33 Variaciones


Tras los pasos de un gran artista

 Marilú Marini interpreta con maestría a una musicóloga con una enfermedad avanzada que intenta descifrar una decision artística de Beethoven (Lito Cruz) que la perturba: ¿Por qué le dedicó tanto tiempo a las variaciones de Diabelli?

 Ver a Marilú Marini actuar hace pensar que el poder de la hipnosis existe. No importa la escenografía rimbombante o los juegos de luces, ni siquiera necesita un texto grandilocuente. Ella, simple y creíble, se para frente al público, sonríe y dice: "Empecemos por el origen." Eso le alcanza para acaparar las miradas, para que su presencia se vuelva innegable, un hecho artístico. La actriz se impone.
Hay varios aciertos en la puesta de 33 Variaciones, la obra de Moisés Kaufman que dirige Helena Tritek, pero lo que más sobresale es la composición que esta actriz hace de una musicóloga sensible y apasionada, que sigue un último deseo, mientras su enfermedad –una esclerosis múltiple incurable– avanza sin piedad. Marini combina con maestría eso que gran parte de los mortales tenemos disociado: un cuerpo conectado con su espíritu sensible. ¿O será al revés? Un espíritu que dirige un cuerpo permeable. No importa dónde empieza su capacidad creativa, todo en ella surge con naturalidad. A medida que avanza la enfermedad, se entumece el cuerpo y su personaje se vuelve cada vez más frágil y lúcido.
Pero hay obra más allá de Marini: la historia se centra en la obsesión de Catalina por entender por qué Beethoven (Lito Cruz) dedicó tres años de su vida a un pequeño vals de Antonio Diabelli cuando ya había escrito ocho de las nueve sinfonías. Su investigación lleva al espectador del presente a la Bonn del siglo XIX. En ese intento de la musicóloga por entender a un genio, también aparece el intento de su hija (Malena Solda) por comprender a su madre y viceversa.
La puesta tiene varias escenas informativas, algunas innecesarias, que cortan con la intensidad del conflicto. Pero entre corte y acción, aparecen los grandes momentos interpretativos. Solda acompaña en un mismo tono de naturalidad y dulzura el lucimiento de Marini. Lito Cruz recrea a un Beethoven desmesurado e incomprendido, que entre tanto desparpajo, pierde intimidad.
Un hallazgo de la dirección es el impecable trabajo de Natalio González Petrich, un pianista que toca en vivo la música de Beethoven. Su interpretación acompaña la acción dramática y llega a momentos conmovedores de creación, en la que Beethoven dicta las notas musicales y describe sus características, mientras que el pianista las ejecuta.
Así, avanza la enfermedad de Catalina y la sordera de Beethoven. Hasta que en un momento, en aquello que llaman limbo, genio y admiradora se encuentran y tratan de transformar la vida del otro.

Fuente: Tiempo Argentino

Sala: Metropolitan

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