Pepe Soriano


Pepe Soriano: "Tener fe, para mí, es creer en lo increíble"

Recibe en su hogar de siempre, el lugar en el que nació, herencia de sus abuelos casi analfabetos, allí, en Colegiales, donde la calle Amenábar es acechada por las vías del ferrocarril. La casa tiene, en la pared del living, cerca de un retrato del Menchi Sábat y un cuadro de Pérez Celis, el recorte de unos añejos ladrillos a la vista. "No quise tocar eso. Es la medianera que da a la casa de Raúl González Tuñón", dice el actor que elige en su relato hablar en presente y parece conjurar, así, por decisión artística, el paso del tiempo. Se recuesta en su sillón de siempre y se lo percibe sentado en el centro de mundo: hacia donde estira la mirada vuelve, reconfortado, con una historia. "Tengo la imagen de mi viejo, como si lo viera ahora mismo, diciendo a los vecinos, cuando Raúl González Tuñón llegaba al barrio, caminando despacio, desde la calle Dorrego, a la tardecita y de traje oscuro: Prendan las luces, que pasa un poeta."

Está pleno y lúcido Pepe Soriano a las cuatro de la tarde de un martes: sin función a la vista y luego de una de sus habituales incursiones por la bicicleta fija y la cinta de correr. La vitalidad de siempre, esa marca en el orillo. Cuentan que cuando ensayaba Mi bella dama, y ya andaba por los 70, quería convencer al escenógrafo de montar un trampolín en bambalinas para rebotar en la tabla y caer en escena viajando por el aire, hasta un carro lleno de forrajes. Ahora, que está cerca de los 80, y viene de pelearla fieramente contra un cáncer de vejiga, sigue al frente de una nueva temporada, la quinta, de Visitando al Sr. Green, la obra con la que se cansó de ganar premios. Y seguirá lidiando con ese anciano entrañable, religioso y testarudo, por lo menos, hasta fin de año: la pieza de Jeff Baron, continúa con una muy alta convocatoria a pesar de la diversa oferta teatral que genera Buenos Aires. "Yo lo quiero a Green, y él me quiere a mí, pero me parece que ya me está diciendo, desde hace un par de semanas, Pepe, andá pensando en dejarme descansar. Su voz se me cruza, la escucho en camarines: buscate otro tipo, ya estoy viejo, dejame dormir tranquilo".

Pepe Soriano se ríe y se tira hacia atrás, tomándose la panza, y apura el café, y señala unas exquisitas masas de queso. Una imagen pública extraña la que rondó a José Carlos Soriano, Pepe desde que comenzó a frecuentar el oficio de ser otro. En los inicios, tenía aspecto de más grande y le tocaban papeles que lo excedían en edad, pero en los últimos años, en cambio, como quien se reconstruye a sí mismo, expone en escena una intensidad que desbarata la cifra de su cédula de identidad.

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