Adiós, muñeca

Historia de crimen y corrupción

Argentina modelo 2001. El corralito irrumpía en la economía del país sacudiendo los bolsillos y el equilibrio emocional de la población. Parecía ficción. Era realidad. Ya no se disponía libremente del dinero depositado en los bancos y la hecatombe financiera desataba el desmembramiento de una sociedad en la que aparecía el trueque, las monedas inventadas como paliativos de cambio y el saqueo. La crisis pegó duro en todos los estratos sociales. Y también desestabilizó los acuerdos non sanctos de los hampones del conurbano, de los traficantes de drogas.

En ese marco, el abogado penalista y ex juez Daniel Llermanos situó su ficción con atmósfera de thriller dramático. La historia está basada en sucesos reales, aunque modificados, en virtud de la confidencialidad profesional y un apropiado desarrollo del relato. Un casino flotante oficia de escenario para desnudar esta historia de policías corruptos y mafia. Un dealer en los comienzos de su "carrera" se ve afectado por la confiscación de los depósitos bancarios y la imposibilidad de saldar una deuda abultada con narcotraficantes. En medio del caos interviene en su vida una joven prostituta adicta, quien le pide que termine con la vida de un poderoso empresario. Así las cosas, la narración, discontinua en lo cronológico, desnuda una telaraña de acuerdos, redes ilícitas y crimen.

La directora Eva Halac, acostumbrada a transitar la pluma de autores argentinos de diversas épocas, todo un sello de elección estética e ideológica, vuelve a timonear un material de Daniel Llermanos, luego de su reciente montaje de Código de familia. Halac impregnó su puesta con la sordidez necesaria que requieren los oscuros personajes protagonistas. Pero supo congeniar la asfixia que propone el material con reiterados pasajes de cierto humor, aunque por momentos éstos restan peso dramático y apartan al espectador de la atmósfera lúgubre y el suspenso que tiñe el desarrollo del relato. La directora apeló a los sonidos de la televisión de época (en la voz de la periodista Rosario Lufrano, hoy productora ejecutiva de esta pieza), y a generar determinados puntos de contacto reconocibles y referenciales de esa realidad de comienzos de este siglo que aún vive nítida en la memoria de los argentinos. Halac aprovechó recursos y situaciones desde un canon de realismo del espacio y de la acción.

Nacho Gadano, en la piel de un comisario ligado a las mafias de todo tipo, y Alfredo Castellani, como un oficial infecto y torpe, conforman el dúo que teje el relato, desnudando la corruptela de quienes deben combatirla. Gadano le imprime cinismo y soberbia a su criatura, mientras que Castellani brinda los momentos de humor en una lograda composición. Fito Yanelli, por su parte, aporta oficio en la creación apropiada de su poderoso y despreciable empresario de mal final. La pareja más joven, conformada por Vanesa González y Guido Massri, en la piel de la prostituta y el dealer, exponen la desolación de quienes ya se saben partícipes prematuros de los márgenes de la sociedad en un camino periférico sin retorno. Aunque correctos, sus criaturas aún pueden lograr un mayor vuelo y convicción

Fuente: La Nación

Sala: Multiteatro

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