Ramiro Guggiari: Verte llorar


“Necesito pelearme con el teatro”

El teatrista señala que comenzó a escribir Verte... influido por Chéjov. Construyó así el retrato de una familia alienada.

Pelearse con el teatro significó para Ramiro Guggiari incentivar la creatividad. Antes de debutar con su obra Verte llorar –que también dirige y ofrece en La Ratonera Cultural– cursó estudios de Filosofía e Historia en la UBA y dirección escénica en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA). Pasó por los talleres de actuación de Patricia Gilmour y Stella Galazzi, y desde hace tres años continúa su formación con el actor, director y autor Norman Briski. Guggiari no cree que de niño su conflicto con el teatro haya sido por rebeldía familiar. Había visto Rojos Globos Rojos, de su abuelo Eduardo “Tato” Pavlovsky, en el desaparecido Teatro Babilonia, pero no fue por aquella experiencia que se decidió por la escena y sostuvo al mismo tiempo una visión crítica. Si bien el cine lo apasiona –aun cuando no se dedica– aquello que determinó su ingreso al teatro fue haber presenciado El suicidio (Apócrifo I), obra de Daniel Veronese y Ana Alvarado en colaboración con los otros integrantes de El Periférico de Objetos.

Desde una postura de pelea, Guggiari comenzó a escribir Verte... entusiasmado con el retrato de una familia alienada cruzada por las complejidades que derivan de un suicidio, del desencuentro amoroso y de los fracasos profesionales. Asuntos bravos que el autor matiza con humor y conocimiento, tal vez por su actividad en el Nuevo Espacio de Psicodrama Grupal, que dirige su abuelo Tato y codirige su madre, la licenciada Carolina Pavlovsky, también actriz, a quien se vio en el espectáculo Locuración (que dirigió Eduardo Misch e incluía dos participaciones de Carolina en las piezas breves Bicicleta molida y Sofía). En Nuevo Espacio, Guggiari dicta un taller de Introducción a la Teoría y Filosofía del Teatro.

–¿Quiénes serían los alienados de Verte llorar?

–Todos. Estos personajes están atrapados en su burbuja de clase media alta venida a menos. La madre fue actriz y vivió su época de oro, que no es la presente, como le sucedía a Irina Arkádina, la madre viuda de La gaviota, de Anton Chéjov. En nuestra obra los hijos aspiran a ser grandes escritores y fracasan, y una hija que se suicida acaba siendo una figura fantasmagórica.

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