Darío Grandinetti, Jorge Marrale, Hugo Arana y Juan Leyrado: Mineros


Un grupo sin códigos

Mineros. El martes se estrena la obra basada en unos obreros ingleses que se hicieron famosos con la pintura. Los actores se jactan de relacionarse a través del humor, lejos de los “códigos” y cerca de la amistad.

El dueño del camarín está sentado en una silla plegable, descalzo, y juega con los pies sobre la alfombra. Indudablemente a Darío Grandinetti el sorteo de camarines lo favoreció, pero como el lugar es amplio Jorge Marrale, Hugo Arana y Juan Leyrado decidieron invitarse y compartir el piso. “Ya estamos grandes, nos conocemos demasiado y nos pareció una boludez andar separados. Los tengo a todos acá, vamos a ver cuánto duran”, apuesta el privilegiado quien tiene además el placer de contar con su hijo, Juan, como un compañero de elenco más.

Así están los cuatro, compartiendo, por primera vez en una temporada porteña, la intimidad de un espacio clave para las mañas y vicios de cualquier actor. Y en la puerta, como desafío al paso del tiempo y a los límites de la perdurabilidad, pegaron sus caras en la primera obra que los reunió, Los mosqueteros del rey, allá por el ‘91. Se ve un cuarteto de rostros en blanco y negro, con mirada a futuro, plastificados y joviales. Uno abre la puerta, entra al camarín y se produce un fugaz viaje en el tiempo. Indudablemente, Marrale mantiene un parecido a su foto de un par de décadas atrás. Y Hugo Arana parodia el paso de los años: “Che, me siento extraño sin el suero. ¿Podemos hacer las fotos más agachados? Me jode la espalda si me paro derecho.” Luego de cuatro temporadas con Baraka , exitazo nacional, vuelven el martes con Mineros , texto del inglés Lee Hall, versionada y dirigida por Javier Daulte. Es una obra basada en hechos reales ( ver recuadro ), pero nada que ver con lo sucedido en la mina chilena. “Esto es lo opuesto a Baraka -dice Leyrado-. Ahora los personajes, si bien no son amigos, se conocen de muchos años de trabajo en la mina. Los atraviesa otro vínculo, que no es amistad, pero es algo muy visceral para todos.” El relato nos introduce en un grupo de mineros ingleses que, durante la década del ‘30, decide tomar clases de apreciación del arte. Y el instructor nota que sus alumnos con las imágenes de Tiziano y Da Vinci que les muestra no sólo no se emocionan, sino que les importan un pomo. Entonces, decide ponerlos a pintar y ellos hacen famosos con sus cuadros. “A ninguno de los cuatro el mundo de la intelectualidad ni siquiera los roza, son gente de trabajo brutal y físico -dice Arana-. En Baraka uno veía claramente a cuatro neuróticos que se eligieron amigos en la adolescencia. A estos personajes, en cambio, los eligió la compañía para la que laburan desde la infancia. Están juntos en una tarea muy riesgosa, donde el cuidado por el otro es muy importante. Esto se ve todavía en el campo, donde uno sabe que el vecino te cuida y te protege. Y este profesor que llega los enfrenta con un tema riquísimo: el de la expresión y el arte como posibilidad para todos.” Arana va con George, un burócrata que se atiene a todo lo que dice el sindicato. Leyrado con Harry, un marxista ortodoxo, ex minero y ahora dentista, que repite consignas a rajatabla: ”Tuve que comprarme un par de libros de Marx para refrescar -dice-. Leí un poco y después lo abandoné”. Grandinetti es Oliver, quien prácticamente no tiene pensamiento propio, tampoco familia y depende totalmente del grupo. Finalmente, Lyon, el profesor, es Marrale. “Es una especie de abrelatas -cuenta el actor-, porque indaga en uno de los puntos centrales de la obra: qué nos pasa cuando alguien nos permite descubrir lo más creativo que tenemos. Además, la pieza también tiene un aspecto contradictorio, porque en un momento aparece la vanidad como contrapeso de lo grupal.” ¿Cómo digieren ustedes la vanidad de la que habla la obra? Grandinetti: Como el orto.

