¡A la obra!

¡A la obra!

Con una mirada diferente, todo sirve para armar una torre de humor

El cuarteto de actores que integran la autodenominada Compañía de Circo Artesanal La Pipetuá parece haberse dado una vuelta por un corralón de materiales de construcción. Con una mirada diferente, todo puede servir para armar una torre de humor. Andamios que se convierten en cuchetas o ventanas hacia y desde la nada. Escaleras que son capaces de aprisionar a algún desprevenido, que sólo podrá escapar con algo de destreza acrobática. Pinturas que salen a colorear a los pintores de brocha gorda. Canaletas que convierten el desplazamiento del agua en un juego de malabares...

Los personajes se sumergen en un trajín de obra (de construcción y teatral) algo surrealista. Incansables deambulan sobre el terreno en construcción con planos, metros y rollos de cable entreverados con algún instrumento musical que también llega a convertirse en herramienta de trabajo de albañilería. En altura, sobre el suelo, hacia un lado y el otro, sin necesidad casi de palabras, arman y desarman escenas de una comicidad constante, que abreva en los grandes del cine mudo: Buster Keaton, Laurel & Hardy, Charles Chaplin. También en la historia del circo de la que éstos provenían.

Es el resultado de la feliz conjunción de Osqui Guzmán como dramaturgo y director -una especie de arquitecto, podría decirse- y los cuatro clowns de personalidades diferenciadas y comicidad común que conforman La Pipetuá. En ¡A la obra! no hay material de desperdicio, en medio de una estética de estudiada desprolijidad, diseñada por Azul Borenstein. Sin estridencias, con la naturalidad del absurdo propia de las grandes escuelas del clown y cercana a la vez a la lógica de la infancia, avanza y retrocede el proyecto de arquitectura escénica. Avanza y retrocede por igual porque no se trata de lograr un crescendo hacia algún desenlace. La comicidad es aquí un rasgo constante, que se tensa y afloja en infinitas variaciones.

Sebastián Amor, Diego Lejtman, Maxi Miranda y Fefo Sellés, que ellos son los constructores del humor, saben darle al tradicional cachiporrazo un giro inesperado; a la confrontación y reconciliación, rasgos de un juego vital; a la suma de esfuerzos, un resultado sorprendente. El lenguaje del clown cumple así con la premisa de renovarse sobre sus mismas bases. Como las mil y una variantes que puede adoptar la arquitectura, sin traicionar las reglas básicas que permiten edificar.

Pero al final, sobre el escenario no quedan estructuras armadas. Sólo sonrisas flotando.

Fuente: La Nación

Sala: Metropolitan 2, Corrientes 1343 / Funciones: sábados y domingos, a las 16.

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