

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