La razón blindada y ¡Al carajo clown!


La rionegrina "La razón blindada", gran ejercicio escénico

La presentación de "La razón blindada", de Arístides Vargas, por el grupo Nuestramérica, en la 27a. Fiesta Nacional del Teatro, marcó un punto altísimo dentro de un festival irregular en el que no todas las piezas ameritan un resumen crítico.

Los rionegrinos de Villa Regina Carlos Massolo y Claudio Granados, bajo la dirección de Garza Bima, son dos prisioneros -posiblemente políticos- que para liberarse de su encierro emprenden la aventura de identificarse con Don Quijote y Sancho Panza.

La obra viene representándose desde hace varios años -hubo incluso alguna versión femenina- y es otro ejemplo de esa especie de realismo mágico que el autor despliega en sus trabajos desde su exilio en 1976 y su estadía en tierras caribeñas y andinas.

Un gran manejo de los diálogos, profundidad y humor aun en las situaciones más dramáticas, ponen al prolífico Vargas, nacido en Córdoba y criado en Mendoza, en un sitial muy particular de la dramaturgia argentina y del continente.

Lo objetable de la puesta de Bima es el comienzo, algo confuso con la lucha cuerpo a cuerpo de los personajes en penumbra, pero en cuanto se larga la acción propiamente esa apertura se desdibuja para encarrilarse en una historia de gran interés.

Al parecer, lo que se cuenta no tiene sólo un andamiaje cervantino sino que forma parte de las actividades de los presos políticos en el continente, que para huir de las rejas que los retenían buscaban la libertad en el fluir de la imaginación.

De entrada, los nombres adquieren una cotidianeidad de oficina, De La Mancha y Panza, y si bien repiten algunos episodios originales lo hacen en forma proteica: los libros de caballería son sustituidos por historietas argentinas de los años 50 y 60 del siglo pasado y en el lenguaje no falta lo anacrónico.

Lo que siempre es atractivo es la pugna entre razón (Panza) y la locura (De La Mancha) y cómo el texto conduce al espectador en favor de una y otra de acuerdo a los argumentos esgrimidos, en la medida en que ambos personajes son dos caras de uno, en lo que algunos llaman dialéctica.

El asunto es que Vargas es un poeta y deja avanzar su texto de un modo ejemplar, servido por el director Bima con efectividad, una escenografía mínima y elocuente y dos actores de singular seducción: Claudio Granados (De La Mancha) y sobre todo Carlos Massolo (Panza).

Ambos hacen prodigios con sus recursos, pasan del habla rioplatense al castellano de película (Granados) y del castellano de película al gallego (Massolo) con gran fluidez, y el segundo desarrolla varios personajes -la sobrina, el matungo Rocinante, el galgo de Don Quijote y hasta Dulcinea del Toboso-, con gracia y expresividad.

La noche del lunes también se lució Carla Pollacchi, de Morón, provincia de Buenos Aires, con "¡Al carajo clown!", de su autoría, quien con los recursos de ese arte que entreteje trabajo actoral con el de payaso sedujo con inteligencia y frescura.

Sólo con una escalera de dos hojas como único elemento escenográfico, Pollacchi, con su nariz de goma, detalló el crecimiento de los seres humanos separándolos por sexo y actitudes frente a la vida, desde la más tierna infancia hasta la aparición del amor, la seducción y el sexo.

Se le podría reprochar cierta parcialidad en sus descripciones, porque la mujercita es tierna, inocente, bien intencionada y dubitativa, en tanto el varón es un tarambana ordinario y exhibicionista; pero de todos modos tiene derecho a ejercer su subjetividad.

Fuente: Télam

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