La última habitación (El despertar de Clara)
Sueños entre el clown y la comedia
Luisina Di Chenna se luce en este trabajo del dramaturgo y director Walter Velázquez
Y un buen día Clara se despierta. Así, sin más, después de dos años de estar postrada en la cama de un hospital -en coma-, abre los ojos, pide torta y se vuelve a "dormir". El único que la ve es su marido, el Negro, que sigue yendo a verla, bien empilchado, con flores y música de regalo. Queda tan sorprendido que no reacciona y su desconcierto confunde al médico y a la enfermera que atienden a su joven mujer. Nadie le cree, tanto que hasta él mismo empieza a dudar de lo que vio.
El cuadro bien podría ser el de un drama cerrado y opresivo, salvo por un detalle: la torta. Sólo ese dato dispara todo hacia cierto -y bienvenido- lenguaje absurdo, de comedia (negra, por supuesto) en el que no es difícil descubrir destellos de clown. Así, el director Walter Velázquez hace jugar a sus actores en el límite entre dos universos, uno onírico y otro real, que casi sin aviso se empiezan a cruzar, a superponer a tal punto que es difícil -en determinado momento- saber qué de todo lo que sucede allí pertenece a un mundo o a otro.
De esta manera, se disfruta la inmensa ternura que despliega Sol Lebenfisz (la enfermera Mabel) cuando atiende, cuida y mima a Clara, y de los bailes y vuelos alucinados de la joven paciente mientras su marido, la enfermera y el médico juegan a las cartas sin notar el más leve movimiento. Por momentos se puede decir que se está frente a un vodevil en el que las puertas que se abren y se cierran cumplen un rol fundamental, pero a diferencia de este género, más pronto que tarde todos se empiezan a encontrar en esa última habitación y ya nadie duda de lo que vio o de lo que sucede, porque está tan inmerso en esa nueva realidad soñada que es imposible escindirse.
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