La trup sin fin

Los mejores personajes, allí al alcance

Pinocho, Popeye y Olivia, Chaplin y El Gordo y El Flaco son recreados en la nueva obra del director, que cuenta también con gran elenco.

Blanca y radiante, la presentación de La trup sin fin, el nuevo espectáculo de Hugo Midón, abre la puerta a un camino que grandes y chicos pueden recorrer en forma paralela.

Midón recurre a una selección de personajes que la literatura y el cine inmortalizaron y perpetuaron a través de varias generaciones, con algunos de los cuales ya se había cruzado en puestas anteriores. Y se toma la saludable libertad de jugar con ellos para sacarlos de su tiempo y espacio y entregarlos en versión porteña 2008.

El primero en desfilar por el escenario es Pinocho, en un cuadro de diálogo simple, con el acento puesto en ese italiano tan inmigrante que el Geppeto de Omar Calicchio ofrece con tanta ternura como comicidad. Y en la ternura y libertad de un muñeco que cae bajo el imperio de un estricto señor de uniforme que lo enjaula. "A estos no les gusta que la gente baile", le explica Geppeto.

A continuación, Cenicienta espera por su príncipe. Cabellera azul. Traza punk. Las cenicientas ya no son las de antes. Pero tampoco los príncipes, si el ejemplo es esa especie de Jacobo Winograd que monta un caballo de palo y que despierta las risas de todos, seguro que por cosas distintas. Pero de todos. Hablan de amor, de Lili Süllos, del 898 que va a Claypole y de un novio mecánico que compite con el príncipe, que gana la partida con una serenata cantada con respaldo de mariachis.

No hay baches entre los cuadros. Aunque hasta se podría sospechar que los protagonistas tienen dobles que esperan el número siguiente vestidos de ocasión.

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