Fabio Fusca: Kinema


“La obra conserva el clima del film”

El drama escrito por Ana Ferrer y dirigido por Fusca retrata a un hombre que vuelve al viejo cine de su infancia, del que se alejó hace muchos años. “Lo que ocurre es una excusa para hablar de ideales y compromisos de toda la humanidad”, sostiene Fusca.

La obra teatral Kinema tiene varios puntos en común con la película Cinema Paradiso. Como Totó, Andrés creció en un cine barrial de antaño, con vetustos proyectores y pilas de celuloide enrollado. Y recibió los consejos del anciano encargado de la sala, Américo, un Alfredo cuyo nombre lo tira bien para este lado del Atlántico y profundiza su melancolía intrínseca con un halo de inmigrante. Kinema arranca con el regreso de Andrés al cine de su infancia, del que se alejó hace muchos años, detrás de una carrera profesional en la gran ciudad (no es director cinematográfico, aunque enuncie querer serlo, sino productor). Lo encuentra hecho una lágrima. Américo, aspecto de Papá Noel desaliñado, resiste allí, entre el polvo y las ratas, una orden de desalojo. La situación genera reflexiones sobre lo que cambia y lo que permanece, y cuánta responsabilidad tiene cada uno en ese baile, lo mismo que el film de Giuseppe Tornatore. Sin embargo, el drama escrito por Ana Ferrer y dirigido por Fabio Fusca pone en el centro no al hombre en busca de una redención coherente con sus orígenes, sino al que se quedó y le muestra, más triste que furioso, los dientes al progreso (como principio liberal). “Lo que ocurre en el cine es una excusa para hablar de ideales y compromisos de toda la humanidad”, sostiene Fusca en diálogo con Página/12.

La reminiscencia a Cinema Paradiso resulta menos antojadiza cuando se sabe que Ferrer escribió Kinema hace dos años, a partir de un comentario sobre lo “conmovedor” del film italiano. “La obra conserva el clima de la película”, antepone el director, de 40 años. Y es cierto: el romanticismo es la lupa a través de la que el espectador es invitado a aproximarse al universo de Américo, poblado de estrellas de cine mudo (como Gloria Swanson) y oximorónicas “proyecciones pasadas” de films propiamente dichos y de ese épico largometraje que es vivir el día a día. Primero, por la puesta en escena, logradísima economía del espacio realizada por el propio Fusca, que además es arquitecto y docente del rubro en la UBA. “En cuanto al hecho creativo, pienso del mismo modo ambas profesiones. Trato de alcanzar la esencia de las cosas, aunque el producto del teatro sea efímero, en comparación con el de la arquitectura”, dice. Segundo, por el uso de las luces: cálidas o frías, tenues o titilantes, demarcan flashbacks y/o fantasías del anciano. Tercero, por un colorcito que funciona cual hoyo de conejo hacia lo que se verá, además de como expansión de la zona dramática: a la altura del público, los muros están decorados con posters de viejos éxitos de taquilla. Y cuarto, porque es una pieza teatral con impronta cinematográfica que deja las proyecciones a la imaginación de la audiencia. Los personajes acompañan desde el estereotipo: el abuelo que sufre, el hijo que vuelve, la novia que perdona.

Amén de esos carteles ahora retro y los artefactos anacrónicos que se muestran sobre el escenario, no abundan las huellas del tiempo en el que transcurre la acción. El programa la ubica en los ’70, y eso hace pensar que tendrá link con la última dictadura militar; más si se sabe que el otro espectáculo en cartelera dirigido por Fusca (y Roxana Randón) es Memorias de los ’70, que integra dos dramas escritos por Oscar Vázquez. Los ’70 de Kinema son, a priori, “el momento en el que el cine de barrio empieza a dejarse de lado”, zanja el director. “En la peatonal Rivadavia, de Quilmes, estaba el Cervantes. Iba de chico y veía dos películas de corrido. Pero ese cine ya no está. Y lo mismo pasó en otras ciudades: los viejos cines ahora son templos religiosos”, lamenta. No obstante, no pretende censurar alguna lectura venturosa a propósito del golpe del ’76. “Estamos obligados a recordar, los que somos y las generaciones venideras”, añade. Con respecto al fenómeno de cierres de “morosos” espacios artísticos, se condice con la declamación de Américo, que responsabiliza al Estado por la falta de conservación del patrimonio cultural. “La cultura es un hecho público y debe ser cuidada por los gobiernos. Cuando las librerías dejen de ser frecuentadas, ¿las vamos a cerrar?”, se pregunta. Ese es uno de los escasos momentos de lucidez del anciano. Hasta el final, murmurará “soluciones” sin cabo ni rabo sobre cómo podría salvarse la sala. Y uno llegará a preguntarse si los encuentros que tienen lugar en escena son reales o imaginarios. ¿Habrá vuelto verdaderamente Andrés? Lo único certero parece ser el desalojo. Lo demás, una despedida de Américo del cine que fue su vida. O las “escenas anteriores” al inexorable final que sería su muerte.

* Dirección, puesta en escena, vestuario: Fabio Fusca. Elenco: Alfredo Noberasco, Cecilia Labourt y Sergio Poves Campos. Musicalización y asistencia de dirección: Verónica Der-Meguerditchian. Asesoría de iluminación: Enrique Velay. Realización escenográfica: Ana Díaz Taibo. Diseño gráfico: María Brex. Espacio Abierto, Pasaje Carabelas 255, sábados a las 21.

Fuente: Página/12

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