Nelson Rueda y Silvana Tomé: Las noches blancas


El deseo que no se puede reprimir y seres que aman en soledad

Ariel Gurevich hizo su versión sobre una obra de Dostoievski protagonizada por Nelson Rueda, Esteban Masturini y Silvana Tomé

Hace aproximadamente veinte años, el actor Nelson Rueda leyó Noches blancas, la novela de Fiódor Dostoievski escrita en 1848 y quedó fascinado por esta historia. En ella un hombre se encuentra con una joven en la calle y la invita a su departamento. Entre ellos irá creciendo una relación muy especial que, a pedido de la muchacha, no podrá estar atravesada por el amor.

Después de ver Seré tu madre tranquila, de Ariel Gurevich, Rueda le propuso al autor y director que lo acompañara en el proyecto de concretar la adaptación teatral y la puesta de la obra. Gurevich leyó el material y muy naturalmente confesó que creía que esa relación podría darse entre dos hombres. Esa intención estaba en la cabeza de Rueda y así fue creciendo esta propuesta que a partir del próximo viernes podrá verse en el Cultural San Martín. El elenco se completa con Esteban Masturini y Silvana Tomé.

"Lo que más me inquietó cuando leí la novela -explica Rueda- fue la sensibilidad con la que Dostoievski describe esa relación entre El solitario y Nástenka. Son personajes que idealizan el amor. No pueden materializarlo. Viven en una profunda soledad, casi en el abandono. No logran desplegar sus aspiraciones amorosas y, a la vez, no pueden mentir. No hay dobleces en sus sentimientos. Lo único que pueden hacer es vomitar lo que les sucede. Juegan sus cartas a fondo."


Masturini en esta ficción lleva el nombre de Juan. Es un joven sencillo y seductor que está esperando la llegada de Silvia, una supuesta amada. Pero conoce al protagonista y decide seguirlo. "Es un muchacho que seduce casi sin saberlo -aclara el intérprete-, hay algo infantil en su juego. La obra está vista a través de los ojos de El solitario. Juan le pide que no se enamore de él, pero ambos van relacionándose de manera ambigua. Sin saberlo o sin quererlo, mi personaje está promoviendo que eso suceda."

Entre ambos, una mujer, Leónida, observa cómo ese entramado de realidades va desenvolviéndose en el tiempo. Conoce muy bien al dueño de casa. "Ella es una española, portera del edificio, y además quien limpia la casa de él. Posee un carácter especial, vive sus emociones muy a flor de piel y es quien baja a la realidad ciertas cuestiones de la vida de ese complejo señor. En verdad siente atracción por él, pero lo oculta", explica Silvana Tomé.

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"En el impulso no actuó el pensamiento, el cuerpo fue al lugar donde otro cuerpo lo llamaba", escribe Gurevich en su texto. Y esa frase podría sintetizar buena parte de esta trama en la que el deseo asoma de continuo y adquiere un protagonismo inusitado. "El deseo no se puede reprimir y estos personajes se zambullen dentro de un mundo emocional muy profundo para poder contar el cuento -dice Nelson Rueda, quien viene de destacarse en La bestia rubia y El principio de Arquímedes-. Son muy viscerales y el cuerpo ahí ocupa un lugar muy importante."

"Últimamente me han tocado proyectos en los que el tema ha sido el deseo (El cabaret de los hombres perdidos, entre otros) -comenta Masturini-, y jugar alrededor de eso siempre es muy inquietante. En tanto personaje debes movilizar al otro. Trabajamos durante mucho tiempo buscando cómo construir esta relación. El deseo de Juan se pone en juego. Su sexualidad está todo el tiempo sobre el tapete. Empieza esperando a una mujer y se encuentra con un hombre."

Tomé es muy elocuente a la hora de analizar las personalidades de estas criaturas. "Es como una especie de trencito endemoniado. Cada uno mira al otro sin hacerlo. En ningún caso el amor es correspondido. Los tres expresamos nuestra frustración. Leónida es quien va al frente, el hombre es sumamente mental y el muchacho, impulsivo. Son historias que sólo se entrecruzan."

Los tres intérpretes demuestran un profundo interés por la adaptación que realizó Ariel Gurevich. Encuentran que ella es profundamente poética y sienten un placer especial al decir sus parlamentos. "No siempre un actor tiene la posibilidad de decir textos de esta magnitud y que te posibiliten jugar como él lo hace -explica Silvana Tomé-. Entrás en el recuerdo, salís y, por momentos, se incluye al público. La pieza posee una musicalidad especial y, de repente, tira algunas máximas que te sacuden. El texto tiene muchos pliegues. Los momentos musicales de la obra no resultan ajenos. Son parte de esa extrañeza, de ese universo que se va fabricando en escena."

Fuente: La Nación

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