Héctor Alterio

Héctor Alterio

De pibe era arquero, pero soñaba con ser cantor de tangos. A los 12 años empezó a trabajar "de cualquier cosa" y enseguida debutó como actor. Dice que de chico padecía su nariz. De grande, le encontró su encanto. Retrato de la coherencia.

Tiene una mirada profunda, azulada, sostenida, intensa. Mirada con memoria. Entrecierra esos ojos claros —que casi dan cuenta de su identidad— para viajar en el tiempo y espiar su infancia. "Repaso y me encuentro con una criatura que tenía 5 o 6 años y era tímido, enfermizo, apocado, silencioso, reservado... y todas esas cosas desaparecían cuando llegaban los carnavales y me disfrazaba. Eso me posibilitaba ser todo lo contrario de lo que era en realidad", comparte el dueño de esa imagen, de esa vida, de ese modo de saber contar. El hombre que detesta el bronce, a tal punto que confiesa que "me causa gracia que digan que soy un actor serio". Cosa seria, sin embargo, Héctor Alterio.

Instalado en España hace 34 años, cuando el exilio lo alejó sin quitarle las raíces, ahora está en su Buenos Aires querida, en un bar que no le es ajeno. Es un bar cualquiera de Barrio Norte, pero la postal se repite: "Yo salgo a la calle y es como si entrara a mi casa. Siempre hay un saludo, una palmada, un gesto que me gratifica... y de paso me ayuda a domar aquellas penurias de pibe".

Hijo de inmigrantes napolitanos, es el menor de cuatro hermanos, puesto que provocó llevar el Benjamín como segundo nombre. Criado en Chacarita —barrio que lo hizo hincha fiel del funebrero—, cuenta que "a los 12 años, cuando murió mi padre, tuve que salir a trabajar de cualquier cosa. Las posibilidades de estudiar o de aprender música eran totalmente nulas, por eso digo que soy un músico frustrado. Sólo cursé la primaria: laburaba a la mañana, iba a la escuela a la tarde. Y era lo que podía: repartidor de pedidos, empleado en una carnicería, cadete en una farmacia...".

'Te dabas maña para todo?

Hacía como que me daba maña, pero era bastante torpe. Mirá, me acuerdo de una vez en la que estaba limpiando el piso de la farmacia con un cepillo y volteé un frasco enorme de propaganda de colonia Atkinson. Lo rompí y quedó perfumado el local durante 20 días, no te exagero. Eso habla de mi torpeza y de mi distracción de aquella época, agravadas por una humillación que padecía de parte de un compañero.

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