Febrero adentro

Una elección de teatro joven por parte de un elenco mendocino marcó un punto alto en La Rioja

La actriz y directora Vanina Corazza, al frente de El Escarabajo Teatro, ofreció el domingo por la noche su espectáculo "Febrero adentro", estrenado en Mendoza en 2011, y que marcó un punto alto en la programación de la 27a. Fiesta Nacional del Teatro.

Frente a cierta escena juvenil perdida en creaciones colectivas que desbarrancan por falta de un espinazo narrativo y técnica profesional, éste es un ejemplo de comprensión del hecho teatral, de responsabilidad en la formación de sus intérpretes, de una dirección profundamente inspirada.

Las cosas transcurren en un barrio marginal, donde conviven dos hermanos o quizás amigos -nunca se enfatiza el vínculo-, uno autoritario y trabajador y el otro sensible y despreocupado, que recibe las periódicas visitas de una jovencita poeta.

Todo está como en espera, suceden pocas cosas concretas, más allá de las permanentes disputas de poder en un ambiente misérrimo, en el que la presencia femenina corta al ras la relación de los muchachos y augura algún desenlace indeseado.

Ese final se produce en todo su dramatismo y a pesar de su contundencia es presentado con una ambigüedad que revela en la directora Corazza afilados conocimientos acerca de cómo se sacude al espectador.

El tono es duro, de un realismo extremo, con una efectiva escenografía cuya factura no se consigna en el catálogo de la Fiesta y detalles de iluminación -de Carlos Croci- que señalan una atinada observación del ambiente.

Allí Corazza tiene momentos de buen lirismo, no sólo en las escenas íntimas entre la chica y el hermano menor -en las que parece que el encuentro erótico está por precipitarse- sino también en las conversaciones a través de una puerta tras la cual el chico está encerrado.

Las virtudes no se terminan allí; los intérpretes no sólo saben reproducir el habla de ese barrio de las afueras mendocinas, sino que además saben emitir con claridad y pararse en escena como corresponde, algo no muy común entre sus coetáneos.

Otros que entregaron un verosímil cuadro del idioma y los esfuerzos juveniles por acceder al amor mientras se preparan como artistas son los tucumanos Mario Ramírez y Roberto López, de Teatro al Manubrio, que con dirección de Leandro Ortega ofrecieron una hora de buena diversión.

La simpleza pasa por el encuentro de dos muchachos de barrio en el intento de formar un dúo musical, su ubicación en un medio social bajo y su sueños por conquistar a diferentes mujeres, con las que nunca se sabe si podrán concretar.

Espectáculo hiperkinético y por momentos ingenuo como sus protagonistas, tiene por momentos diálogos muy disfrutables y divertidos, no faltos de profundidad, y es un ejemplo de cómo con poco elemento material y un talento incipiente se puede conquistar a la platea.

Otra cosa fue "La cena", de Roberto Perinelli, por el elenco Chico Prieto, de Corrientes, no sólo porque es la segunda obra del autor porteño que se vio en la Fiesta además de "Mil años de paz", sino porque presenta un modo teatral más tradicional aunque no menos vigoroso.

Perinelli es un hombre mucho más culto de lo que aparentan sus textos a primera vista y en "La cena" -donde los padres de una hija casadera hacen lo imposible para que su pretendiente fracase- intercala referencias que hay que agarrar al vuelo, como que el novio se llame Jeremías, igual que el hijo pusilánime de "Mil años de paz".

Es quizá lo que dan en llamar "intertextos" -pasajes de "Macbeth", por ejemplo-, que se filtran en una acción dislocada y que buscan la risa a través de un juego escénico con muchos guiños, y lo que a simple vista es una acción alocada esconde asuntos más hondos.

Hay un buen trabajo de actores por parte de Alejandro Barboza, que da oportunidad a Gastón Alexis López, Blanca Sobol, Sergio Meza Bubenik y Mariel Moretti, de afrontar personajes desdoblados, ridículos, que no dejan al espectador indiferente.

Fuente: Télam

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