Dos, una desconexión
Por Hernán Salcedo
El living de una casa. Un sillón en el centro de la escena y sillas alrededor. Los tapizados están rasgados, rotos. De la pared del fondo cuelga El beso, la pintura más famosa de Klimt. El cuadro está torcido. A estos pequeños signos de decadencia se suma un arenal de libros desparramados por el piso. Abiertos, cerrados, tirados, como migajas de un descuido, de una pelea, de un abandono.
En el sillón está Claudia. Se nota que está lastimada. Un teléfono en la mano es lo último que le queda de una relación que antes fue de amor y hoy es de soledad. Miguel ya no está en esa casa.
Durante la hora que dura “Dos, una desconexión”, el espectador espía la intimidad de una pareja. Los comienzos -con sus ingredientes justos de enamoramiento y pasión-, la crisis -con sus condimentos de violencia y dolor-, y el final -con el sabor amargo que dejan ciertos desenlaces-.
El texto de Pablo Bellocchio nos lleva de la mano por emociones que todos conocemos: las que todos queremos vivir y las que nadie quiere atravesar aunque todas sean inevitables. Le dan realismo a esta historia diálogos naturales, cotidianos, con los que el espectador se identifica y que en varios momentos de la obra se convierten en risas de la platea.
El juego que propone la dramaturgia es lo más interesante de la propuesta. Cinco actores interpretan a Claudia y Miguel en los tres momentos. El autor toma el tiempo, lo mezcla como barajas y lo reparte en un mismo espacio. A veces los protagonistas de los tres momentos no se ven. Otras, conviven y hasta pueden escuchar las conversaciones que pasaron o pasarán. Espectadores y actores somos voyeurs de una historia de amor.
La dirección de Nicolás Salischiker se destaca precisamente en la manera de disponer esta superposición de tres tiempos, en el modo en que hace hablar a los actores, los matices, el ritmo. Con destreza y una puesta en escena lograda, el director permite que la obra fluya y que la platea esté atenta, entretenida, se divierta y se emocione.
En cuanto a las actuaciones, Eugenio Sauvage y Maximiliano Zago son Miguel, mientras que Cecilia Marani, Catalina Motto y Florencia Rodríguez Zorrilla le dan vida a Claudia. Se destaca el trabajo de Sauvage y de Zago, sobre todo este último. Pero el logro mayor de esta obra está en esa construcción que son todas las interpretaciones juntas. Ese tercer personaje que nace de superponer los tres momentos de la pareja y hacer que los personajes viajen en el tiempo. Miradas, diálogos, lo dicho, lo no dicho, los silencios, los gritos, la tensión erótica, la viscosidad de lo cotidiano, todo eso junto genera una potencia dramática muy interesante.
Motivos sobran para ver esta propuesta que ya va por su tercera temporada. Parafraseando la letra de la canción que suena al final, la obra nos regala el placer de ser testigos de los días en que la casa se iluminó hasta que el reloj de arena se paró. La historia de Claudia y Miguel resuena después de los aplausos. Sigue vibrando en el cuerpo y en los pensamientos. Porque ver la incomunicación de dos que se quieren, duele. Y duele sentir la desconexión. la imposible comunicación de los puntos distantes de una tela a lunares.
Dos, una desconexión
Actúan: Cecilia Marani, Catalina Motto, Florencia Rodriguez Zorrilla , Eugenio Sauvage y Maximiliano Zago
Asistente de dirección: Greta Commisso
Escenografía y vestuario: A&M Realizaciones
Diseño Gráfico: Rodrigo Bianco
Diseño de luces: Lucas García
Producción: LASCIA Colectivo de trabajo
Dramaturgia: Pablo Bellocchio
Dirección: Nicolás Salischiker
Las funciones son los viernes, a las 20.30, en El Método Kairós (El Salvador 4530, CABA). Localidades: $220 (estudiantes y jubilados $200).
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