Silvia Gómez Guisto: El origen


Todo lo que puede esconder un pueblo

En el espectáculo que se presenta en El Portón de Sánchez, un grupo de personas que compite en un concurso de poesía va revelando las verdaderas motivaciones: “Tengo un fetiche con los pueblos, cada vez que paso por uno me meto para conocerlo”.

Siete habitantes de un pueblo de Buenos Aires se juntan en el club barrial con el objetivo de prepararse para un concurso de poesía entre localidades vecinas. Para cada uno el premio significa algo distinto: la posibilidad de viajar a la Capital, una oportunidad para realzar el nombre de su Verónica natal o una gloria personal. El narrador elegido por el grupo se para al frente y ensaya. Recita un poema malo mientras el resto escucha dificultosamente. “La imagen de alguien recitando es la primera que se me despertó. Empecé por lo incómodo, por lo que al espectador le resulta extraño y lo lleva a pensar ‘uy, no me digas que toda la obra va a ser así’”, cuenta Silvia Gómez Guisto, directora y dramaturga de El origen. Ella misma formó parte del grupo Declamadoras que dirigía Vivi Tellas, pero reconoce que esa situación de escucha es difícil porque “la poesía deja espacios abiertos, no es como el texto de una película o un cuento que narra una historia”.

Pronto, cuenta a Página/12, se dio cuenta de que detrás del pretexto de trabajar la declamación había otra cosa, estaba contando algo más. “Al poco tiempo se me apareció el marco en el que eso sucedía. Me di cuenta de que estaba contando la historia de un lugar no habituado a hechos artísticos o teatrales. La historia de un pueblo chico. Me metí de lleno”, dice, aunque no fue casualidad: “Tengo un fetiche con los pueblos, cada vez que paso por uno me meto para conocerlo. Tarde o temprano eso iba a aparecer en mi obra”. Así se devela que el concurso es la máscara detrás de la que se esconden la envidia, los problemas políticos, el poder de la Iglesia y hasta sexualidades encubiertas, conflictos que conforman un gran pacto de silencio de esa comunidad.

Con la supervisión dramatúrgica de Javier Daulte, de cuyo taller surgieron las primeras ideas, y muy buenas actuaciones de su hijo Agustín Daulte (que debuta en esta obra), Vanesa Weimberg, Viviana Vázquez, Lisette García Grau, Rafael Solano, Diego Brizuela y Lucía Villanueva, El origen se hace eco de aquel refrán que reza “Pueblo chico, infierno grande”. Pero lo hace con respeto y el cuidado de no subestimar a las comunidades pueblerinas que tanto atraen a la directora. “Vino gente de Verónica, el pueblo de la obra, y yo pensé que se iban a ofender, pero nada que ver. Me preguntaban de qué pueblo era, porque lo que contaba era tal cual”, celebra.

–¿Qué creía que los podía ofender?

–Que se habla mucho de la fantasía que tienen por Buenos Aires y por lo que no tienen. De ninguna manera creo que por no estar en Buenos Aires la pasan peor. Creo que muchas veces nos pasa que tenemos algo muy arriba y cuando lo obtenemos, nos damos cuenta de que no era tan espectacular. Buenos Aires puede ser un infierno mucho más grande que Verónica. Y quizá por eso también yo tengo un fetiche por los pueblos. Me alegra que no lo hayan tomado así los que la vieron.

–Tanto en esta como en su anterior obra, hay actores y personajes adolescentes. ¿Qué lugar ocupan en su teatro?

–En ambas, los adolescentes tuvieron el mismo rol. Son los que todavía naturalmente no tienen el destino sellado. No es que los adultos sí lo tengan, porque nadie está determinado para nada, pero lamentablemente uno de grande cree que cuando ya tomó un camino debe quedarse ahí, y la idea de modificar el destino se le hace inconcebible, como si fuera una gran desubicación. Los jóvenes vienen a marcar todo el tiempo que es posible salvarse de eso y para mí es necesario que esté presente ese mensaje.

–En cuanto a la declamación, los que la hacen son hombres, cuando esa figura pareciera estar siempre ligada a la mujer. ¿Buscó ese contraste?

–Me pareció interesante la idea de invertir esa tradición. Es verdad que la declamación o la narración están muy ligadas a la mujer. En el grupo en el que estaba éramos siempre todas mujeres. Es como el bordado, o esas cosas que vienen culturalmente ligadas al género sin fundamento. Quise probar qué pasaba con que los que declamaran fueran dos hombres. De algún modo, a los hombres les permito el lugar más romántico, mientras que las mujeres juegan un papel de mucho poder. Eso está como invertido.

–¿Cómo fue el proceso de trabajo con alguien de la trayectoria y experiencia de Javier Daulte?

–Alucinante, la obra que estoy escribiendo también la estoy trabajando con él. Como maestro es súper generoso. El tiempo que dedica a escucharte y a leer tu material y ver ensayos es muchísimo. Y te pone frente a tu material, te lleva a hacerte millones de preguntas. Mientras escribo no puedo analizar, lo hago una vez que terminé. Y él te obliga a cuestionarte durante la escritura, lo que te hace encontrar más capas. Creés que tenés las cosas acabadas y cuando él da su mirada, te das cuenta de que había muchas cosas más. Te hace encontrar de qué estás hablando verdaderamente. Los trabajos con él y con el elenco fueron fundamentales.

–¿Qué rol tuvo este último?

–Los actores aportaron mucho. Si bien el texto que quedó fue el que escribí, hay muchas de las cualidades de los personajes y de los climas que crearon ellos. Supieron cuestionar para bien el material, construyeron capas que yo no veía. Es un elenco muy vivo. La relación no fue unilateral, no es que los dirigí y listo. Hubo un ida y vuelta muy grande, y eso no siempre sucede.

* El origen se ve los viernes a las 20.30 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.

Página/12

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