Leyrado: Somos como los Beatles.

Arana: Es algo que se ve en el escenario cuando uno trata de tapar al otro. Todo lo nuestro es muy sutil.

Leyrado: Hay una cosa de nuestra relación que nos sirvió entender: no conformamos un grupo. Si hay un grupo, de alguna manera se fue haciendo. En realidad cuando hacíamos Mosqueteros había más pertenencia, pero nunca hubo reglamento, sino una suma de individualidades. Con el tiempo esa unión de individualidades nos dio más gasolina para seguir.

Pero seguro existen códigos implícitos que los hace estar juntos.

Grandinetti: Creo que el humor es nuestro mejor código ...

Leyrado: Y tener ganas de estar juntos. Otra cosa que hacemos siempre es sortear el camarín. Pero no lo hacemos como reglamento, sino porque nos parece que es la mejor forma de resolverlo.

Arana: Creo que ahora es la primera vez que decimos la palabra “código” entre nosotros, porque eso no existe acá. Yo detesto esa palabra porque suena a Al Capone y a la mafia. Pienso que nuestro mejor reglamento es no tener código Grandinetti: Puede ser, pero hay cosas en común que tenemos sí tenemos. El humor es una ... y el mal humor, también.

Estuvieron cuatro temporadas juntos, hicieron largas giras. ¿No llega un momento en que se pudren de compartir tanto? Arana: Cuando estamos en gira y nos toca comer, y uno decide tirarse un pedo es algo que de golpe debemos reflexionar. Y lo hacemos.

Grandinetti: La gira nos divierte mucho, estuvimos en España y en muchos lados, pero nunca tuvimos que trabajar para la relación.

Hubo elencos y compañías que para mantener el vínculo han llegado a la terapia de grupo.

Marrale: Nosotros necesitaríamos todo un grupo de analistas.

Grandinetti: Puede ser, pero no existen tantos grupos de trabajo como el nuestro, que tiene gente trabajando hace muchos años. Por ejemplo, a Chapu, el maquinista, lo conocemos hace treinta años.

¿Qué momentos de la gira de “Baraka” fueron inolvidables? Leyrado: Cuando estuvimos en Cartagena. Pero Hugo no pudo venir porque estaba grabando.

Arana: ¡Ahí está la traición! Si hubiera espíritu de grupo no se van los tres a Cartagena y a mí me dejan de garpe.

Grandinetti: Con verdadero espíritu de grupo, el tipo manda al carajo las grabaciones, con las que seguramente gana un pedazo de guita, y se viene con nosotros. Pero éste nunca tuvo el más puto código.

Leyrado: En Cartagena éramos tres pibes, bien turistas. A la noche alquilamos un mateo, comimos afuera y nos rompieron la cabeza con la cuenta. Pero estuvo bárbaro.

¿Todavía tienen capacidad para sorprenderse por lo que haga alguno de los cuatro?
Arana: Nos conocemos mucho, ya nada nos sorprende. Lo que pasa es que nos une un escenario, el deseo singular de actuar y contar un cuento. Eso es un tema muy convocante, porque uno le dedicó la vida al teatro. Y si la pasamos bien es algo muy potente Grandinetti: Desde Los Mosqueteros muchos se preguntan cómo hacemos, es como si fuera imposible que algo así funcionara armónicamente. Algo extraño tenemos, sí. Es más, estamos convencidos que juntos nos quieren mucho, separados no sé si tanto.

¿Es posible pensar en un marketing de la amistad como clave del éxito? Grandinetti: Si han decidido comprar ese marketing, está bien, pero no fue hecho por nosotros.

Leyrado: Mi hijo, que nos conoce y acompañó desde siempre, cuando vio Baraka , me dijo que los amigos de su edad le decían “me gusta cómo estos tipos se animan a hacer, a su edad, algo tan jugado.” Ahí aparece el resultado de nuestra amistad, no como marketing.

Marrale: Ahora todo pasa muy rápido. Cuando la gente ve que cuatro personas siguen eligiéndose los conmueve, quizá porque añoran hacerlo y verlo más seguido.

Fuente: Clarín

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