Una cierta piedad


Nota del 12 de septiembre

Entre dos fuegos

Las Torres Gemelas arden y una pareja de amantes decide su destino. El texto no profundiza como para conmover.

Estamos dando vueltas todo el tiempo en el mismo punto", dice Abby, personaje interpretado por Selva Alemán, a Ben, el otro protagonista de la obra, a quien compone Juan Gil Navarro. Y ése es precisamente el problema del texto de Una cierta piedad: que se enreda en sí mismo sin encontrar salida.

Si bien la idea sobre la que se construye la obra sugiere algo interesante, el espectáculo dirigido por Alejandro Maci -que se presenta en el Teatro Metropolitan- no satisface esa expectativa.

La historia transcurre el 12 de septiembre de 2001 y trata sobre Ben, un hombre que trabajaba en el World Trade Center, pero que durante el ataque a las Torres Gemelas se encontraba lejos de su oficina, junto a su amante, Abby, quien es también su jefa. Esperando que su familia piense que murió durante el colapso del múltiple atentado, Ben contempla la posibilidad de utilizar esa tragedia para huir con su amante. La puesta sucede en la casa de Abby; durante una hora y cuarto, los amantes discuten, sin mucho fervor, sobre esa posibilidad y sobre la relación que los une.

El libro, del norteamericano Neil Labute -el mismo autor de Gorda-, no profundiza en los personajes y la escena tampoco captura la irrefrenable atracción de los amantes. Aunque lo refiere, tampoco vuelve presencia el afuera, a esas calles invadidas por la muerte de miles de personas, a causa del atentado a las Torres Gemelas. Y el ritmo de la puesta se vuelve lento.

La cama en un costado del escenario. Un gran ventanal al fondo. Un escritorio. Teléfonos que suenan y ninguno atiende. Sirenas que se escuchan sin demasiada potencia. En ese marco sucede el encuentro entre los amantes. Ella espera que él enfrente a su familia con la verdad. El quiere construir una nueva vida a partir de la mentira. Ella le pide que llame a su mujer y que no intente "sacarle provecho a un desastre". Los actores le ponen el cuerpo y la voz a Abby y a Ben, pero los personajes no les ofrecen suficientes posibilidades para concretar en el escenario un trabajo lucido.

En la ironía en el trato residen los pocos rasgos de humor de la pieza, que no logra despegar y se queda sólo en una idea.

Más en Clarín

Comentarios

Entradas populares de este blog

Andrea Gilmour

Susana Torres Molina: Estática

Chamé Buendia: Last Call-última llamada