Susana Giménez y Piel de Judas


Crónica de una expectativa

La diva estrenó “Piel de Judas” el jueves. Un cronista de Clarín retrata la odisea de sus fanáticos.

La señora está mal, pero mal de SAME, de taquicardia seguida de infarto. Del otro lado de la boletería le acaban decir que ya no quedan más entradas para el día del debut de Piel de Judas. Como tratando de comprender su pequeña catástrofe particular, el hombre le aclara que no hay entradas y que no habrá (“de las buenas”) hasta dentro de dos semanas. Pero que no se preocupe, la consuela, porque “todas las funciones son más o menos iguales”. Y que Susana actuará de miércoles a domingos, “los sábados dos veces”.

“¡Llegué tres horas y media antes! ¡Son las cinco de la tarde!”, se queja quien dice tener 72 años y llamarse Leticia López de Isola.

La que interviene ahora es una mujer maravillosa llamada Estela Gerez. Estela tiene una vincha amarilla con el nombre Susana y se siente mal por su colega-fan, aunque no entiende semejante error de cálculo. “¡Yo saqué la entrada hace un mes! ¡Es Susana, querida! ¡¿Cómo vas a venir el mismo día del estreno!? ¡Es una de las pocas ídolas que nos quedan vivas! ¡Mi suegra me sacó la entrada y me dijo que hace un mes ya había cola!”

La de vincha mira al cronista con una indignación sin precedentes. “Es Susana...”, insiste.

Todo es a los gritos cuando se habla de Susana. Gritan los fans, gritan los patovas que piden orden. Acá, a esta hora de la tarde, la mayoría son mujeres de lo que se denominaría Tercera Edad. También hay algunos hombres que podrían estar siguiendo a la diva desde la época de Experto en pinchazos. Lo que faltaría es esa clase jóvenes bizarros que uno adivinaría con remeras de Los tres chiflados y camaritas cazaselfies.

Mientras se espera que Susana llegue al teatro, el comentario es por qué, si la queremos tanto, no  le ponemos Susana a nuestro hijos o a nuestros nietos. En otro grupo hablan del presunto pánico escénico de la diva que dijo temerle al fracaso o algo así. “Puede ser un cuadro de bipolaridad como el de la Presidenta”, arriesgaba un señor mayor con el cabello entre ocre y canoso. ¿Viniendo de ella podría ser una suerte de fobia social por tener que compartir el oxígeno con tanta gente extraña? “¡No, yo la amo!”, dice Vincha amarilla, sin reparar en la especulación del cronista. “¡Es humilde! ¡Es buena, es  buenísima!”. Falta un rato para que esto sea un caos total: los famosos y las cámaras de televisión, así como el público en general, ocuparán la misma especie de alfombra roja que operará el milagro de igualar a Lorna, fan número uno de Susana, con Ricardo Darín y con Vicha amarilla.

El tipo de la extraña experiencia capilar cuenta que no tiene entradas y que tampoco las tendrá porque es jubilado. ¿Es duro que entre el público de Susana haya tantos jubilados? “Durísimo, querido. Con el precio de las entradas, durísimo... ¿Vos no sabés si este año tiene previsto volver a la tele?”

La gente que hace guardia desde las cuatro de la tarde es la que, por fin, verá a la diva pasar recibiendo un ramo de flores a puro beso volador. “¡Yo al teatro entro con la vincha!”, avisa la fan que arrastra a su suegra de acá para allá.

Mirtha Legrand casi se desmaya. Había que ver esa cara de horror ante lo más parecido que haya vivido al subte en hora pico. Lo de Mirtha es una odisea, cierto, pero permítanos un pequeño reto desde  Clarín: Chiqui, a Susana no se le puede llegar sólo 15 minutos antes de que comience la primera función de teatro que hace en 24 años. Entre la sensación térmica de la noche y el calor humano, Mirtha tardó una eternidad en recorrer un infierno que tal vez ni siquiera se merezca.

En cambio lo de Macri & Sra. es muchísimo más mundano: llegan diez minutos después de lo pautado para el comienzo de la función, y pasan tranquis como si fueran a ver una peli de cine iraní.

Fuente: Clarín

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