Federico D'Elía: Le Prenom


Con los pies sobre la tierra

El actor, que se incorporó a Le Prenom, cambió hace años y a la fuerza la acrobacia por el escenario. Afirma que la inseguridad lo ayudó en la búsqueda y que ahora sabe que tiene oficio.

Federico D'Elía no toma alcohol, pero hace muchos años hizo una obra de teatro casi borracho. Tenía que tomar antes de salir a escena porque era la única forma en la que podía atravesar la angustia que le generaba estar en ese espectáculo. La experiencia fue tan traumática que estuvo varios años sin volver a pisar un escenario y lo llevó a sostener que el teatro es el espacio donde el actor más padece.
D'Elía lo cuenta ahora, mientras charla en la butaca de –justamente– un teatro, a menos de una hora de actuar en Le prenom, la obra que dirige Arturo Puig y en la que él  remplaza a Germán Palacios, quien formó parte del elenco original. Varias cosas han cambiado en la vida de este actor que, lejos del pánico de aquella experiencia, vuelve a actuar en un escenario y asume el riesgo de sumarse a un espectáculo ya formado y con una dinámica propia. "Mi interés principal era que el público no se dé cuenta de que yo soy un remplazo", piensa el actor, de una poco frecuente humildad para el mundo de los divismos televisivos y la desesperación por alcanzar el éxito. Y él sabe de celebridades: fue una de las figuras del inigualable ciclo Los Simuladores.
Apasionado por el fútbol, hincha fanático de Estudiantes, Federico comenzó como acróbata: voló y se colgó en teatros, escuelas y plazas, estuvo en los inicios de Gerardo Hochman y Marcelo Katz, quienes más tarde formaron la famosa "La Troupe", una de las primeras compañías circenses. Un día, una lesión en el hombro mientras jugaba al fútbol lo hizo poner los pies en la tierra y despuntó el actor que tenía por herencia, con la influencia ineludible de su papá, Jorge D'Elía. Pasó del teatro, a actuar en el éxito que fue la película Tango Feroz y, más tarde, se instaló en la televisión. Y, a pesar del recorrido, a veces duda de su oficio.
–¿Te animaste a volar colgado de un arnés y sin red, pero seguís pensando que el teatro es el lugar que más se padece?
–Yo hice una obra de teatro hace muchos años y dije: "No hago más teatro. No quiero hacer nunca más teatro." Si se suspendía la función y yo tenía el vaso de algo en mi mano, inmediatamente lo tiraba, porque no tomo. Pero lo necesitaba para pasar ese momento. Después me llamaban para otras obras, pero como no conocía al elenco, me negaba por miedo a llevarme mal. Es algo que te caga la vida. Yo me puedo llevar mal con alguien, pero si es buen actor, es enriquecedor trabajar con él.  En el teatro, hay un antes y un detrás de escena, en ese sentido estoy convencido de que es el espacio más bravo.  Leía lo que pasó con Julio Chávez en Farsantes y que él en una nota dijo que el arte y el oficio del actor tienen algo de violento, no me acuerdo bien la frase, planteaba que no es cómodo. Y tiene razón. La verdad que el teatro, cuando estás ensayando, no es cómodo. Uno puede padecer mucho, porque a mí me pasó, que si no te toca gente interesante en el elenco, te matás. En la tele estás diez horas grabando, pero decís la letra, corte y ya está. En el teatro tenés que compartir ensayos, detrás de camarines, las funciones… El público se da cuenta enseguida si no hay buena onda, se percibe y yo la paso mal. Después estás una hora y pico atrás. En la tele vos tenés tu camarín, pero en el teatro estamos todos juntitos. Hay que armar un buen equipo.
–¿Qué cambió para que puedas volver al teatro?
–Fueron pasando los años y me fui haciendo más fuerte. Ahora tengo bastante claridad de con quién quiero trabajar y con quién no. Otros elencos son una incógnita, como fue la propuesta con Claudio Tolcachir en Todos eran mis hijos y que fue una gran experiencia. Con Arturo (Puig) pedí laburar yo, porque lo conozco. Estoy en un momento de mi vida en el que quiero estar bien, estar cómodo. Tengo la suerte de poder elegir con quién laburar.
–Pero Julio Chávez sostiene que él puede trabajar igual, más allá de un clima complicado.
–Tendrá más herramientas como actor. Yo priorizo otras cosas, priorizo terminar la obra y que me den ganas de ir a comer con mis compañeros o de venir al teatro. Como persona yo no tengo dudas de que la vida va por ese lado. Algunos tendrán las herramientas para laburar igual. A mí me encanta como labura Julio. Y estoy en una etapa donde no me como ni media, si alguien me dice algo que no me gusta, lo mando a la concha de la lora. El oficio tiene cosas buenas y cosas malas. No fue fácil sumarme a una obra ya armada. Ahora me di cuenta de que tengo oficio, que tantos años en este laburo hicieron que me pueda hacer cargo de este proyecto.
–¿Pensabas que no tenías oficio?
–Soy muy inseguro en general. Me pasa algo muy raro y es que siento que empecé ayer. Y no es así. Ya tengo 47 años. Y pasaron muchos años, pero tal vez es la inseguridad. Y es una cagada ser tan inseguro.
–¿No es propio del actor ser vulnerable e inseguro?
–Puede ser. Pero hay actores que son inseguros, pero eso no lo ponen en la mesa y laburan. Yo no soy así. Si estoy cómodo y tranquilo, laburo bien. No es que soy un pesado diciendo a cada rato lo inseguro que soy. Soy inseguro conmigo mismo. Ensayaba con los chicos, que me tiraban muy buena onda, me decían que estaba muy bien y yo llegaba a mi casa y me quería matar. El oficio también puede estar mal visto, puede sonar como que te instalás, que hacés todo en piloto automático. En ese caso, el oficio no te juega a favor. Y sí la inseguridad, porque cuanto más inseguridad tenés, más buscás. Pero hay una parte del oficio que está buenísima. Digo, un actor que no tiene oficio, no hace lo que hice yo.

