Julio Chávez: La Cabra


“A veces ni me doy cuenta de lo que hago”

El prestigioso actor acaba de estrenar La Cabra, una obra del mismo autor de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? Su visión sobre la profesión y la manera de encarar trabajos en televisión, cine y teatro.

Concentrado en la soledad del Tabarís, que ahora es un teatro vacío, Julio Chávez se sienta en las butacas del centro, mira al escenario y respira profundamente. El silencio es tan profundo, que un mínimo ruido llama la atención. Sobre una mesa, uno de los actores más reconocidos de la Argentina tiene la mitad del muñeco de una cabra: dos patas y mucho pelo blanco. No se sabe cómo aparecerá ese objeto en escena, pero su presencia no es casual: desde ayer, el artista protagoniza y dirige La Cabra, una célebre obra de Edward Albee, en la que un famoso arquitecto y pintor se enamora de este animal.
Nada hay en la actitud de Julio Chávez que se pueda comparar al hombre violento y temperamental que hizo en El Puntero, o al obsesivo José de Tratame bien. Al actor le sobra la amabilidad y la cortesía para conversar en el teatro que, desde hace unos meses, se ha vuelto su hogar. Invita mate, café y empieza a hablar. Cada frase que entrega es una reflexión sobre el teatro y su trabajo personal. No improvisa y, aunque no se le note, confiesa que vive el momento del estreno de su obra cargado de nervios y con la sensación de que “todo es catastrófico”. Desde afuera, observar a Julio Chávez se parece a la imagen de un monje que después de mucho caminar, llega al templo de sus sueños.

