The Pillowman (El hombre almohada)


La cruzada de los niños

Muchas de las personas que van a ir ver The Pillowman probablemente lo hagan motivadas por la genuina necesidad de ver a Pablo Echarri, un actor construido en la pantalla pequeña, un poco más de cerca. Ese es el principal atractivo de la mayoría de las obras del circuito comercial. Y no es poco, porque la lógica que funciona es casi la de un desafío deportivo: sin quitarles mérito a las actuaciones que se ven en televisión, los actores de la tele en el teatro tienen que demostrar algo más, estar ahí de verdad, en un acontecimiento único. Acceder a ese rostro –el de Resistiré, el de Montecristo– es algo así como recuperar su aura, compartir con él un mismo espacio, sin intermediación alguna.

The Pillowman se hace plenamente cargo de esta necesidad comenzando con el mismísimo Echarri en penumbras, con los ojos vendados, en un cuarto lúgubre y vacío, que lo tiene indefenso, solo, descubierto a la mirada curiosa de los espectadores.

Hay que decir que la obra es una versión local de un texto de Martin McDonagh, un autor irlandés que viene con mucho ruido de ser estrenado en otros circuitos comerciales del mundo: primero en el Royal Theatre de Londres, y luego en Broadway, donde recibió muy buenas críticas e importantes premios. La dirección de la puesta está a cargo de Enrique Federman, que viene de otras obras de éxito (cómicas, hipergestuales todas); al elenco se suman el experto en monstruos queribles Carlos Belloso, Vando Villamil y Carlos Santamaría.

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