Héctor Malamud

Malamud y la muerte de un gran soñador

Actor, director, autor y gran militante de la risa

Cuentan que se fue sin que se diera cuenta ("tuvo una digna muerte de un actor: murió soñando", decía un amigo suyo ayer por la tarde sin salir de su asombro). Lo cierto es que en el paso de la noche del martes al miércoles falleció el actor, director y autor Héctor Malamud.

Nacido en 1943, para muchos será recordado como el señor de la risa, como aquel empedernido hombre de teatro de perfil bajo que se la pasó homenajeando, a su manera, al humor de Chaplin, Buster Keaton, los hermanos Marx, Luis Sandrini, Pepe Arias, Niní Marshall y a los Grandes del Buen Humor.

Fiel a ese personal recorrido, su primer espectáculo como autor fue El gran soñador (1973), obra con la que se trasladó al Viejo Continente y que presentó en los más importantes festivales de teatro del mundo. Dentro de la línea de teatro corporal, esa pieza era una pantomima tragicómica basada en la historia de un caramelero de un cine de barrio que se identifica con los héroes de las películas. Tiempo después, estrenó allí Ding dong clowns y People love me.

Mientras el país se debatía entre el Mundial de Fútbol y la época más dura de la dictadura, Malamud encontró su búnker en Europa trabajando junto a gente como Copi, Carlos Trafic y Benito Gutmacher.

Cuando el aire se hizo más respirable, volvió a Buenos Aires en 1989, después de haber estudiado clown en Alemania. Estrenó aquí Tango clips, un unipersonal en el cual parodiaba a los principales mitos porteños.Quizá cerrando un círculo que había abierto en París, fue un brillante intérprete de Una visita inoportuna, la genial obra póstuma de Copi, estrenada en el Teatro San Martín en 1992.

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