Príncipe de las pampas


Cruce de clases y de creencias

Esta obra toma elementos de distintas tradiciones y los combina en forma original para crear algo nuevo. Este recurso del pastiche, que ha creado piezas notables (basta pensar en la filmografía de Tarantino), funciona aquí para armar una divertida farsa que juega alegremente con referentes prestigiosos.

La escenografía consigue dar cuenta de dos departamentos fastuosos a partir del mobiliario avejentado y la aparición del detalle. Buen ejercicio de síntesis se observa en una breve guarda que otorga la dignidad de la alcurnia a toda una pared negra. La obra se estructura en numerosas escenas breves, quizá no optar siempre por los apagones para las transiciones sería una forma de darle mayor ritmo.

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La primera referencia es Casa tomada. Aquel "silencioso matrimonio de hermanos" cortazariano, progresivamente invadido, hace eco con el hogar de Dolores y Titino, cercado por vecinos que ponen cumbia y comen mandarinas. Cada vez con menos margen, y con sus cuentas bancarias desfallecientes, piden auxilio a su vecino Máximo, un par social sumergido en la hipocondría que depende de su mayordomo, Arturo, devoto creyente de Ceferino Namuncurá. Con estos elementos y sucesivos cruces, de clases y de creencias, la obra crece en el disparate. Correrse del realismo es aquí una decisión acertada; lo más interesante de la propuesta es su forma de estallar los estereotipos a partir de un registro exacerbado. En buena medida, esta es una obra de actores, donde lo que más se luce son sus calidades. Se destaca Fernando De Rosa, que construye al mayordomo por fuera del trazo grueso, con emoción y violencia siempre contenida que se hace más fuerte en sus silencios.

El espectador curioso encontrará referencias a Ala de criados, de Kartun, o a El corazón delator, de Poe, pero Príncipe de las pampas no se queda en ellas, las usa como trampolines para saltar a otra parte. Quizás ese exceso, esa fuga hacia adelante en la que cada vez que se intenta solucionar un problema aparecen dos nuevos, atenta contra la unidad de la obra y obliga a algunos baches que estiran la trama más de lo necesario. La escena final cierra bien el círculo propuesto y muestra dónde se encuentra la moral de la anécdota, componente necesario de la farsa. Esa relación no traumática con los antecedentes, sus juegos con el lenguaje y el trabajo actoral convierten a Príncipe de las pampas en una obra que ilumina toda una sección de la joven guardia del teatro independiente, donde Facundo Zilberberg es uno de los nombres a tener en cuenta.

Fuente: La Nación

Sala: El Estepario, Medrano 484 / Funciones: viernes, a las 21

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