–Planteaste que la obra es una comedia que, en el fondo, esconde un drama. ¿Cómo es eso?
–El humor del material es constante, lo que pasa es que veces se vuelve más corrosivo. Es un tema dramático, sostenido y endulzado con la comedia. La obra tiene mucha hilaridad. En la historia, Charly (mi personaje) es el sostén de esta familia, una figura social, un arquitecto artista famoso, que está en el mejor momento de su vida. En esta obra, Albee no plantea un mundo hipócrita. No es una familia aparentemente bien constituida, pero desfalleciente. Acá de verdad podemos decir que esta familia es un cuerpo sano, al que le entró un virus. Irrumpe algo desconocido e impensado.
–¿Cómo se interpreta el hecho de que un hombre se enamore de un animal?
–Y... justamente Albee elige un objeto que casi no se puede pensar, que produce en la especie humana una suerte de horror y de incredulidad. Así dice el personaje de Viviana Saccone, que es la esposa de Charly. Ella dice: “Esto no se puede ni empezar a pensar.” Eso es algo de la obra que para mí es lo más atractivo: cómo el ser humano puede pensar algo que en principio es impensable. El vínculo amoroso con un animal es un agente externo, no se lo puede pensar como una posibilidad. El mundo puede evolucionar hacia muchos caminos en base a lo que está permitido y a sus prohibiciones, pero la relación amorosa con un animal ni siquiera está prohibida porque no se la puede pensar.
–Y, sin embargo, sucede.
–Claro. Lo extraordinario es que los animales lo tienen prohibido genéticamente; ellos no se relacionan con los humanos, no copulan. Pero el hombre tiene la posibilidad de desviarse en un sentido, o de construir una nueva realidad. Albee escribió un material donde hace una pregunta y yo espero, como director y actor, tengo la fe y esperanza de que el espectador se vaya con una pregunta. No quiero criticar ni dar una lección moral, prefiero que el espectáculo se mantenga en el interior de una pregunta ética. ¿Qué hace el hombre en relación con los objetos que elige? ¿Qué hace el hombre en relación con los objetos que elige el otro?
–¿Cuáles serían los temas éticos de esta obra?
–El tema es qué hace uno con las tendencias y elecciones de uno y las del otro. Nosotros decimos que la vida del otro es del otro, pero la realidad es que no es así. Porque si nosotros vemos que una persona sale de su casa y se empieza a penetrar con el caño de escape, esa persona va presa. Es un problema de todos. ¡Con esto del caño de escape no quiero dar ideas! Nosotros somos personas de tribu, lo que hace el otro nos incumbe, no es problema de cada cual. El problema es lo que se ve de lo que se hace. Son varios niveles de preguntas, todo eso en una obra con mucho humor. Pero finalmente, a pesar del humor, que es el andamiaje por donde transcurre la acción, la obra se hace todas estas preguntas.
–Vos hacés un profundo análisis de la psicología del personaje, pero en tu trabajo como actor hay una gran presencia del cuerpo. ¿Cómo se combinan el cuerpo y la mente?
–Yo no he elegido la filosofía o la literatura como expresión. Elegí la escena. Y cuando intento pensar, o hacer el ejercicio de pensar, inevitablemente está el cuerpo involucrado, no está disociado. En la fiesta de la expresión, el pensamiento actúa a veces como anfitrión, pero a la fiesta va el cuerpo. En mi rol como intérprete, la escena es siempre pensamiento articulado en escena y corporalidad. Nunca es una cuestión abstracta; yo he elegido justamente el teatro porque es el pensamiento transformado para la escena. Apenas puedo hacerme responsable sólo de lo que intento. Porque a veces ni me doy cuenta de lo que hago. No estoy en contra de los métodos: metodología tenemos todos, lo que no me gusta es que se sintetice todo en un método.
–¿No hay una receta que le puedas dar a un estudiante de actuación?
–Dirigir y actuar es una percepción consciente o inconsciente, estudiada o aparentemente espontánea, ordenada o caótica. Pero finalmente hay que darle un orden a esa percepción. El personaje se va cocinando: a veces avanza la carne y el garbanzo empieza a flotar. Es un proceso que nunca es de la misma manera. Yo ni siquiera me ocupo de qué va primero o qué va después, me ocupo de varias cuestiones y no sé finalmente qué se está cocinando abajo. Uno va de tanto en tanto, chequeando cómo va todo.
–¿Te interesa que tu trabajo sea masivo?
–Soy de la idea de que uno no se puede expresar pensando en que tiene que capturar mayorías. Si se capturan mayorías o minorías, eso no habla de la expresión en sí misma. No se puede valorar a cuántas personas llega una expresión artística, porque si no tendríamos que decir que Coelho es mejor que Borges y no creo que sea así. Pero si vas a las ventas, vamos a decir que vende más, pero ese es otro tema. A mí, la palabra minoría no es una palabra ni que me asuste ni que me preocupe. Es una palabra que hasta comprendo. Ahora, por ejemplo, estoy en una sala de teatro comercial en la Avenida Corrientes, pero creo que cocinar un buen plato de arroz para muchos o para uno, en un punto es lo mismo. Las circunstancias de producción son inmejorables y no me inhibieron en el trabajo. Tengo una libertad que tiene que responder a muchos pedidos. Esa es la libertad que a mí me interesa. Una libertad sujeta a preguntas y problemas.
–¿Te afectan las críticas?
–Soy explícitamente vulnerable. Nada me es indiferente. Un halago o un desagrado. A lo sumo puedo decidir que no se me lea nada sobre lo que escriba la crítica sobre mi obra. Todavía no sé qué voy a hacer, pero me he dicho a mí mismo que lo que no voy a hacer es pedir que me lean las buenas. Todo o nada.
–¿Es un peso ser considerado uno de los mejores actores del país?
–Para mí no es un peso. Es como escuchar un sueño de la infancia. Y por otro lado, es tanto lo que admiro del trabajo del actor que nunca voy a poder ser el mejor, porque el mejor en mi cabeza es imposible. Como tengo un espectador ideal, también tengo un actor ideal. Y es tan ideal, tan ideal, que haga lo que haga, me va a estar mirando desde arriba, como diciendo: “No me llegas ni a los talones”.
–¿Cómo es ese actor ideal?
–Es el que construí en base a lo que sueño, a lo que he leído y a lo que he visto. Momentos de actores sublimes, que los recuerdo y pienso que nunca voy a llegar a eso. A mí me gusta pensarlo así. Lo otro, lo veo como lo que le pasa a los atletas que están en una carrera y la gente los alienta, les tira agua y les dicen: “¡Seguí!”, pero el que está corriendo sabe que le falta correr y que todavía no cortó la cinta. Sentir que falta es lo único que me va a mantener motivado.
–¿Te falta mucho para llegar a eso?
–Me falta muchísimo. Tengo muchos proyectos en la pintura, en la docencia, en la actuación, en la dirección. Cuando llegue el momento de irme, quiero que la muerte me agarre en la mitad de una acción. Por ejemplo: fue a comprar la margarina y cayó.

Fuente: Tiempo Argentino

El autor de La Cabra
La masividad popular, a partir de El Puntero

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