Ojalá las paredes gritaran


Más Hamlet, por favor

Por Hernán Salcedo

¿Otra vez Hamlet? ¿Hasta cuándo? Hay una nueva versión del clásico de William Shakespeare en Buenos Aires. Es un ensayo, pero eso no es motivo para perder la categoría de obra de teatro. En los últimos años el workshop se ha transformado en un recurso estético atractivo y hasta se podría decir que se trata de un género en sí mismo. Son obras en proceso, investigaciones en las que se le abre la puerta al espectador para espiar.

Existen numerosas obras de teatro que se estrenan aunque sus responsables deberían aceptar que permanecen en instancia de ensayo y dorarse un poco más al horno. No es el caso de “Ojalá las paredes gritaran”, esta nueva versión basada en el clásico más influyente de la literatura inglesa al que muchos estrenos teatrales deberían mirar con admiración.

Esta propuesta, de alto nivel creativo, es de esas experiencias que no podés dejar de vivir si te gusta el teatro. Salís amando el teatro por lo que tiene de pasión, de provocación, de fuerza y de riesgo. Salís con la sensación de haber sido testigo de la caída en picada de una familia hoy, a metros de sus gritos, sus dolores, sus transpiraciones. Salís tenso por haber sufrido la acción junto al elenco, por haber visto de cerca el filo del cuchillo.

En esta nueva versión todo sorprende. Pensá en una historia entonada con sonidos actuales pero con una partitura escrita hace más de 400 años. Pensá en un príncipe Hamlet adolescente, irreverente, desesperado. Pensalo millennial y no prejuzgues. Ese es el desafío y hay que aceptar el juego. Así es la propuesta de este talentoso grupo de actores dirigidos con inteligencia y destreza por Paola Lusardi, asistida por Leila Martínez.

No es un teatro. La puesta es en una vieja casa restaurada del barrio porteño de Colegiales. Te abre la puerta Polonio, aunque todavía no sepas quién es. Entrás a un patio y te convidan guiso de lentejas y vino. Hay música en el ambiente. Claudio, de entrecasa, reina en la mesada de la cocina entre ollas y especias. De un lado a otro salta un joven abstraído en una especie de fiesta electrónica en el living de la casa. Es el príncipe Hamlet, aunque todavía no lo sepas. Dan sala. Te sientan en unas gradas. Empieza el drama.

A veces somos ese niño que quiere escuchar el mismo cuento antes de dormir. Por eso vamos a ver un clásico al teatro. Y si es un clásico es porque hoy es posible. En el caso de “Ojalá las paredes gritaran” lo demuestra una dramaturgia impecable en la que las palabras de Shakespeare se mezclan con diálogos actuales sin quiebres, en un tejido prolijo, como una traducción permanente. En definitiva todo arte es traducción.


Se abre el telón que no está. El príncipe y su amigo Horacio llenan la casa de música. El volumen es ensordecedor. Gertrudis intenta callarlos pero no puede. Los dos jóvenes insisten hasta que la orden vence, los adultos reprimen y se impone el silencio.

Justamente en esta obra de Shakespeare el silencio es el gran personaje. Hay muchas cosas en esa familia que no se pueden decir. El fantasma está.

La historia la conocemos. No me interesa distraer con eso, existe Wikipedia. Lo que sí me interesa es destacar las actuaciones. Martín Gallo arma un Claudio desagradable, machista, obsceno. El actor hace de su fisonomía su trono y de su voz resacosa su espada para dominar y mantener el statu quo. La Gertrudis de Antonella Querzoli es contradictoria, sensible, sensual, autoritaria y esclava a la vez. Augusto Ghirardelli como Polonio es elegante, intenta que no se rompa la familia, limpia la mugre, sonríe y cambia de tema cuando las palabras duelen. Mariana Mayoraz es Ofelia. Liviana, delicada, frágil, es el fuego adolescente que sólo puede apagar la locura o el agua. Santiago Cortina, como Horacio, está al servicio del montaje. No es de la familia, es casi un espectador más como nosotros. Será el testigo pasivo de la tragedia. Y finalmente el Hamlet de esta versión es grito, queja, irreverencia. Como actor, Julián Ponce Campos se da entero, se expone, desafía a todos. Se contorsiona ante el espectro del padre, ríe, llora, teme. Pone el cuerpo al borde de la herida. A veces la única forma de hacer frente a la mentira y al poder es poner el cuerpo hasta lastimarse. Y el arte, además de expresión, es herida.

Vuelvo a la pregunta inicial. ¿Otra vez Hamlet? Sí, por favor. Se agradecen las miradas renovadas y se aplauden las nuevas voces. ¿Hasta cuándo? Mientras siga existiendo el teatro será necesario releer las grandes obras, entender por qué son lo que son. Y sobre todo será valioso poder acercarse a ellas con la mirada de los tiempos actuales, para entender por qué son grandes obras y para entender el presente que habitamos.

“Ojalá las paredes gritaran” es una experiencia única. Imperdible.

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