Con 46 años, Federico D’Elía tiene tres hijos. El más grande, Teo, de 13, a veces le comenta que quiere ser actor y él piensa en su propia historia: "Yo fui actor por mi viejo. Si mi viejo no hubiese sido actor, probablemente yo tampoco lo era." El futuro de Federico se dirigía hacia el deporte: como todo chico, soñaba con jugar al fútbol, pero en vez de la arenga del vestuario y la euforia de los goles, lo atrapó la mística del teatro. "Me gustaba ver a mi papá, me gustaba todo lo que se generaba después, como ir a comer con los compañeros, el detrás de escena. Todo lo que ahora me gusta menos", piensa.

–¿Cómo es tu papá con respecto a tu trabajo?
–No te regala nada, pero si le gusta te regala todo lo que te tiene que regalar para que te sientas cómodo y bien. Con papá, los dos siendo actores, no tenemos una relación pajera. Hablamos de otras cosas y nos divertimos con otras cosas, por suerte. Pero siempre lo escuché. Mi viejo, sobre todo en teatro, es un tipo que me encanta. Me gusta la mirada que tiene, y lo escucho mucho. Al principio, cuando yo estudiaba, era crítico. Nunca fue despiadado. Pero me hacía marcaciones que estaban muy bien. Ahora, la charla es de pares. Comprendo mucho más cuando me quiere decir las cosas, entiendo qué es lo que me está queriendo decir. Y a mí me sirve mucho su mirada. Me tranquiliza. El nuestro es un medio muy particular, hay muchas miradas que no son para construir, pero mi viejo tiene una mirada híper constructiva.

D’Elía recurre a su papá desde hace más de 20 años, pero no siempre fue para hacer lo que él le dice. En el mismo año que lo convocaron para actuar en la película de Tango Feroz, también le propusieron hacer una obra de Copi en el San Martín. Tenía que elegir y lo consultó con su papá. "Hacé la obra", le dijo Jorge D’Elía. Después de ese consejo, Federico llamó a los productores de la película y les dijo: "La hago." "Lo respeto a mi viejo, pero no es una mirada determinante", cuenta.

