Camino negro


Las chicas están en llamas

“Camino negro”. Las jovencitas deliran por Luciano Castro.

Dentro de un chaperío que reproduce el interior de una gomería, el fibroso Luciano Castro forcejea con la cámara de una rueda de camión. Entonces, las chicas, en la platea y en el pullman -las hay de todas las edades, son mayoría, y están ardientes- piden que ese momento idílico de su galán se estire hasta el infinito. Un loop de suspiros, y reflejos hormonales, es música ambiental en el Roxy cuando Castro se levanta la camiseta y pela abdominales; o en el instante en que se acomoda la bragueta y una de sus nenas, desde la oscuridad, le apunta: papi, dejá que te la acomodo yo.

Interesante contrapunto que refleja la forma en que una franja generacional del público 2011/2012 goza esta versión de Camino negro, dirigida por Rodolfo Ranni, quien también actúa con breves intervenciones. El director ancla la puesta en la década del ‘ 80, durante la agonía de la última dictadura militar. En ella resuenan palabras como “desaparecidos” y “secuestros”. El camionero Pereyra (Castro), muy cerca de Teresa (Romina Richi), una oscura gerenta de personal, le dice: “¿Le doy miedo? En lugar de Pereyra, tendría que llamarme Martínez de Hoz”.

Remake de la pieza escrita por Oscar Viale y Alberto Alejandro, estrenada con gran éxito en 1983, Camino negro es una comedia negra de encierro. En una noche de tormenta, Teresa y Pereyra arriban a una inhóspita gomería del conurbano para reparar la pinchadura de una cubierta. Cómo llegan a esa situación, en la que ella se brinda gentilmente a ser trasladada hasta su casa por un camionero de su empresa, se irá develando en el transcurso de casi dos horas de función. Lo mismo sucede con el sentido que tendrá el territorio donde confluyen.

Y el gomero tarda en llegar, por lo tanto, la pareja queda varada y aprovecha el tiempo para sacudirse de reproches. El quiere ajusticiar a su “gerenta”, que se cargó a varios de sus compañeros, de un modo terrible para la autoestima femenina; y ella responde con diversas maniobras de manipulación. Un círculo de psicopateadas y deseos carnales que penden de un hilo y se interrumpen por la llegada de un misterioso personaje rengo (Ranni), que merodea la gomería.

Apenas comienza la temporada de verano y Camino negro transita algunos comprensibles problemas en el ritmo de los diálogos entre los dos protagonistas. Richi y Castro permanecen durante toda la obra en escena, pero todavía no logran asentar la calidad del vínculo que insinúan. Por otro lado, el espectáculo padece un inconveniente de sonido: los micrófonos ambientales producen un eco potenciado por la acústica abovedada de la sala, que estructuralmente es un ex-cine, y se pierden algunos intercambios vitales de la trama.

Fuente: Tiempo Argentino

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