Marina Rodríguez: La embajada


Nota del 29 de noviembre

“En el exilio, todo es provisorio”

Del recuerdo del embajador que facilitó el salvoconducto de cientos de uruguayos perseguidos surgió esta obra que El Galpón de Montevideo aporta al Encuentro Internacional de Teatro por la Identidad, que finaliza mañana en el Cervantes.

Durante dos años estuvo dándole vueltas a una dramaturgia que nació de una experiencia personal y deseaba compartir con aquellos que atravesaron por una situación semejante pero también con quienes la desconocían. La actriz, dramaturga y directora uruguaya Marina Rodríguez supo en 2005 que había llegado el momento de escenificar su vivencia de niña asilada en 1976, cuando en su país arreciaba la dictadura militar instalada tras el golpe de Estado del 27 de junio de 1973. La impulsaba el recuerdo y la tarea del embajador mexicano Vicente Muñiz Arroyo, que facilitó el salvoconducto de cientos de uruguayos perseguidos. De aquella memoria de adolescente surgió La embajada, obra que la dramaturga y el equipo de El Galpón de Montevideo aportaron al Encuentro Internacional de Teatro por la Identidad que finaliza mañana en el Teatro Nacional Cervantes. Rodríguez opina que la situación del asilado ha sido una de las menos tratadas, tal vez por el inexplicable sentimiento de culpa que embarga a quien se salvó. La autora menciona un relato del cubano Alejo Carpentier, El derecho de asilo, “que no es lo mismo”, aclara, y el documental Asilados, próximo a su obra, estrenada en julio de 2007 en El Galpón, fundado, como otros teatros independientes, en la década del ’40. Su propósito ha sido limar los rasgos autobiográficos sin apartarse de una mirada adolescente: tenía catorce años cuando halló refugio junto a su madre y su hermanita bebé en la Embajada de México en Uruguay. Esa fidelidad a la niña que fue desdibuja los miedos y las incertidumbres de aquel asilo: “Para un niño o un adolescente era encontrar un lugar tranquilo –dice–. Las estadías eran de quince días, aunque alguna gente estuvo allí meses y hasta un año.”

–¿Cuál era su situación?

–Nosotros esperamos dos meses el salvoconducto, compartiendo el asilo con unas cien personas más. El trámite fue complicado, porque mi padre estaba preso y yo tenía que salir del país con permiso suyo. Mi padre estuvo nueve años en la cárcel: lo liberaron recién en 1984. Había muchos integrantes de El Galpón en la embajada: ellos ingresaron en junio de 1976. Después hubo una avalancha de asilados y se produjo una trancadera muy grande: no dejaban salir ni entregaban salvoconductos. Fue una situación muy fea y muy dura. Mi hermanita nació en mayo del ’76 y mi madre le puso Victoria, porque la niña nació en un sanatorio normal y ella no padeció como las mamás secuestradas: mi hermana tiene la edad de los jóvenes que nacieron en cautiverio y no saben quiénes son sus padres biológicos. Tuvimos la suerte de que esto no nos pasara y de encontrar a un embajador como Muñiz Arroyo, que nos gestionó el asilo político. Fue un hombre brillante. No era diplomático de carrera. Era economista y representante de México en la Asociación Latinoamericana de Integración, pero se desempeñó como embajador entre 1975 y 1977. Fue un hombre valiente.

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