La mujer puerca
La actuación que arrasa
Imposible imaginar otra intérprete que no sea Valeria Lois en esta obra escrita por Santiago Loza.
No se debería escribir sobre la actriz sino sobre la actuación. No debería importar Valeria Lois sino la historia de la mujer que vivió para lograr la santidad. Pero es imposible. Es imposible siquiera imaginar otra actriz en su lugar, en ese microescenario y a una microdistancia donde la interpretación te arrasa por completo.
La obra escrita por Santiago Loza (con dirección y puesta de Lisandro Rodríguez) parece hecha a medida. Tratándose de un monodrama dirán que seguramente no resulte un mérito enfocarse en Lois, pero antes de pasar a la idea, al argumento, hay que agregar que Valeria Lois es la gran diferencia entre un actor y alguien que se disfraza. La dramaturga Maru Estiz nos apunta que Loza suele decir que para él es fundamental que el espacio aluda a tiempos, historias, climas y situaciones. Si eso no sucede, no es un espacio propio del teatro. Por eso cuando alguien actúa a corta distancia puede advertirse que la interpretación segrega una energía capaz de transportarte a un estado de gracia inédito. Y en ese oxígeno tan compartido está la posibilidad de conocer una forma completamente distinta de la intimidación. Cosas que se aprenden gracias a la posibilidad de estar en una sala chiquita.
Las coordenadas: la actriz encarna a una mujer religiosa que vivió intensamente para alcanzar su deseo de beatitud. “La tragedia de la materia que no está hecha para la trascendencia”, dice el autor.
La mujer puerca es también la historia de una huérfana que podría haber sido arrancada de un relato de Dickens.
Durante poco menos de una hora Lois recorre el largo y sinuoso camino de un personaje que busca el reconocimiento divino. Tiempo suficiente como para que Lois te pasee por una colección de estados de ánimo que van de lo deforme a la ridiculez; del humor celestial al melodrama y a la ternura paradisíaca.
Según parece - nos apunta Estiz -, en un principio el público fue pensado como parte de un geriátrico o un hospicio. La conciencia del público, en el monólogo, a veces es una complicación de diseño. Quizás no siempre sea necesario encontrar interlocutores porque el monólogo, en sí, se asemeja a un acto de locura. Además Lois, conectada al extremo con su instrumento, logra relacionarse visualmente y, un detalle para nada menor, tiene una excelente dicción que se agradece. “También resulta muy atractivo observar a una actriz con una cara tan expresiva -a grega Estiz, exégeta en horas libres -, alguien que se vuelve bella o espantosa. La mutación es sorprendente”. Lo es.
Fuente: Clarín
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