Rodolfo Ranni


Rodolfo Ranni: "Cuando dirijo soy más responsable"

Entrevista. Actuará y dirigirá en “Camino negro”. Con la obra de Oscar Viale, que ya hizo en la década del ochenta, debutará el miércoles en Mar del Plata. Dice que es “una comedia dramática costumbrista”. Lo acompañarán Luciano Castro y Romina Richi.

Rodolfo Ranni es el único actor con el que uno quisiera realmente compartir un buen asado. Anclado en Ingeniero Maschwitz, parece estar de vuelta de todo: autodidacta, comenzó su carrera en cine con Hugo del Carril, fue dirigido por Armando Discépolo, estuvo cerca -sino fuera por el cross telefónico de Iliana Calabró-de ganar un Cantando por un sueño (“lo disfruté, a pesar que físicamente estaba para el carajo, con graves problemas de columna, pero volvería a cantar”, dice); y hasta condujo un programa de cocina. “¿Sabés que yo viví hasta los diez años en Italia, pero acá probé por primera vez los ravioles?”, revela. Va y viene en la charla este actor que advirtió que puede ceder en varias cosas -tuvo tres episodios de hipertensión en una reciente gira nacional-, pero que a nadie se le ocurra borrar de su vida el vino y el tuco. Y uno le cree, claro.

Está a pocos días de estrenar en Mar del Plata la remake de Camino negro , un éxito de Oscar Viale que, en 1983, dirigió Laura Yusem y protagonizaron Juan Leyrado, Betiana Blum y Miguel Angel Solá, quien luego fue reemplazado por Ranni. Pero ahora el actor de Los machos , no sólo actúa, sino que también se calza la camiseta de director de un elenco que completan Romina Richi y Luciano Castro.

“Con Luciano terminábamos a las seis de la tarde de grabar en Don Torcuato Herederos de una venganza y después nos poníamos a ensayar -dice-. Te desconectás de la tele, pero cuando pasás al teatro, te queda el cansancio, porque todos los días tenés que levantarte a las seis de la matina para ir a la tira.” ¿Cómo te llevás con los ensayos? Mirá ... empezamos en octubre con charlas, tranquilos, y cuando teníamos ganas de irnos, nos íbamos. No hubo horarios rígidos. Romina y Luciano son los que llevan la obra, yo tengo dos entradas y eso me facilitó el hecho de dirigir. Creo que ensayar más de dos horas es casi nocivo.

¿Por? Por la concentración. El actor tiene dos horas de aguante, después te embolás. Pero ojo, hablo de mí.

Nunca te gustó intelectualizar tu trabajo. Contabas que a Augusto Fernandes y a Carlos Gandolfo le decías que había que “desfernandizar” y “desgandolfizar” al actor.

¡Sí! Nos reíamos mucho con eso. Se los decía en joda, eran amigos. En mi época no había escuela de teatro, yo aprendí laburando. Si la base de la actuación es la observación, yo me la pasaba mirando de pibe. Me dirigía don Armando (Discépolo) y ahí sí que los ensayos duraban más de cuatro horas (ríe). Tuve la fortuna de laburar con él y de aprender.

¿Qué tomaste de ese clima? Había toda una mística del trabajo. Yo estaba con la Merello, en el Alvear, y, al lado, estaban haciendo Caramelos surtidos , con Luis Arata y Hugo del Carril, con quien hice dos películas. Entonces, yo me iba a charlar con Arata, que estaba sentado en la escalera. Yo era un pendejo, tenía 22 años, y le preguntaba cosas de su época. Recién estaba apareciendo la tele y los viejos le tenían miedo, porque era una cosa nueva, sin apuntador.

¿Te da nostalgia ese tiempo? No, la nostalgia es una cosa que uno tiene que dejar para cuando te encontrás con unos amigos y te tomás un vaso de vino. Uno tiene que tratar siempre de estar cuatro pasos adelante, no atrás. Creo que mañana todo puede ser mejor, siempre. En lo que se te ocurra: en la comida que no te salió bien, en un hijo nuevo que vas a tener, en un trabajo nuevo. Es mejor lo que viene, no lo que fue. Tengo recuerdos, no nostalgia. Por ejemplo, nunca quise volver a mi pueblo, Trieste, en Italia, porque no quería que se me terminaran los recuerdos.

¿Cuándo volviste? A los 55 años.

Es algo que siempre tuviste pendiente.

Sí, pero no quería ir. Mi vieja fue varias veces y me decía que había cambiado. Pero cuando volví, me di cuenta de que estaba todo igual. Siempre me vi como dos personas: el pibe de diez años que quedó allá, en Trieste, más esto que soy, y que no quería volver. Y hace poco pude juntar mi vida. Fue importante.

¿Pensás irte a vivir allá? No, es más, si me preguntás dónde quiero vivir, no sería Italia. Sí, Galicia, España, donde estuve cuatro años. Extraño mucho ese lugar.

¿Qué tiene Galicia? No sé. Mi cuerpo se sintió cómodo allá. Hay cosas que no se explican. Me encanta estar en Finisterre mirando el mar varias horas y pensar “con razón siempre los tipos pensaron que acá se acaba el mundo”, y después bajar a la playa y comer unos erizos. Recuerdo eso y no me quiero ir más de ahí. Creo que eso tiene que ver con mi trabajo, porque lo que piensa en el escenario es el cuerpo, no la cabeza. Uno en la vida también tiene que dejar librado a que el cuerpo piense, no sólo la mente.

¿Cómo te encontrás en el rol de director? La paso bien y creo que soy bueno.

¿En qué lo intuís? En que soy todo lo contrario a como soy como actor. Como actor no me gusta ensayar y me doy cuenta de que cuando dirijo soy más responsable y estoy pendiente de todo. Tengo una gran paciencia, cosa que, como actor, es algo que no existe en mí. Y sé que transmito muy claro lo que quiero. Cuando una escena sale bien, la disfruto más que como actor.

Después de tanta comedia en temporadas de verano, ¿por qué decidiste volver con un drama? Me gusta el material, creo que todavía puede dar mucho. A esta obra la defino como una comedia dramática costumbrista.

¿Y eso? No sé si vale el término, con eso quiero decir que hay escenas muy dramáticas que causan mucha gracia. A pesar de lo dramático y los personajes, causan risas. Hay bocadillos terribles.

Había un desnudo en el estreno del ‘83, ¿Lo repetís con Richi? En esa época no había un desnudo total, porque no se permitía. Betiana Blum quedaba en corpiños. Acá habrá más cosas, pero no están puestas porque sí. No está pensado “acá Romina se queda en bolas”, todo tiene que ver con una cosa estética. Además, ahora ¿qué es una mina en bolas? Por más buena que esté, no pasa nada. Tiene que tener toda una magia.

¿Todavía sentís que Artur Miller es lo único que te queda por hacer? Panorama desde el puente y La muerte de un viajante es algo que me falta, sí. Pero no voy a morir frustrado si no lo hago. Uno tiene que hacer de todo, y hacerlo bien. No existen las especializaciones en la actuación.

Fuente: Clarín

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