–¿Extrañás la acrobacia?
–Sí, mucho. Fue muy frustrante cuando me lesioné. Hacía cosas con una sola mano, y ya me estaba cagando el otro brazo. Fue la época más feliz de mi vida. Cada vez me convenzo más de que cuando uno más tiene, todo se complica. Empezás con boludeces, qué lindo tener una guitarra y siempre es más. Lo lindo es esa época, que estás buscando todo el tiempo y no parás de soñar. No digo que uno murió. Yo sigo soñando y me siguen pasando cosas. Pero se van corriendo los objetivos, van siendo más grandes y lindos. Pero en ese momento había una liviandad para vivir. Y bueno… es crecer… Yo soy un pelotudo que quiero ser un chico toda la vida. Pero hay que pagar las cuentas. Es así. Si le quiero dar un consejo a un actor, le digo no te cases, no tengas hijos, porque lo mejor es ser libre y elegir de verdad qué hacer. Si querés estar en un sucucho, actuar en un subte, lo hacés. Cuando aparecen las responsabilidades, sos más estratégico. Es parte de todo, pero yo me colgaba de cualquier lugar y daba vueltas en el aire. «


la película de los simuladores, cada vez más cerca
No hay un día de su vida que a Federico D'Elía no le pregunten cuándo vuelven Los Simuladores. Y esto le pasa desde hace once años, cuando el programa de televisión llegó a su fin. Si bien fue uno de los ciclos más recordados de la tele, hacerlo no era tan armónico como el resultado que se veía en pantalla.

–¿Había muchos problemas para hacerlo?
– Problemas había como en todos lados. Nosotros somos amigos todos, pero éramos los productores artísticos y estábamos todo el día resolviendo cosas, además de actuar. Damián (Szifron, creador de la serie) es un pibe talentosísimo, pero él pedía tal cosa y no se movía de ahí. Damián tiene una mecánica cinematográfica y la tele no, y ahí había un conflicto permanente. Mil veces teníamos discusiones, pero después grabábamos bárbaro. Pero cuando se transformó en un éxito, empezaron las miradas y la presión. La presión nuestra y del afuera. Siempre se piensa que es todo bárbaro en un éxito, pero el éxito también te trae muchos quilombos. Todos terminamos muy cansados. Damián es muy exigente. Todo el tiempo quiere superarse y uno le decía: "Paraaaá".
–¿Cuál era el principal problema?
–Simuladores no era televisivo, se trabajaba como si fuera una película y eso era una patada en los huevos, porque te tenías que pelear con el sistema todo el tiempo. Había una crítica permanente, lo bancaban porque era un éxito, pero querían que lo hiciéramos en tres días, lo que hacíamos en 13 y aunque al otro día medía excelente, igual venía el palazo. Fueron dos años así. Terminamos desgastados. Y lógico, somos cinco tipos con miradas diferentes de la vida, nos queremos y todo, pero somos diferentes. Hasta que en un momento entendí que es un programa de televisión, no se nos tiene que ir la vida en eso.
–¿Hay posibilidades de que salga la película?
–Estamos con muchas ganas de hacerla. Pero nos tenemos que poner de acuerdo. Todos tenemos muchos hijos. Arrancamos sin hijos, pero crecimos como familias y laboralmente. Nos cuesta congeniar horarios. Pero estamos haciendo de verdad el esfuerzo para tratar de hacerla. Diría que estamos en el momento más cerca para hacerla. Ahora cuánto tiempo lleva este "más cerca", no sé. Un año es lo mínimo que Damián necesita para escribir el libro. Lo ideal sería en 2016 estar filmando la película. En todos lados, hay muchas expectativas.


"el mejor lenguaje es el teatro"
Más que por los proyectos en sí mismos, las mejores experiencias laborales de Federico D'Elía fueron según la gente con la que trabajó. "He hecho proyectos de mierda en televisión, pero yo la pasé muy bien artísticamente. Los Simuladores fue 'el' programa en sí mismo, pero no era '¡uhh qué comodidad!' y el resultado era genial", cuenta.
Está claro que el perfil de actor de D'Elía no es de esos hombres defensores del método, que se meten en sí mismos y construyen el personaje, sin importar el otro. Y reflexiona sobre su forma de trabajar: "¡Me muero! Me aburro. Hay momentos donde necesitás eso para lo que pide la escena, ahora todo el tiempo….. ¡y los hay eh! No soy un actor inconsciente que se caga en todo. Últimamente estoy mucho más atento a todo. Le doy el valor que tienen las cosas. No todo lo que uno hace en televisión es importante. Hay escenas que son de relleno y otras que no. La tele te da un ejercicio que no te da el teatro. Se va redescubriendo. Es un entrenamiento. Pero el mejor lenguaje no tengo dudas que es el teatro."


Funciones
Le Prenom se presenta de miér. a vie. a las 21. Sáb. 21 y 23 hs. Dom. 21. Multiteatro. Corrientes 1283.

Fuente: Tiempo Argentino

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